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¿Es necesario creer en Dios para ser moral y tener buenos valores?

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Esta es la pregunta base de una reciente encuesta realizada por el Pew Research Center. La cuestión, claro está, formulada en estos términos admite muchos matices, porque deberíamos preguntarnos qué entendemos por moraL y qué consideramos que son buenos valores. Por tanto, tal y cómo está formulada, permite una digresión muy amplia, pero así  y todo da pie a una reflexión interesante, da que pensar.

Pero, antes de seguir con el comentario, vayamos a los datos que nos ofrece la encuesta.

Para el 34% de la población encuestada de Estados Unidos no es necesaria la creencia en Dios para tener una buena disposición moral, mientras que tal condición sí es necesaria para el 65%. Existe una notable diferencia entre los menores de 50 años,  porque en un 71% no relacionan la creencia en Dios con una buena moralidad, y los mayores de aquella edad, se reduce al 59% los que consideran que no es necesaria la creencia en Dios, por un 40% que consideran que sí que es necesaria.

También hay marcadas diferencias según la orientación política. Los que se califican de liberales en terminología de Estados Unidos, y que aquí llamaríamos como progresistas, son mucho más dados a creer innecesaria la fe en Dios para el buen comportamiento moral. Nada menos que un 84% de este grupo lo considera así. Para los demócratas a secas, la proporción sigue siendo importante, pero menor, un 71%.  Los conservadores y los republicanos se inclinan por aquella opinión pero solo entre un 53 y un 59% ; es decir se acercan mucho a la división de opiniones partida por la mitad.

Las respuestas según la agrupación religiosa son interesantes. Los protestantes negros, a pesar de que mayoritariamente votan demócratas, se encuentran muy alejados en este terreno de sus correligionarios políticos, porque consideran que es necesario creer en Dios para tener buenos valores morales en un 59%. Es el grupo donde esta opinión es claramente mayoritaria. También es importante y mayoritaria entre los evangélicos blancos, que responden afirmativamente en un 57%, siendo el voto mayoritario de este grupo a favor de los republicanos. Vemos, por tanto, como la fuente de moralidad, que es una cuestión nada menor, es idéntica para dos grupos que en su comportamiento político se encuentra en las antípodas el uno del otro.

Los católicos, opinan que no es necesaria la creencia en Dios en un 63% mientras que para un 37% sí lo consideran necesario. Unas cifras que se parecen mucho a las de la media nacional apuntada al inicio. Para los protestantes blancos que no son evangélicos, la proporción de la no necesidad de Dios es todavía mayor en un 69%

Las cifras están prácticamente empatadas entre aquellos que consideran que la religión es importante para tener buenos valores, y esto nos da también una idea sobre la correlación que existe entre una serie de creencias. En realidad, en la medida que la religión es importante en la vida de una persona, cuestión sobre la que trata otra encuesta del Pew Center, se tiende a afirmar que la creencia en Dios es básica para tener una buena moral. De ahí que, para aquellos a quienes la religión no es importante, consideran en un 92% que Dios es innecesario para la moral, un orden de magnitud que se asemeja al 88% que responden en este mismo sentido quienes no están afiliados religiosamente (ateos, agnósticos, y sin religión).

El caso de España

En el caso de España las respuestas que señalan la no necesidad de Dios ascienden al 62% y se asemejan, por tanto, a la media que hemos observado para el conjunto de Estados Unidos; es un valor alto. Por su parte, el 31%, considera que sí es condición necesaria creer  en Dios. España constituye, junto con Países Bajos, Francia y el Reino Unido, el conjunto de sociedades que presentan una mayor proporción de personas que no creen que la fe en Dios sea necesaria para una buena condición moral en Europa, si bien el top europeo lo alcanzan Suecia, donde aquella proporción se sitúa en el 90%

Algunas reflexiones provisionales

Provisionales porque vale la pena volver a todo ello en el futuro ya que constituye un tema central de la dinámica de nuestra sociedad y de cómo puede configurarse el futuro de ella y de la Iglesia. A reserva de un mayor profundización, creo que resulta bastante clara la evidencia de que las personas necesitan considerarse a sí mismas como sujetos morales sea cual sea lo que consideren en este sentido, y portadores de buenos valores.

Claro que si logramos concretar esto nos daríamos cuenta de que hay un choque importantísimo en nuestra sociedad sobre la consideración de lo que es un bien o de lo que está bien.

Sin necesidad de teorizar lo podemos constatar en una  de los grandes cuestiones de nuestro tiempo: el aborto. Para unos un derecho irrenunciable de la mujer, para otros, entre los que me encuentro, un mal terrible. En términos morales, y siguiendo a MacIntyre, diríamos que hay dos grandes alternativas morales, la de aquellos que pretenden más maximizar la satisfacción de sus deseos y la de aquellos otros que se preguntan de qué manera pueden conseguir nuestro bien común.  Y aún dentro de cada grupo existirían diferencias importantes sobre la cuestión de cómo pueden alcanzarse tales fines, y todo ello daría pie a lo que sucede en la realidad, un escenario de conflictos abiertos o soterrados.

Una segunda consideración es que el factor determinante del todo, más que la adscripción religiosa o política, el grupo social o incluso la edad, lo realmente decisivo  es la importancia que Dios y la fe tienen en la vida. Este es el factor jerárquico decisivo de todos los demás y, por consiguiente, este es el foco donde centrar la atención en lo personal y en la acción colectiva.

La tercera cuestión, sería considerar que la inscripción católica, si no se entra en el conocimiento de su práctica, define un vínculo real, pero en la mayoría de los casos, leve, de aquellos qué condicionan un poco o nada la vida de las personas. Si es así, y creo que lo es, la cuestión determinante es cómo convertir este vínculo débil en uno fuerte y por tanto en una acción, sobre todo, hacia aquellos que se autodefinen como católicos sean poco o nada practicantes.

Todo esto nos llevaría más lejos, mucho más. Bastaría con introducir en la reflexión la pregunta de si la  encarnación y redención de Cristo, su muerte y resurrección, es necesaria o no para que nosotros podamos obrar bien; un obrar que tiene su corolario en la salvación final. Si un católico acepta como regla que Dios no es necesario para actuar moralmente bien, la redención sería un lujo, pero no una necesidad. ¿O sí?

Claro que, colocados en esta disyuntiva, uno siempre puede pretender el escape de afirmar la verdad  de que es el viento del Espíritu, que sopla donde quiere el que decide, y que por tanto cualquiera pueda obrar bien sin fe porque sobre él  actúa esta fuerza de Dios. Pero esta verdad, que expresa la libertad y el poder de Dios, no puede hacerlo en unos términos tales que niegue el carácter necesario, único e irrepetible de la Redención. En otros términos, a ras de suelo, el viento del espíritu es la excepción y la Redención es la regla.

Si un católico acepta como regla que Dios no es necesario para actuar moralmente bien, la redención sería un lujo, pero no una necesidad Share on X

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