Dios nos está avisando hace ya demasiado tiempo. Ciertamente, debemos reconocer que está teniendo con nosotros mucha paciencia, y va aplazando el mal profetizado que está por venir si nosotros no cambiamos. Pero Él es el Dios-Amor-Justicia, y si no cambiamos, seremos nosotros mismos los que provocaremos la crisis. Y la estamos husmeando. Cada día parece que está más cerca la hecatombe final. ¿Seremos tan necios que la provoquemos nosotros mismos?
En efecto, vamos ya intuyendo que seremos nosotros nuestros propios verdugos, pero continuamos, pertinaces, insistiendo en más de lo mismo, sin cambiar a como Dios nos pide que obremos. Él es claro en avisarnos, pues nos dice a menudo: “Mira, estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo” (Apc 3,20). Nosotros insistimos, y vivimos como si Dios no existiera: le cerramos la puerta. “Ya rezaré y cumpliré cuando todo vaya mal. De momento, ¡a vivir!”. …Y todo acabará yendo mal, porque no rezamos ni cumplimos, como deberíamos hacer.
Tenemos, ahora, una pandemia en vistas. ¿Quieres evitar el apocalipsis? Conviértete y cumple con tus deberes de cristiano. Debemos tener muy presente que si cada uno dejara de pecar e hiciera lo que debe según le manda Dios, el mundo sería un jardín de rosas, nunca hubiera dejado de ser el Jardín del Edén (Gen 2,4 a 3,24).
No se trata de no tener problemas, sino de con-vivir con los problemas para superarlos. ¿Sabemos tantas cosas, y resultará que, porque no sabemos, debemos aprender a vivir? En el Evangelio está nuestra hoja de ruta, y, si le hubiéramos hecho caso, nunca hubiéramos llegado hasta aquí. Es una época difícil, porque somos personas difíciles. Y, si no cambiamos, cada vez estaremos más atenazados entre nosotros, y más difíciles, rompiendo lazos.
¿Te has fijado en el miedo atroz que se apodera de la gente, incluso de esos que parece que van pisando fuerte, cuando nos surge de improviso un percance que parece insalvable por sus dimensiones apocalípticas? ¡Y todos seguimos sin cambiar! Unos y otros, porque en realidad hay pocos cristianos comprometidos de verdad con su fe en Dios y por el prójimo. Si no cambiamos, estallará la bomba en nuestras manos, y luego echaremos la culpa a Dios, en lugar de reconocer y asumir nuestra propia culpa. Ya solo nos cabrá invocarlo, finalmente, y esperar la vuelta de Nuestro Señor Jesucristo, con todos sus ángeles, entre las nubes del cielo (Cfr. Mc 13,26-27).
La Biblia, que es Palabra de Dios, es clara. En ella advertimos a menudo que el portento divino se obra precisamente en los momentos más críticos de crisis. Dios sabe cómo somos y lo que somos, dónde estamos y adónde vamos. Él, por medio de alguno de sus elegidos, obrará el milagro, mucho más grande del que nosotros pretendemos. Y suele hacerlo provocando en momentos límite creativas y estimuladoras soluciones disruptivas, que resultan ser las únicas que de verdad funcionan y que ponen en evidencia que “el hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón” (1 S 16,7).
Aunque a veces, o a menudo, parece, que estamos perdiendo miserablemente la vida porque no vemos avances, Dios está obrando las causas segundas que tarde o temprano traerán a la luz el fruto de nuestra labor, de nuestra siembra. Pero no olvidemos, por obvio, que debemos sembrar la simiente para que dé fruto, morir a nosotros mismos. Mientras tanto, Dios nos va recomponiendo, a nosotros y a nuestro entorno. Hace tiempo, es cierto, que no damos fruto, un fruto que perdure. Todo se ve tan débil y perecedero. Estamos llegando a las últimas, y hace tiempo que esperamos, y cada vez más desesperamos. “Cada árbol se conoce por su fruto”, nos asegura Jesucristo (Lc 6,43-45).
¿No seremos nosotros los culpables? ¿Es posible que estemos obrando mal, que deberíamos abonar la planta? O ¿sería posible, incluso, que hayamos sembrado mala semilla? (Vid. parábola del trigo y la cizaña: Mt 13,24-30). Miremos a nuestro alrededor. ¡Todos estamos igual! ¡Todos esperando que surja el brote, y nada de nada! A la vista del desolador panorama, estamos empezando a tirarnos de los pelos, no ya solo a nosotros mismos, sino entre nosotros…
Silencio. Todo parece muerte. ¡Socorro, que llega la crisis! “¡Pero siembra y cultiva, hombre de Dios!”, nos repite el Todopoderoso. Es nuestro turno. En nuestras manos tenemos nuestro futuro. O renacemos, o nos extinguimos.
En realidad hay pocos cristianos comprometidos de verdad con su fe en Dios y por el prójimo. Si no cambiamos, estallará la bomba en nuestras manos Share on X