En el debate sobre cuál es el elemento por el que se fundamenta la sociedad, aumentan las corrientes que lo centran en el individuo. ¿Se puede considerar a cada persona aislada como «célula» de la sociedad?
Mi teoría, basada en la biología, es que no es así. Igual que tampoco lo es cualquier grupo que conviva bajo el mismo techo. La única estructura que merece el apelativo de célula de la sociedad es la familia, y es fácil de entender:
Las familias son a la sociedad lo mismo que las células a los organismos: unidades funcionales vitales que garantizan la continuidad del sistema y el bienestar del medio al que pertenecen.
¿Qué es la familia?
La familia, célula de la sociedad, construye y mantiene el tejido social. En ella se dan las tres funciones vitales:
–Nutrición (proporcionando los recursos necesarios, que van desde el alimento hasta la educación en valores);
-Relación (entre sí y con su entorno, contribuyendo a la cooperación y el bien social).
-Y reproducción (para perpetuar la vida física y espiritual, transmitiendo un legado de virtudes que asegura la continuidad social).
Además, y esto es muy importante, tanto las células como las familias sirven para un bien superior. No son entes aislados sino que pertenecen a un todo mayor, en el que cada una tiene una misión en la que ayudar (sea el cuerpo para la célula o la sociedad para la familia).
Podemos deleitarnos contemplando cómo unidades tan pequeñas pueden englobar semejante grandeza. Cada parte de la célula está meticulosamente diseñada para un fin. Y la familia se adapta muy bien a esta metáfora.
La membrana, que representa el límite físico de cada célula, puede equipararse con el hogar. Pero observemos que también es el área que se dedica al intercambio de sustancias.
Un hogar que no se abre a las relaciones sociales es un hogar tan enfermo como una célula que tiene alterada su permeabilidad y acaba explotando o deshidratándose.
El citoplasma, líquido donde se producen las reacciones químicas destinadas a la obtención de energía, nos recuerda al trabajo que necesita una familia para obtener sus recursos. Con una complejidad difícil de explicar, permite alcanzar un equilibrio para la supervivencia (sin carencias ni excesos que podrían resultar tóxicos).
El núcleo actúa como centro de control de la célula. Contiene la codificación genética, es decir, toda la información (la que se expresará y la que no) y hace posible la reproducción. Es así, en esta analogía, el equivalente a la unión conyugal, tanto en el plano físico como en el trascendental ya que ahí se toman las decisiones que van a guiar el futuro de la familia (o de la célula).
Es curioso observar lo que ocurre en las células que no tienen núcleo.
Su simplicidad estructural les permite una existencia autónoma, pero no tienen capacidad de formar tejidos. Es decir: cumplen las tres funciones vitales (interactúan con el entorno, se nutren y se reproducen al disponer de material genético disperso por el citoplasma) pero si antes decíamos que lo sublime de la «célula» era ensamblarse en el organismo, estas células anucleadas (procariotas) no logran ese objetivo, quedando aisladas. Se trata de seres unicelulares propios del reino archea. Los organismo vegetales y animales se componen de células eucariotas, nucleadas.
Cuando una familia no tiene un buen núcleo, sino que vive en continuas crisis y conflictos, sus miembros no tendrán cubiertas sus necesidades afectivas, con riesgo de interiorizar dinámicas perjudiciales.
El sentido de la familia no radica solo en proveer bienes materiales, sino en enseñar a cada persona a integrarse en la sociedad ejercitando ante todo el amor.
Amor altruista
Hace unos días oí en un magazine de la radio un chascarrillo, que aunque se decía en tono de humor, me pareció absolutamente escandaloso por atentar contra la esencia de la felicidad que es el amor. Decía lo siguiente: «si tu pareja no hace lo que quieres cámbiala por otra», afirmación acompasada por risas y aplausos de varias locutoras apoyando la tesis. ¡Menuda contrariedad!
Si el núcleo de cada relación no es un amor altruista a la humanidad sino un egoísmo tirano hacia uno mismo, el fruto no será otro que la frustración y el aislamiento. Quizá se puedan cumplir las tres funciones vitales, pero al no haber un ejemplo de amor y respeto al otro sino una amalgama de caprichos y reproches, el resultado, lejos de ser una feliz integración, supondrá un desafío en la cohesión social… al igual que esas células procariotas no podían construir tejidos ni órganos en los seres vivos.
No creo que una persona educada en la autocomplacencia adquiera fácilmente habilidades como la abnegación que supone desarrollar una labor social, o la disciplina de cumplir con un horario profesional.
Una sociedad con un número creciente de familias disfuncionales es una sociedad que está enfermando, al cambiar su complejo engranaje de tejidos por células desestructuradas.
Urge recordar que hay más alegría en dar que en recibir. Que una unión se fundamente en la entrega no es ninguna condena ni ninguna opresión. Es la respuesta a la ley natural. La maternidad trae consigo un derroche de cariño, una admiración incondicional por los hijos y una capacidad de perdón que sólo se puede explicar cuando se es madre (o padre). Y esto es universal. Ocurre en todas las razas para que cada persona aprenda a amortiguar adversidades y serle útil a las demás.
Una familia sana crea unos vínculos emocionales sólidos que cristalizan en virtudes enriquecedoras para la sociedad.
Debemos invertir nuestros esfuerzos en promulgar el ejemplo de familias que construyen, no que se destruyen a sí mismas y en derredor.
Por eso he elegido la fecha de la Sagrada Familia para escribir estas palabras. María, José y el Niño Dios. Modelo de entrega. Célula de eternidad.
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Muy buena analogía. Un beso