Vivir la Verdad −o ponernos en su camino, digámoslo así− es una responsabilidad. La más grande responsabilidad que tenemos como personas. No solo para los cristianos, sino para todo ser humano. Si lo pensamos bien, lo es porque la Verdad es el nudo que anuda o desanuda la vida de toda la existencia que nos rodea y de la nuestra propia como seres personales que somos. Por eso, una vez descubierto que estamos en camino e implicados en él con voluntad decidida, debemos compartirla.
Ya hemos visto en capítulos anteriores de esta serie que la Verdad no se alcanza en vida terrenal, sino tras la muerte, al nacer a la eternidad: “los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de condena” (Jn 5,29). Pero todos en alguna medida la descubriremos: sabremos quién es Dios. Unos gozaremos de la Gloria, y el resto se morderán los labios de rabia al advertir parcialmente (en la medida que Dios les permita) lo que han perdido. Eternamente.
Es importante tener en cuenta que, por este motivo del comprender la realidad del pecado y la Verdad (siempre, insistamos, según la permisión divina), en el Cielo no tendremos problemas de envidias y soberbias; eso sí, el Infierno será un consumirse sin consumirse con las consecuencias devastadoras de la propia condenación, con la certeza −eterna e irrevocable− de no ver a Dios ni gozar de la contemplación y el sentido de la más sublime Gloria eterna; tanto que, a nuestro limitado entender humano, ni nos es imaginable. Con solo pensar en el summum del summum ya nos puede entrar vahído.
Por todo lo meditado hasta aquí (y que nos reclama seguir meditando), se nos hace bastante evidente que el no reconocer la Verdad −o al menos el no ponerse en camino−, más aún, el rechazar y hasta negar la Verdad empecinadamente, es el motivo de la desquiciada infelicidad reinante en nuestro mundo pretendidamente civilizado, sencillamente porque sin asumir la búsqueda de la Verdad es imposible encontrarle sentido a la existencia. De ahí el incremento descontrolado de las enfermedades mentales y los suicidios.
Algunos dirán que “ya tienen su verdad” y que con eso ya les va bien porque “van tirando”, a lo que yo les responderé muy rápido que “su” verdad no es “la” Verdad. Muchos viven hoy un sucedáneo de verdad que no es más que la mentira de vivir una verdad subjetiva hecha a medida de las propias capacidades, aspiraciones y limitaciones. Y por tanto, estrecha de miras.
Con una “verdad” así no es posible encontrar el sentido profundo de la existencia humana, pues tarde o temprano los acontecimientos nos depararán interrogantes a los que no sabremos responder ni entender que no entendemos, y por tanto nos condenaremos a un vivir sin convencimiento ni posible aceptación de la esencia de la Verdad, lo cual nos derivará al más rancio amargor.
Seamos sinceros. Una verdad como la que describimos es una babucha de andar por casa, que a la que la sacas a la intemperie de la realidad, la primera lluvia del invierno ya demuestra que no está hecha para soportar las inclemencias de las contradicciones y hasta tempestades que nos deparará tarde o temprano la vida. Hay que entender que no se entiende.
Además, las tempestades nos serán hechas a medida, pespuntadas por nuestra propia mentira (el pretender que nuestra babucha está hecha a prueba de bomba). Y la vida nos parecerá muerte, porque no sabremos morir a nuestras presunciones con que encararemos (si es que nos quedan fuerzas) los tufos de nuestra autosuficiencia. Una autosuficiencia que nos será echada por los suelos con tanta virulencia como le hayamos puesto a su ocultación. Entender que no se entiende.
Con esta consideración −que no es moco de pavo si te lo piensas con apertura de mente y profundidad− lo dejamos por hoy y nos emplazamos para la semana que viene. Gracias a ti, hermano, mi hermana del alma, en nuestro caminar estamos descubriendo juntos −me parece− que la Verdad no es lo que solemos vivir en nuestro día a día, sino que más bien nos fabricamos un apaño. Será cuestión de ponerle remedio, ¿no crees?
Por tanto, como veo que nos ayuda y que caminamos juntos con tantos amigos y amigas, es para mí un reto y una responsabilidad propia y ajena escribir estas líneas para compartir retazos de mis anhelos, mostrándome a corazón abierto tratando de penetrar la superficie de esa Verdad única e inabarcable, intentando entender que no se entiende. Esa es mi llamada a la acción de hoy: ¡”reza-y-actúa” para que encontremos todos la Verdad! ¡Cuento contigo!
¡Hasta la semana que viene! ¡Gracias por seguirme!
La Verdad es el nudo que anuda o desanuda la vida de toda la existencia que nos rodea y de la nuestra propia como seres personales que somos Share on X