En un giro dramático de los acontecimientos, Estados Unidos ejecutará a un reo utilizando un método de asfixia con nitrógeno, considerado «cruel e inhumano» y prohibido en la eutanasia de animales. La comunidad religiosa internacional, Comunidad de San Egidio, con presencia en más de 70 países, ha tomado la iniciativa de lanzar una campaña para defender de ese final a Kenneth Smith, un hombre condenado por homicidio, y frenar su ejecución programada en Alabama.
Kenneth Smith, con 35 años en el corredor de la muerte, fue sentenciado inicialmente a cadena perpetua en 1988. Sin embargo, un juez, haciendo uso de un poder ya abolido en 2017, cambió la sentencia a pena de muerte. Lo que ha llamado la atención y generado controversia internacional es el método de ejecución previsto: la asfixia con nitrógeno. Este método ha sido catalogado como una forma brutal de causar la muerte, provocando un dolor inimaginable, razón por la cual está prohibido en el sacrificio de animales.
La comunidad de San Egidio, a menudo llamada «la diplomacia vaticana en la sombra», ha sido una voz activa contra la pena capital, sosteniendo que solo puede superarse la cultura de la muerte con la cultura de la vida. Ha reunido más de 7.000 firmas pidiendo clemencia para Smith, y están en plena movilización internacional, con el objetivo de destacar la paradoja de usar un método tan cruel en seres humanos cuando está prohibido para animales.
El próximo día 10 de octubre marca el Día Internacional contra la Pena de Muerte, que este año se centrará en el tema de la tortura. La Comunidad de San Egidio ve la ejecución propuesta de Smith como una forma de tortura hasta la muerte. Argumentan que independientemente de los actos de un individuo, la pena de muerte no devuelve la vida a las víctimas y solo añade más dolor al ya existente, creando más víctimas en el proceso.
Este caso refleja el debate en curso sobre la pena de muerte y sus implicaciones morales y éticas. Como afirmaba el escritor Victor Hugo en el siglo XIX, la prevalencia de la pena de muerte es un indicador de barbarie, mientras que su abolición representa la civilización. La ejecución de Smith, especialmente mediante un método tan controvertido, no solo pone de manifiesto el sistema anacrónico de la pena de muerte en ciertos países, sino también las contradicciones inherentes a la justicia penal y a las normas éticas de humanidad.
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A Kenneth Smith ya han intentado ejecutarlo por medio de una inyección letal, pero fracasaron al no encontrarle la vena para la punción. Mientras tanto, en Suiza se practican suicidios asistidos con este mismo sistema sin problema alguno. En Alabama, sin embargo, se les ocurre matarlo con nitrógeno, es decir, por asfixia, un procedimiento más lento y doloroso que la horca.
Kenneth lleva en la cárcel desde 1988, nada menos que 35 años. Junto con otra persona, ya ejecutada en 2010, asesinó a la esposa de un pastor protestante por encargo del propio esposo, quien estaba endeudado y quería cobrar el seguro. El pastor, viendo que la investigación descubría su culpabilidad, se suicidó, es decir, se aplicó la pena de muerte a sí mismo.
Ejecutar ahora a Kenneth, lejos de beneficiar a nadie, embrutece moralmente a toda la sociedad. Por legal que sea, se trata un asesinato con premeditación y alevosía. Igual que las cerca de 100.000 ejecuciones por aborto que se practican en España cada año.
La pena de muerte no solo no devuelve la vida a las víctimas, sino que quita la vida a las personas culpables, impidiendo con ello que puedan arrepentirse, librarse de la esclavitud del mal, rehacer su vida interior, aunque estén privadas de libertad exterior, y aportar bondad a la sociedad.
Más repugnante todavía cuando a esta pena de muerte de K. Smith le agregan sadismo y saña. Depravaciones éstas confirmadas con la ilegalidad de la sentencia, basada en una norma abolida.
Lo hacen pensar a uno en que si el criminal es vil, el juez es vil y degenerado.