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Judaísmo (16). Ezequiel: un corazón nuevo y un espíritu nuevo

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Introducción

Ezequiel, uno de los profetas más enigmáticos y visionarios del Antiguo Testamento, desempeñó un papel crucial en un período crítico de la historia de Israel. Vivió y profetizó durante el exilio en Babilonia, un tiempo de gran crisis y desesperación para el pueblo judío. Sus profecías, repletas de visiones simbólicas y acciones dramáticas, ofrecieron tanto juicio como esperanza a sus contemporáneos. Este artículo explora la vida, el mensaje y el legado de Ezequiel, destacando su relevancia continua en la tradición judeocristiana.

Desarrollo

Ezequiel es uno de los exiliados de la primera deportación a Babilonia, que profetizó en el siglo VI a.C., y anunció la caída de Jerusalén del 587. Contiene muchos gestos simbólicos, visiones y parábolas. (Sus grandes temas han sido recogidos por san Juan en su Evangelio).

Pocos son los datos que tenemos sobre la vida del profeta Ezequiel. Su nombre significa probablemente ‘Dios es fuerte’ o ‘Dios fortalece’. Era hijo de un sacerdote llamado Buzí, y parece que empezó su ministerio profético a la edad de treinta años (1,1-3). Era un hombre dotado para la música y el canto. Su esposa, que él amaba mucho, murió en Babilonia poco antes de la destrucción de Jerusalén en el año 587 a. C. (24,16.18). No se dice en ningún sitio si Ezequiel ejerció de sacerdote, pero ciertamente conocía la legislación del pueblo de Israel y la estructura y el ritual del antiguo templo de Salomón.

Más que Oseas, Isaías, Miqueas y Jeremías, predecesores suyos, Ezequiel profetizó mediante acciones simbólicas, algunas bien insólitas (4,4-8). Hay momentos en los que se muestra abatido; incluso llega a perder el uso de la palabra. Probablemente es necesario explicar estos detalles de la vida del profeta por su personalidad sensible, rica y compleja, puesta al servicio del mensaje que el Señor le había confiado.

La mayor parte de su actividad profética tuvo lugar en Babilonia, entre los deportados con el rey Jeconías en el año 597 a. C. y posteriormente con quienes sufrieron la segunda deportación (587 a. C.). De hecho, los oráculos de Ezequiel pueden datarse entre el 592 (1,1) y el 571 (29,17). La comunidad de quienes vivían en el exilio estaba dirigida por un consejo (8,1), que iba a menudo a visitar al profeta para que, ante las nuevas que llegaban de Jerusalén, les comunicara el mensaje del Señor, tanto para ellos mismos como para quienes habían quedado en Judá. Ezequiel, al corriente de la situación religiosa y política de Jerusalén, insiste en que los destinos de unos y otros, los de Judá y los de Babilonia, son inseparables. El pueblo forma una unidad indisoluble, querida y sostenida por Dios.

El libro tiene una estructura clara y precisa: vocación del profeta (1,1-3,21); juicio de Dios sobre su pueblo (3,22-24,27); juicio de Dios sobre las naciones (cc. 25-32); restauración de Israel (cc. 33-37); batalla decisiva del pueblo de Dios contra sus enemigos (cc. 38-39); la nueva Jerusalén, el nuevo templo y la repoblación del país (cc. 40-48).

Sin embargo, el libro se mueve a la vez en una cierta complejidad. El comienzo es una fusión de dos visiones (1,1-3) y el resto del capítulo 1 ofrece una gran profusión de detalles que se van repitiendo. Los pasajes que hablan del mutismo sufrido por el profeta (3,26; 24,27; 33,22) están separados por largos discursos; parecería que los textos de 3,22-27; 4,4-8; 24,15-27 y 33,21-22 deben ser referidos a un solo evento. En medio de la descripción de las culpas de Jerusalén (cc. 8-11) existe una narración (c. 10) que es paralela a la visión del capítulo 1. Pasajes originalmente independientes han sido agrupados, como las tres partes del capítulo 21, enlazadas porque en las tres se habla de una espada. También encontramos oráculos repetidos, como en 3,16-21 y 33,1-9, o en 18,25-29 y 33,17-20.

Por lo general, se reconoce que el libro contiene un amplio cuerpo de materiales pertenecientes al profeta. No es de extrañar que una personalidad como la de Ezequiel, con cierta tendencia al intelectualismo, haya procurado revisar meticulosamente la propia predicación, introduciendo nuevos párrafos que alteran el orden primitivo. Por otra parte, un cierto número de estas aclaraciones pueden ser atribuidas a algunos de sus discípulos, y algunas coletillas provienen claramente de círculos sacerdotales.

Un mensaje de esperanza en tiempos de crisis

El mensaje de Ezequiel es una respuesta a la crisis que ocurría en la comunidad judía deportada en Babilonia, cuando se preguntaba por la presencia de Dios en la historia. Es en ese contexto de crisis espiritual y política que el profeta contempla la presencia gloriosa del Señor. Mediante la repetición de la partícula adverbial «allí», se remarca desde el primer momento que Dios no sólo se manifiesta en el templo de Jerusalén sino también en Babilonia, allí donde buena parte del pueblo ha sido deportado. La visión inicial (c. 1), con las imágenes cósmicas y los fantásticos cuatro seres vivientes, sacados de la mitología babilónica, sirve para proclamar la presencia gloriosa del Señor, Dios y soberano de todo el universo.

