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¿Estamos asumiendo la Nueva Era?

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El paraíso no está dentro de nosotros. No todo se ilumina cuando empiezas a escucharte, cuando pones tu Yo por encima de todo.

Porque vivir en el cielo es otra cosa, es «estar con Cristo» ( Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los elegidos viven «en Él», aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre.

En los últimos años, la espiritualidad de la Nueva Era ha comenzado a tener una presencia significativa en la vida espiritual de muchas personas, intentando redefinir  la forma en que se entiende y se vive la religión, especialmente el catolicismo. 

Un fenómeno en auge

Este fenómeno, que mezcla vocabulario y prácticas católicas con conceptos y terminología provenientes de religiones orientales y otras corrientes espirituales, está confundiendo la manera en que las personas buscan a Dios.

Sin ir más lejos, ayer, Marta Pombo (con el respeto que nos merece su persona), en su cuenta de Instagram mostraba de forma clara la influencia de la Nueva Era. Su concepción es errónea a nuestro juicio.

Marta, una influencer referente para muchos jóvenes, contaba los rituales de Nueva Era que había incorporado a su vida diaria y cómo consigue, a través de estos, conectar con ella misma: «No hago daño a nadie con esto. He ido a recolocar mis energías. Simplemente intento estar presente y atraer a mi cosas buenas».

Marta afirma creer en Dios y vivir acorde a unos valores pero haciendo una mezcla de rituales de la Nueva Era con la fe católica. Un combo que no es inocuo.

Este sincretismo no es simplemente una falsa interpretación del catolicismo, sino una transformación más profunda. La espiritualidad de la Nueva Era, que ha pasado de ser de minorías a una corriente significativa dentro de la sociedad, afecta de raíz al catolicismo pues es contraria a la revelación.

El influjo de la Nueva Era

Para entender esta corriente, es esencial analizar su evolución. A principios del siglo XX, la cultura Hispanoamericana, aunque predominantemente católica, ya mostraba influencias orientales, espiritismo y teosofía. En las décadas de 1960 a 1980, la contracultura estadounidense promovió la espiritualidad y el bienestar holístico, transformando la concepción de la vida cotidiana.

En la década de 1990, la espiritualidad de la Nueva Era se consolidó alcanzando una difusión masiva. La transformación social trajo consigo consumo y placer proponiendo una espiritualidad basada únicamente en el bienestar individualista y en satisfacer supuestos deseos.

En ese momento, surgieron varios autores con sus bestseller que ejemplifican esta síntesis, combinando ideas de la Nueva Era con elementos del catolicismo. Esto ha hecho que, también en el imaginario católico, se asuman confusas interpretaciones de conceptos del Catecismo.

La expansión de este discurso va de la mano de la industria cultural que reafirma constantemente el individualismo e impulsa a la persona a una exploración de su divinidad interior. Todo consiste en última instancia en legitimar supuestos deseos.

Sin transcendencia

El egocentrismo en la Nueva Era, la afirmación de los propios dones como parte de un orden mayor que incluye divinidades y energías varias, alinea de forma peligrosa supuestos deseos individuales con la inmediatez terrenal, dando como resultado desórdenes sexuales, consumistas y hedonistas. 

Esta corriente produce una espiritualidad donde el sacrificio queda relegado en favor del bienestar y las prácticas religiosas se convierten en meros ejercicios de superación personal en la tierra. Ante este panorama, la sacralidad deja de ser trascendente para ser inmanente.

La confusión ha llegado al pueblo de Dios, el yo y el cumplimiento de sus impulsos son términos privilegiados. Vivimos cargados de voluntarismo y cegados por la felicidad instantánea. Queremos ser partícipes de todo y no dejamos que Dios actúe. Por ello, es muy fácil sumergirse en la Nueva Era.

Sin embargo, ¿Has experimentado los beneficios de dejar a Dios ser Dios en tu vida? 

«Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino» (san Ambrosio, Expositio evangelii secundum Lucam 10,121).

Siempre es mejor dejar a Dios ser Dios, no lo olvides.

 

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