La familia surge de manera directa de la ley natural y se expresa formalmente en el derecho natural, en el consuetudinario y en la tradición, y es previa al estado, que debería haber respetado su naturaleza.
No ha sido así, como consecuencia de dos visiones contrapuestas sobre el estado nacidas de la Ilustración y desarrolladas por su vástago, la modernidad. El liberalismo y una de sus más fuertes reacciones, el marxismo, intento fracasado de concepción estrictamente materialista de recuperar un marco de razón objetiva para la sociedad, que la Ilustración deterioró.
La intromisión del estado en la naturaleza de la familia es un factor determinante de sus crisis y destrucción, y es que toda alteración de la ley natural siempre, más pronto o más tarde, tiene graves consecuencias.
Hay un consenso casi generalizado en considerar que la familia ha sido y es la mejor protección ante la crisis, capaz de atenuar las consecuencias de las crisis del capitalismo, las carencias del estado y del conjunto de administraciones públicas. Tenemos razones científicas sobradas para saber que los resultados educativos dependen antes de la familia que de la escuela. Coincidimos, al hilo de lo que dicen las encuestas, que ella es la institución más valorada, la que otorga una mayor plenitud a más personas. Pero existen más funciones vitales que desempeña.
La familia tiene un papel decisivo en el crecimiento económico a largo plazo y, por lo tanto, en el ritmo a que se reducirá el paro, porque es la fuente primigenia y única de capital social, y de capital humano, que luego otras instituciones sociales desarrollarán.
El capital humano es el factor de producción decisivo del crecimiento económico. Lo es de manera directa por su acción sobre el nivel de producción, e indirectamente por el efecto tasa sobre el progreso técnico. El efecto tasa se enfoca en la tasa de crecimiento económico anual, mientras que el efecto nivel se refiere al tamaño absoluto de la economía en un punto dado en el tiempo, independientemente de la tasa de crecimiento. Ambos conceptos son importantes para analizar el desarrollo económico a largo plazo.
El capital social generado primariamente por la familia aporta externalidades positivas y hace posible una mejor seguridad y preservación del espacio público, una participación ciudadana y gobernación de mayor calidad, y una disminución de los costes sociales que tiene como consecuencia la reducción de los costes de oportunidad y de transacción de las administraciones públicas, facilitando así la aplicación de los recursos en I+D, enseñanza e infraestructuras.
El capital social es mayor en la medida en que su componente decisiva, el capital moral está dirigido a la cooperación y reciprocidad, es generador de confianza. Esta condición depende fundamentalmente del tipo de socialización que efectúa la familia.
El otro componente básico del capital social son las redes de relaciones, que tiene en la red de parentesco la opción primera y más accesible, y en muchos países como el nuestro constituye -cada vez menos- la más importante. Esta red dependiente de la estabilidad de las familias y del núcleo matrimonial que la origina.
los países con mayor población inferior a los 45 años tienen una mayor dinámica innovadora
El rejuvenecimiento de la población y la reducción de su edad media es fundamental para la tasa de innovación, además de la inversión en I+D y de su difusión. En condiciones semejantes de desarrollo económico, los países con mayor población inferior a los 45 años tienen una mayor dinámica innovadora. Este es uno de los fundamentos del éxito sostenido de los EE. UU., y una de las causas del declinar europeo.
También la solidaridad entre generaciones propia de la cultura dinástica facilita un gasto público y privado más equilibrado, favorable a la educación, y una mayor conciencia de la importancia de la inversión a largo plazo. Este es uno de los problemas que afectan a España por su ruptura con la cultura de familia.
Es la familia la que garantiza la viabilidad de un sistema de pensiones de reparto, haciendo posible, prestaciones dignas por medio de la descendencia y su educación. De su capacidad educativa depende, en gran medida, el capital humano que determinará la productividad futura del trabajo. De ambos factores depende el número y cuantía de las aportaciones que harán las personas activas con empleo al sistema público de pensiones.
Una sociedad envejecida de individuos aislados, como a la que nos encaminamos, significa el fin del Estado del Bienestar
También actúa sobre el sistema público de bienestar, dotándolo de mayor sostenibilidad, reduciendo los costes que soporta al facilitar el mantenimiento de la salud, la atención al enfermo crónico y el dependiente. Una sociedad envejecida de individuos aislados, como a la que nos encaminamos, significa el fin del Estado del Bienestar.
Pero no es la palabra «familia» la que taumatúrgicamente opera en todas estas funciones, sino un modelo concreto de institución; uno y solamente uno:
Funcionalmente, el modelo óptimo de familia, según los resultados de todos los datos empíricos, es aquel que genera descendencia con un número no inferior a dos hijos, que tiene la voluntad de educarla en una socialización positiva, que es estable, al menos hasta el fin del periodo educativo del último hijo, y en términos óptimos a lo largo de toda la vida del marido y la mujer para facilitar el cuidado mutuo. Es esta estabilidad la que mantiene viva una buena red de parentesco, la confianza mutua y un sistema compartido de valores y virtudes que impulsan a la cooperación, y facilitan el sentido de solidaridad generacional.
Y este modelo óptimo en el análisis cuantitativo es precisamente el que responde a la familia natural, que surge de la ley natural, y el estado manipula y deteriora.
A pesar de todas estas evidencias, la familia, factor decisivo de prosperidad y bienestar, no forma parte de ninguna política pública, ni siquiera de sus versiones más restrictivas, las llamadas «políticas familiares». Recuperar en la legislación y las políticas públicas a la familia natural es una fuente segura de progreso económico y bienestar social.
A pesar de todas estas evidencias, la familia, factor decisivo de prosperidad y bienestar, no forma parte de ninguna política pública, ni siquiera de sus versiones más restrictivas, las llamadas políticas familiares Share on X