En pleno contraste con esta grandiosa perspectiva, el profeta denuncia crudamente la infidelidad culpable de Israel, que le ha llevado al desastre del exilio. El exilio llegó porque el pueblo había ido dudando del poder salvador del Señor y había buscado la seguridad en alianzas políticas con los imperios dominantes (16,15-34). En este contexto, habían caído en la violencia, el crimen y la injusticia (7,23; 9,9), como consecuencia de la adoración de los dioses falsos (14,1-8), practicada tanto en recintos sagrados idolátricos (6,3; 16,16) como incluso en el mismo templo de Jerusalén (c. 8).

La infidelidad al Señor es presentada como un adulterio. Ezequiel desarrolla esta temática con la imagen de la niña abandonada después de nacer, que es recogida por el Señor hasta que la convierte en esposa suya; sin embargo, pronto ella deja a su esposo para darse a una descarada prostitución (c. 16). De forma similar, en el capítulo 23, Ezequiel denuncia las infidelidades cometidas por Israel y Judá, mediante la alegoría de la prostitución de las dos hermanas Oholá y Oholibán. Por todo ello, el profeta afirma que el orgullo y la despreocupación por los necesitados, que fueron los pecados de Sodoma (16,49-50), de Tiro (28,5.17) y de Egipto (20,7-8), son ahora los pecados de todo el pueblo de Israel (7,20-24; 16,15-16; 33,29).

Israel, con su historia de infidelidades, ha profanado la santidad de Dios. Esta actitud del pueblo ha atraído sobre él el juicio del Señor. El profeta anuncia la caída y la destrucción total de Jerusalén y la deportación de los habitantes de Judá. Cuando llegue la hora del desastre, el profeta pasará por la tristeza y el desencanto, pero el Señor le pedirá que, como signo profético para los deportados, no manifieste su duelo por la muerte de su propia mujer (24,15) -27). Por su parte, los deportados saben bien que la causa del trágico evento han sido sus culpas. Abrumados por la tristeza, piensan que Israel no tiene futuro como nación (37,11). Pero Ezequiel conoce al Dios vivo que es capaz de hacer revivir a su pueblo. En la visión de los huesos (37,1-14), llena de belleza y vigor, se afirma que el pueblo será levantado de su postración por el poder del Espíritu creador de Dios. Este Espíritu les infundirá un corazón nuevo y un espíritu nuevo, que les hará cumplir con gozo la voluntad del Señor. Una nueva vida florecerá en un Israel reunificado (37,15-28), en el que el pueblo no sufrirá la opresión de los dirigentes despóticos (34,1-10), ya que pueblo y soberano tendrán al Señor por pastor (34, 24).

Los últimos capítulos del libro apuntan al Israel renovado. Ya anteriormente (cc. 25-32), los oráculos contra las naciones eran expresión del juicio de Dios contra aquellos pueblos que habían hecho daño a Israel y que habían puesto así en cuestión la soberanía universal del Dios israelita. Pero al final de la historia habrá el combate decisivo del pueblo de Dios contra las fuerzas enemigas de todos los tiempos, lideradas por Gog, del país de Magog (38,2). Su derrota será absoluta.

El profeta comienza a describir finalmente un nuevo templo y un nuevo país (cc. 40-48): un nuevo templo como lugar de la presencia gloriosa de Dios en medio de los hombres (43,7), y un nuevo país fértil y esplendoroso, regado por las aguas que brotan del santuario (c. 47). Jerusalén será el centro de un país transformado y en paz, organizado en torno al templo del Señor. Éste será el nombre de la ciudad: «El Señor está allí» (48,35).

Una de las siete visiones de Ezequiel es la citada del campo de los huesos (Ezequiel 37:1-14). Es llevado en el espíritu al medio de un valle lleno de huesos secos. Dios le pregunta si estos huesos pueden vivir nuevamente. Dios instruye a Ezequiel a profetizar a los huesos secos y decirles que escuchen la palabra de Dios. Mientras Ezequiel profetiza, ocurre un ruido y un temblor, y los huesos se unen entre sí con tendones y carne. Sin embargo, todavía no hay aliento en ellos. Dios instruye a Ezequiel a profetizar al viento y pedirle que venga de los cuatro vientos y dé aliento a los muertos. El viento sopla sobre los cuerpos, y reciben aliento y vida. Se levantan como un gran ejército (la imagen es sublime en su plasticidad y colorido, podemos imaginar tantas películas fantásticas que lo han representado, tipo “La momia” donde se van formando los cuerpos ya momificados). Dios explica la visión a Ezequiel, diciendo que los huesos secos representan la casa de Israel, que se ha considerado como perdida y sin esperanza.

La promesa es que Dios les devolverá a la tierra de Israel y les dará nueva vida espiritual. La visión del campo de huesos secos simboliza la restauración y resurrección de la nación de Israel. Se utiliza como una metáfora poderosa de la renovación espiritual y la promesa divina de restauración incluso en medio de la desolación y la aparente desesperación. La interpretación teológica suele centrarse en la capacidad de Dios para dar nueva vida y esperanza, incluso en situaciones aparentemente sin remedio.

Conclusión

El libro de Ezequiel, con sus visiones y acciones simbólicas, ofrece un mensaje profundo de juicio y esperanza. En medio de la desesperación del exilio, Ezequiel presenta una visión de renovación espiritual y restauración nacional que trasciende su tiempo y sigue resonando en la actualidad. Su mensaje de un corazón nuevo y un espíritu nuevo inspira a buscar una relación más profunda con lo divino, recordando que incluso en los momentos más oscuros, la esperanza y la transformación son posibles a través del poder de Dios.

Judaísmo (15): Jeremías

Twitter: @lluciapou

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