En una sociedad cada vez más marcada por el relativismo, la educación se enfrenta a uno de sus mayores desafíos: la transmisión de la verdad.
Benedicto XVI alertó sobre esta situación al hablar de la «emergencia educativa», destacando la dificultad de transmitir valores sólidos en un contexto de relativismo y crisis cultural.
Durante siglos, la pedagogía se ha fundamentado en la búsqueda del conocimiento y en la formación de la razón.
Sin embargo, asistimos a una crisis sin precedentes donde la verdad objetiva es cuestionada, desplazada por una subjetividad que, lejos de liberar, condena a las nuevas generaciones a la confusión y la incertidumbre.
¿Verdades o interpretaciones?
El pensamiento relativista ha ido impregnando también el sistema educativo con la idea de que no existen verdades absolutas, sino interpretaciones múltiples de la realidad.
Siguiendo su propia falacia dialéctica esta proclama relativista también debería ser relativa procurando que lo que en un principio podría parecer una apertura al pensamiento crítico, en la práctica ha generado una ruptura con la idea misma de conocimiento y de verdad.
Si todo es opinable, si todo es relativo, ¿Qué sentido tiene la educación? ¿Cómo se pueden formar jóvenes con criterio si se les niega la posibilidad de aferrarse a verdades universales?
La consecuencia es clara: una generación que no busca la verdad, porque se le ha enseñado que no existe. Y con ello, un debilitamiento de la razón, del juicio moral y de la capacidad de discernir entre lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo.
El papel de la educación en la búsqueda de la verdad
Frente a este panorama, la educación tiene una misión fundamental: recordar que la verdad existe y que la razón humana está hecha para descubrirla.
Santo Tomás de Aquino definió la verdad como «adaequatio rei et intellectus», es decir, la adecuación entre la realidad y el entendimiento (Summa Theologiae, I, q. 16, a. 1).
La escuela no solo debe ser un espacio de formación académica, sino un ámbito donde se eduque en la adquisición de conocimientos, en el desarrollo del pensamiento crítico, la búsqueda del bien y el amor a la verdad.
El aprendizaje debe ofrecer a los estudiantes un horizonte claro y una responsabilidad irrenunciable: formar hombres y mujeres capaces de reconocer la verdad y vivir conforme a ella.
Educar para la libertad verdadera
Uno de los mayores engaños del relativismo es hacer creer que la ausencia de verdad nos hace más libres. Sin embargo, la verdadera libertad solo es posible en la medida en que conocemos la realidad tal como es.
Como afirmaba San Juan Pablo II en Fides et Ratio, la fe y la razón son las dos alas con las que el espíritu humano se eleva hacia la verdad. Una educación que renuncie a la verdad condena a sus alumnos a la esclavitud de la duda perpetua.
En el colmo del absurdo, el ex-presidente Zapatero afirmó que ‘la libertad nos hará verdaderos -invirtiendo el orden natural de la enseñanza cristiana ‘la verdad os hará libres.
Esta tergiversación no solo carece por completo de fundamento filosófico, sino que encierra un grave peligro: si la verdad dependiera de una supuesta libertad subjetiva, cada individuo terminaría atrapado en su propia interpretación de la verdad, sin referencias objetivas ni certezas compartidas.
En este sentido, urge insistir o en el peor de los casos recuperar, una enseñanza basada en la objetividad del conocimiento, en la solidez de la tradición y en la formación integral de la persona.
No podemos permitirnos un modelo educativo que solo produzca individuos sin raíces, sin certezas y sin principios. La educación es un acto de amor a la verdad y, por tanto, un servicio esencial a la persona y a la sociedad.
Un compromiso irrenunciable
Hoy más que nunca, la batalla por la educación es una batalla por la verdad.
La escuela no puede ser un lugar por donde el alumno transite una serie de años evitándole todo tipo de frustraciones, ni siquiera un simple espacio de transmisión de información, sino un lugar donde se forjen convicciones firmes y criterios sólidos.
Como educadores, padres y formadores, debemos asumir con valentía la tarea de guiar a los jóvenes en la búsqueda de la verdad, mostrándoles que no todo es relativo, que hay certezas sobre las cuales se puede y vale la pena, construir sus vidas.
El relativismo no es el camino hacia la libertad, sino hacia el caos.
La educación en la verdad, en cambio, es el único fundamento sobre el cual podemos edificar una sociedad justa, libre y verdaderamente humana.