Mucho se ha hablado en los últimos años sobre las ventajas de la agricultura ecológica. Esta, con un precio de venta sensiblemente más alto que el de la agricultura convencional, se caracteriza fundamentalmente por la producción agroalimentaria sin el uso de productos químicos sintéticos. Este tipo agricultura requiere de grandes hectáreas en comparación con las que se usa productos tales como fertilizantes.
La revista científica Nature pone en entredicho los beneficios medioambientales de la agricultura ecológica. El impacto que supone el uso de grandes superficies por parte de la agricultura extensiva ya de por sí es, en un principio, más perjudicial para el entorno que la intensiva. Según este último estudio de la prestigiosa revista, las muestras en las que se basan los análisis favorables a la agricultura alternativa no estarían correctamente medidas. De esta manera es necesario un esfuerzo para mostrar al cliente final cual es la situación real de estos dos tipos de agricultura.
Europa, un continente cada vez más verde
Al contrario de lo que se pueda pensar a priori, el esfuerzo por preservar el Medio Ambiente está dando su resultado. Una legislación más exigente, junto con la pérdida de necesidad de requerir a grandes hectáreas para alimentar a las ciudades, está haciendo crecer los bosques.
El científico Richard Fuchs, investigador de la Universidad de Waningen, lo ha demostrado mediante datos de los diferentes estados europeos. Según el investigador, «la madera por entonces, hacia 1900 y mucho antes, se necesitaba para casi todo: para los muebles, para apuntalar minas, para los raíles de los trenes, para la construcción, en las trincheras de las guerras, como combustible, para los barcos… Esto provocó que a principios de siglo apenas quedasen bosques en Europa». Pero tras la Segunda Guerra Mundial, la producción de madera dejó de considerarse necesaria para el crecimiento económico.
Por ese motivo, los bosques aumentaron su superficie, y a la vez se redujeron los campos de cultivo: las innovaciones agrotecnológicas hicieron que con menos superficie se pudiese producir la misma cantidad de alimentos, y a la vez mucha gente se desplazó de las zonas rurales a las grandes ciudades. Los cambios entre cultivos y praderas ocurrieron a lo largo y ancho de Europa, y de forma muy pronunciada en los antiguos países comunistas, explica Fuchs. Tras la caída del Muro de Berlín y su entrada en el ecosistema capitalista, muchas de sus granjas dejaron de ser competitivas, de forma que los granjeros abandonaron sus tierras, que quedaron a merced de la naturaleza, convirtiéndose primero en praderas y zonas de arbustos, y después en bosques.
España es ahora más verde que hace cien años, aunque, como ocurre en el resto de Europa, más por la intensidad de ese verde que por su superficie. Según los datos recogidos por Fuchs y sus colegas, la cantidad de terreno dedicado ahora a asentamientos humanos es similar al que había a principios de este siglo, también se mantiene similar el dedicado a tierras de cultivo, que si bien aumentó a mediados de los 50 y 60, se redujo de nuevo desde los 70 hasta situarse en 2010 a la misma altura que en 1900.
En cambio, el porcentaje de terreno reconquistado por los bosques ha crecido considerablemente, pasando de aproximadamente un 10% a más del 20% en estos 110 años. «A menudo terrenos agrícolas marginales, en zonas menos accesibles y productivas, se fueron abandonando, porque con la maquinaria y las técnicas de regadío se mejoró la producción», subraya el investigador. «España, pero en general también el resto de Europa, podía generar más alimentos en menos terreno gracias a estas innovaciones«.