Cada uno de nosotros somos el resultado de la historia. La prehistoria se queda para los que se dicen científicos. Estamos hechos de trozos de historia, de la que nos han contado o de la que nos han ocultado, son nuestras raíces, las que nos nutren y dan vida. Lo malo es que muchos piensan que es mejor cortar las raíces que nos agobian como un cepo y así nos sentiremos totalmente libres.
Entretenidos con los últimos inventos tecnológicos nos vamos marchitando por falta de un suelo vital que dé razón de nuestra existencia. El hombre sin historia es fácil presa de cualquier ideología, que desconoce, pero que le dicen es moderna y progresista, aunque sea vieja de siglos. Ni la familia ni la escuela lo han enseñado a pensar, pero inevitablemente lleva a cuestas un pesado fardo de guerras, paces, revoluciones, que no entiende, pero que están conformando su existencia.
Somos incapaces de distinguir entre la democracia y la tiranía, entre el viejo liberalismo y el también viejo comunismo y nos piden que votemos sin que tengamos nada claro lo que votamos y así nos va.
El sueño de los revolucionarios ha sido y es eliminar la familia como institución transmisora de la historia y establecer una escuela única y adoctrinadora para modelar a los hombres del mañana: dependientes siempre del Estado, del que lo esperan todo, pero que no da nada que antes no haya extraído de las mismas personas, de su trabajo, de su esfuerzo, de su patrimonio familiar.
Es lo mismo que están haciendo los comunistas en toda la América hispana, en África o en Asia, volver al comunismo cada vez más vivo, desde Cuba o desde Bolivia, desde China o la misma Rusia. El muro de Berlín cayó en vano, pues en su lugar nació una unión europea, con mandil pero sin alma, ni historia, dispuesta a dictar sus leyes, sus ideologías, sus consignas a todos y ¡desgraciados los países de ponen objeciones!, los que tienen una historia y una fe que están dispuestos a defender, pues es posible que sean expulsados de ese selecto club, la UE, y arrojados a las tinieblas exteriores.
Si cuidáramos nuestras raíces históricas y religiosas estaríamos nutridos y rebosantes de vida, dispuestos a multiplicarnos y organizarnos, pero sin raíces hemos dejado de de formar matrimonios estables y disminuido el número de hijos. (¡Esa España vieja y vacía!). Terminaremos invadidos por otros pueblos con más empuje, porque tienen viva su historia y sus tradiciones e iremos desapareciendo viejos y decrépitos.
Hemos renunciado el futuro a cambio del placer sin compromiso, de los juguetes electrónicos, del alcohol, de la droga o la pornografía…
¿Estamos a tiempo aún de rectificar? Nos sobran politicastros, nos sobran negociantes que medran con nuestros vicios, nos sobran elecciones inútiles, nos sobran gobernantes aprovechados que hace tiempo dejaron de buscar el bien común y nos falta fe en nuestras creencias religiosas, nos falta fe en España, nos falta fe en que el cambio es posible todavía.
Invito a todos a buscar nuestras raíces antes de que nos marchitemos definitivamente, a pensar por nuestra cuenta, a buscar nuestra propia historia, dejar la pantalla del televisor o del móvil y ponernos en pié.