El gobierno español está preparando una nueva ley sobre la familia, que de momento, a palo seco y a reserva de los cambios, más bien es una ley contra la familia. Lo es por muchas razones de su articulado específico, pero sobre todo lo es porque rechaza la evidencia de la realidad, algo que pagamos caro toda la sociedad.
La ley pretende que existen una multiplicidad de modelos de familia, acorde con sus desvaríos ideológicos, sin asumir que hay un modelo en la doble acepción de la palabra: ser el más extendido, pero reduciéndose por las continuadas agresiones que sufre y, segunda acepción, constituir la pauta a seguir porque las funciones insubstituibles y valiosas que realiza son las que aportan una mejor vida a sus miembros y al conjunto de la sociedad.
Se trata del modelo clásico formado por un hombre y una mujer unido por el vínculo del matrimonio basado en un compromiso público y, en determinados casos, religioso de estabilidad, abierto a la descendencia y con voluntad de educarla.
Desde los conocidos estudios sobre capital social y humano de los años ochenta indagando las razones del rendimiento escolar, hasta los sucesivos sobre el funcionamiento del ascensor social, las condiciones de éxito, todos tienen como una componente principal aquella condición: ser miembro de una familia clásica e ir hacia otra nueva de la misma naturaleza.
Esto es lo que debe ser apoyado y promovido, con recursos materiales y con reconocimiento social y cultural, porque es fundamento del bien común. Postular esto no significa rechazar a otros tipos de familias o de hogares.
Por ejemplo, la familia monoparental en muchos casos debe recibir una ayuda especial, pero no una equiparación conceptual, porque la ayuda no surge del servicio que presta a la comunidad, sino de la necesidad que tiene para intentar realizar su tarea. Son dos razones distintas, una, la familia clásica requiere una política de fomento por los beneficios que genera, la otra, la monoparental, es una política de ayuda social a causa de sus necesidades.
La familia se basa en un principio universal, la complementariedad hombre y mujer, que exige de estos dos componentes para ser considerada como tal en su condición primigenia y también debido a su fecundidad.
A partir de esta matriz fundamental normativa, el devenir de la vida puede comportar otros estados, la familia desestructurada que da lugar a la monoparental, la viudedad. Después existen los vínculos familiares que en determinados casos se traducen en hogares, un nieto viviendo con su abuela, por ejemplo. Pero en todos los casos todos tiene un solo origen: hombre y mujer, descendencia y continuidad. De ahí surge la fraternidad, el parentesco y su expresión a lo largo del tiempo, la dinastía.
El estado debe velar para que la familia, en su sentido primigenio, la única capaz de generar otras familias, la clásica o natural, vea facilitada y recompensada su función, y esto es lo que debe hacer una buena ley y lo que precisamente la de ahora no hace, generando además confusión.
La Iglesia Católica define la familia como «la sociedad natural en la que el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en el don de la vida» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2202). La familia es, por tanto, una comunidad de amor, donde los miembros se aman y se apoyan mutuamente.
La Iglesia Católica considera a la familia como una institución fundamental para la sociedad. La familia es el lugar donde los hijos aprenden los valores básicos de la vida, como el amor, el respeto y la responsabilidad. La familia también es el lugar donde los hijos reciben el cuidado y la educación que necesitan para crecer y desarrollarse plenamente.
La Iglesia Católica ha defendido siempre la importancia de la familia formada por un hombre y una mujer unidos en matrimonio. La Iglesia considera que el matrimonio es un sacramento, un vínculo sagrado entre un hombre y una mujer. El matrimonio es la base de la familia, y la Iglesia anima a los católicos a casarse y formar una familia.
También ha defendido los derechos de la familia. La Iglesia considera que la familia tiene derecho a la protección de la sociedad. La Iglesia se ha opuesto a leyes que atentan contra la familia, como el divorcio, el aborto y la eutanasia. La Iglesia Católica considera que la familia es esencial para la construcción de una sociedad justa y pacífica. La familia es el lugar donde los niños aprenden a amar y a ser amados. La familia también es el lugar donde los niños aprenden los valores que necesitan para ser ciudadanos responsables.
En resumen, la Iglesia Católica define la familia como una comunidad de amor, donde los miembros se aman y se apoyan mutuamente. La Iglesia considera a la familia como una institución fundamental para la sociedad, y ha defendido siempre la importancia de la familia tradicional y los derechos de la familia.
La familia es el lugar ideal para encontrar el amor, santuario de la vida y ambiente de humanidad. El Papa Francisco ha destacado que cuando nos preocupamos por nuestras familias y sus necesidades, sus esfuerzos repercuten no solo en beneficio de la Iglesia, sino también en beneficio de toda la sociedad, y en definitiva la familia tiene un papel crucial en la transmisión de la fe.
Siendo todo esto así, no deja de causar sorpresa la actitud de la Institución eclesial española que se aproxima a la indiferencia ante lo que proyecta el gobierno sobre la familia, que además viene a sumarse a todos los ataques previos que inciden en la misma línea de liquidación, de su liquidación, vía desvalorización del matrimonio y de la patria potestad, de la maternidad y paternidad.
Sería de esperar una actitud mucho más proactiva de todos y sus abundantes medios, una presencia más destacada de sus puntos de vista en el seno de la sociedad. Si se quiere una “Iglesia en salida”, como reclama el Papa, el relato católico sobre la familia no puede quedar clausurado en los recintos eclesiales. La Institución eclesial ha de fomentar el relato católico, salir a la calle, al espacio público, en sentido literal y alegórico, y proclamar esta buena nueva a todos y a los cuatro vientos.
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La Institución eclesial ha de fomentar el relato católico, salir a la calle, al espacio público, en sentido literal y alegórico, y proclamar esta buena nueva a todos y a los cuatro vientos Share on X