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Errejón, el feminismo y la educación afectivo sexual (I)

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Corrieron bien…, pero extraviados: El portavoz de SUMAR y ministro de Cultura, Ernest Urtasun, expresó el compromiso del grupo político de «asumir su responsabilidad» frente al escándalo provocado por Errejón después de reconocer actitudes “machistas y vejatorias” con algunas mujeres. Esta responsabilidad no incluía nuevas destituciones dentro de su grupo político, pero sí la formación obligatoria en feminismo para todos los que ocupen cargos públicos en el mismo.

Parece un sarcasmo poner el foco de atención en la formación en una doctrina precisamente en el mismo momento en el que se demuestra las falacias de sus dogmas: ¿Acaso Íñigo Errejón no tenía una formación sobresaliente en feminismo? ¿Acaso no era –nada menos– el portavoz del partido político que presume de conciencia feminista por encima de todos los demás grupos políticos?

El tratamiento terapéutico propuesto por el partido es tan extraviado como la atribución que el propio Íñigo Errejón da a su “subjetividad tóxica que en el caso de los hombres el patriarcado multiplica”. Ahora resulta que el patriarcado es el responsable de su carencia de sensibilidad y de su prepotencia. Semejante juicio solo llega a ser tolerable cuando la racionalidad es secuestrada por el dogmatismo.

Pues el error imperdonable que han cometido los modelos feministas hegemónicos a partir de la 2ª Ola de Simone de Beauvoir es reducir toda la problemática de la injusticia humana a un asunto exclusivamente cultural, rechazando cualquier espacio a factores diferentes, decisiones personales o condicionamientos afectivos. E insisto, no se limitan a denunciar la influencia social en las personas, en su masculinidad y feminidad –lo cual es correcto- sino que excluyen absolutamente cualquier otro factor: consideran que el crecimiento afectivo y emocional, las decisiones éticas, los valores espirituales están determinados exclusivamente por el ambiente social. Por eso, los mismos que han demostrado su incompetencia para gestionar los asuntos de la afectividad (como el caso Errejón) vuelven a anestesiar su conciencia con la ilusión de que es necesaria más programación cultural frente al “patriarcado”. Y esto lo hacen en el mismo instante en que se refuta este dogma.

Corrieron, corrieron bien reaccionando a la injusticia; pero corrieron extraviados. Su diagnóstico es tan errado como acertada la denuncia del abuso de poder de ciertos individuos.

Poco después de aprobarse la ley de violencia de género en 2005, un grupo de mujeres progresistas entre las que se encontraban “Empar Pineda, María Sanahuja y Manuela Carmena –juezas– Justa Montero y Cristina Garaizabal –feministas– Paloma Uría, Reyes Montiel y Uxue Barco –diputadas– y 200 mujeres más de toda España”, denunciaban en un artículo de opinión en El País que no se puede ignorar una diversidad de factores en el origen de la violencia, como –citaban–  las escasas habilidades para la resolución de los conflictos; el alcoholismo; las toxicomanías… “Todas estas cuestiones –afirman– tan importantes para una verdadera prevención del maltrato, quedan difuminadas si se insiste en el «género» como única causa”.

Y por eso, concluían, “las discrepancias son tan importantes que cabe hablar de diferentes concepciones del feminismo y distintos modos de defender los derechos de las mujeres”.

Pero aceptar este hecho objetivo (el género NO es el único motor de la violencia) cuestiona uno de los dogmas que se impuso en el feminismo a partir de los años 60. Y cuestionar el dogma del origen exclusivamente social de toda injusticia es interpretado por el feminismo hegemónico como una claudicación en la lucha por la igualdad. Corrieron bien, pero extraviados.

Consecuentemente, una vez construido el relato, no quedaba otra que instrumentalizar cualquier suceso de violencia en el ámbito familiar para justificar la doctrina; y se daban instrucciones precisas a los periodistas para que nunca investiguen si un crimen contra una mujer había sido cometido bajo los efectos del alcohol, drogas o un brote psicótico. Como se hacía igualmente necesaria la ocultación de cualquier otra forma de violencia: la violencia hacia niños y ancianos que es estadísticamente muy superior a la violencia de género. Y se hizo necesaria una campaña de estigmatización de cualquier gesto que recordara ese abuso de poder. Y cuyo resultado ha sido la banalización del drama de la violencia sexual hasta equiparar una violación con el beso repudiable de Rubiales: la Fiscalía pidió dos años y medio de prisión por los delitos de agresión sexual y coacciones. El dogma del constructivismo como origen del patriarcado exigía tales aspavientos.

Pero su ceguera intelectual no puede reducirse a una estrategia política ni a una deficiencia cognitiva, sino que hunde sus raíces en procesos afectivos que poco tienen que ver con estructuras sociales. El caso Errejón confirma este diagnóstico.

El error imperdonable es reducir toda la problemática de la injusticia humana a un asunto exclusivamente cultural, rechazando cualquier espacio a factores diferentes, decisiones personales o condicionamientos afectivos Share on X

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