Desde hace unos años crecen las voces de alarma sobre la deconstrucción del espíritu europeo. La creación de la Unión Europea supuso una ambiciosa apuesta por los valores comunes de occidente. Era necesario responder adecuadamente a los retos de la situación mundial.
Tras las guerras mundiales del siglo XX, ambas con un protagonismo europeo innegable, era necesario colocar a Europa en un papel constructivo, dejando de lado los odios nacionales que habían provocado ambos conflictos y ofreciendo lo mejor de los valores fraguados a lo largo de la historia europea que han alimentado grandes proyectos civilizadores.
Tres raíces alimentaban esos valores comunes:
El raciocinio griego, fuente de la filosofía.
La virtud cristiana, promotora de la fe en un Dios bueno, la caridad hacia las personas y la esperanza en un mundo mejor.
La legalidad romana, inspiradora del derecho como norma de la justicia y el orden social.
Fruto de este impulso europeísta se ha construido un potente armazón institucional, la Unión Europea, que dispone de órganos legislativo y ejecutivo propios (Parlamento Europeo y Comisión Europea), de un sistema judicial independiente (Tribunal de Justicia de la Unión Europea), de un banco central (Banco Central Europeo), y de un órgano superior que le da impulso y tracción política (Consejo Europeo) formado por los jefes de Estado o de Gobierno de los Estados miembros.
Una de las mayores aportaciones de la Unión Europea ha sido su capacidad normativa que ha sido trasladada a los países miembros unificando muchos aspectos de la vida económica y social.
De los principios fundantes del espíritu europeísta brota la convicción de que las personas están dotadas de una dignidad inviolable que ningún poder público ni económico pueden despreciar. De estos principios surge el afán de proteger a los ciudadanos. Frente al ansia de control de poder o de enriquecimiento de los gobiernos y los agentes económicos, se buscan normas que limitan o debilitan ese impulso.
La normativa europea en temas desde la protección de datos personales hasta la seguridad de las manufacturas es admirada por muchos países que intentan imitar lo que la Unión Europea ha conseguido.
Sin embargo, la incorporación de nuevos miembros y el crecimiento de los mecanismos de control han hecho proliferar los procedimientos burocráticos y la normativa europea empieza a sentirse como una carga agobiante para muchos ciudadanos y pequeños negocios.
Pero lo más grave es el abandono de los principios fundantes por la sociedad y los gobiernos de los estados miembros.
La renuncia a una reflexión racional sobre las imposiciones de las nuevas imposiciones culturales, como el aborto, la eutanasia o la ideología de género, el rechazo de la herencia cristiana y la manipulación del derecho para ponerlo al servicio de las necesidades políticas inmediatas socavan la base de todo el edificio construido, convirtiendo a la Unión Europea en un gigante de pies de barro.
Si no recuperamos los principios fundantes de la Unión y el espíritu original del europeísmo, no podremos detener el desmoronamiento de la Unión Europea. Y esta tarea es cada vez más urgente.
Pero lo más grave es el abandono de los principios fundantes por la sociedad y los gobiernos de los estados miembros Share on X