La falsedad es la negación de la Verdad. A menudo es un grito de pretensiones que ahogan en un mar de lágrimas repintadas de opulencia y bienestar. Mintiendo corroemos el mundo, llenándolo de fiebres que propagan el desatino por activa.
Allá vamos, embaucados,
persiguiendo entre espinas
tanto bien fugaz del mundo,
reviviendo y soñando lo pasado,
un destello en nuestras miras;
seducidos, allá vamos
pecheando,
ensoberbecidos contra el nudo
que −suspirando desatado y desasido−
desentrañar nos permita,
a por todas,
contra dioses y nereidas
cuanto dábamos por perdido.
Allá vamos, fiel amigo,
hechizando y mintiendo.
…¡A vivir, que son dos días!
¿Era eso tanto que me ofrecías?
Ya será tarde.
Ahora nos dicen que pronto seremos inmortales, que pegando injertos y máquinas superpoderosas a nuestro cuerpo y hasta la conciencia, alcanzaremos lo imposible. Que lo imposible está hecho para el que se rinde, quien se toma por necio y se considera una parte; que desafiar a los dioses es lo que dignifica al ser humano: que no somos parte, sino el todo. ¡El no-va-más, vaya! ¿Y nuestro Dios y Padre? ¿Qué pensará? Investiguemos cual detective avezado.
Mentira, doble vida y falsedad: un proceso
Ante todo, no seamos falsos. Ser falso es un paso más que llevar doble vida; es radicalizar la mentira, no como un juego para salirte con la tuya, sino ya para derrocar la Verdad, y con ella a tu hermano que lucha por serle fiel. Ser falso es a menudo una escapatoria que encontramos para salirnos con la nuestra en nuestra mentira, por pretensiones que en lugar de ser premoniciones o virtudes son humo de hojarasca seca, con cuya humareda deseamos ahogar la Verdad, con malicia. El falso ejecuta por la vía directa los planes del diablo adoptando una decisión libre y responsable que le lleva a vivir una mentira, haciéndose culpable ante Dios y los hombres.
Llevado al extremo después de mucho caminar bajo los efectos narcotizantes de la mentira, la falsedad es el arma de quien desea carcomer el mundo con la mentira con la intención de suplantar a Dios por un espejismo de Poder oculto que al principio no conoce realmente, pero con que poco a poco, narcotizado por los efectos de la hojarasca, acaba firmando de su puño y letra las obras del Averno. Eso es el pecado: una decisión libre y responsable.
Podríamos decir, no obstante, que la persona no es en algunos casos culpable de lo que creemos pecado, según lo expresa en otro contexto Pablo D’Ors: “Las palabras sellan lo que el cuerpo ya sabe”. Eso es, que el cerebro dice lo que el cuerpo previamente ha sentido.
El acto libre
Efectivamente, la neurociencia ha probado por bioimagen que antes de que tomemos una decisión, el cuerpo ya ha sentido; de manera que la decisión no sería “acto libre y responsable” en caso de que la persona en cuestión, por ejemplo, desvaríe a modo paranoico por debilidad emocional, pero aun así, solo podrá hacerlo y en definitiva solo lo hace después de que el cerebro ya ha reaccionado. La incógnita será qué hacemos con ese movimiento de los afectos: ahí vendría la decisión.
Esto que apuntamos nos hace imposible señalar a una persona concreta como agente del diablo (como en rigor lo es todo pecado), pues es difícil que conozcamos su fondo, imposible de determinar sin conocer y ver su alma: aunque podemos señalar el pecado, no podemos hacer lo mismo con el pecador. Eso solo puede hacerlo Dios.
Eso sí, evidentemente, por las pistas que tengamos, nos será prudente adoptar una postura determinada, y obrar en consecuencia. Ni si nos implantaran un chip que retratara lo que llaman nuestra conciencia sería posible determinar quién acepta ese movimiento del alma o no: veríamos los movimientos y el producto del acto libre y responsable, pero no el acto de decisión en sí. Porque la conciencia solo la ve Dios. Sea como fuere, intentar esconder el acto de decisión personal de la acción del chip sería un martirio no visto por la Humanidad hasta el día de hoy.
Miedo a la Verdad
Aplicando todo lo dicho a nuestro cometido, observamos que ir en busca de la Verdad nos está siendo cada día que pasa más difícil, pues hay fuerzas ocultas −cada día más explícitas− que mueven las que nos son patentes, que viven la falsedad hasta el extremo de tratar de corromper la Creación de Dios, solo por la soberbia de quien se cree capaz de ser el Supermán de la Historia… de manera que llegan a ser la carroña del Averno.
Y así estamos en nuestro mundo. ¡Nos están mintiendo en la cara! A veces con una sonrisita, eso sí, pero otras tantas, con mano dura, y no solo les dejamos hacer, sino que hasta nos los creemos… ¡y luego les hacemos el juego! Queremos creer que somos supermanes como ellos, que nos miren y rían nuestras gracias. Por soberbia. Por envidia. Por comodidad.
Ciertamente, vamos ebrios de presunciones. No una, sino muchas, en plural. Pero sabemos que nos engañamos, pues nuestra conciencia siempre está ahí, avisándonos. ¿Por qué cedemos a los impulsos? ¡Tenemos miedo de mirar nuestra alma, porque tememos verla como es! Y tememos que nos la vean los otros: por eso la escondemos. ¡Escondemos la Verdad! Pero −al menos lo intentamos− no nos importe el qué dirán. Vayamos decididos hacia nuestro objetivo, que es el Amor de Dios… concretado en el amor al hermano. Ahí se prueba el alma joven: en que seguimos buscando la Verdad esquiva. Y en esas estamos. ¡Continuaremos!
Twitter: @jordimariada
Aunque podemos señalar el pecado, no podemos hacer lo mismo con el pecador. Eso solo puede hacerlo Dios Share on X