Es inaceptable, observar cómo vagabundean por todas las ciudades de nuestra España miles de personas, y en este momento de pandemia muchas más. Son diversas las circunstancias, ahora principalmente por falta de trabajo, las contemplamos en el suelo de las calles, en los bancos de los parques etc. durmiendo en el exterior por falta de medios. Sin lugar a duda que de estos miles de personas hay una minoría ínfima, que por problemas psicológicos o porque quieren esta vida, no se les puede obligar a acogerse a esta ayuda.
Precisamos de personas que nos asistan delicadamente, el aislamiento en la multitud es descomunal, la esencia radica en ese brío interno, que suscita esas transformaciones en las personas. Transmitiendo afecto, se consigue una reflexión profunda en contextos hostiles. Valorar y conocer a las personas por lo que son y como son, sería un triunfo que gozaríamos si lo tuviéramos presente en cada momento.
Vivimos en una colectividad repleta de formalidades, carentes de cuidado y cariño, si estos se pusieran en práctica, la coexistencia y armonía con nuestros semejantes sería más humana.
La penuria material sobrecoge al prójimo, la escasez de resplandor en la población con un consumismo y exclusivismo completo hasta ahora perpetró más las tinieblas en nuestra sociedad.
El Estado junto con las administraciones de todas las comunidades autónomas no atajan de forma contundente ni realizan con empeño esta tarea, para terminar con esta lacra que nos desuela.
¿No es posible invertir en albergues para mitigar la angustia y desolación de tantas personas?
Administrar nuestro dinero, por cierto de todos los españoles, de forma justa reduciendo gastos innecesarios, socorriendo a tantas personas que por distintas situaciones se han visto y se ven actualmente, sin resguardo y con necesidad de recursos.
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