Hoy profundizaremos en la soberana irreverencia que denunciamos en el anterior capítulo de esta serie. Observaremos que, aunque parece que la Verdad surge donde nos hablan ensordecedoramente de ella, habitualmente ahí no la encontramos, porque la Verdad no necesita, más aún, no gusta de estridencias ni difamaciones, pues fluye como mana el agua de la fuente de un río, a veces torrente cristalino. Se goza. Se siente. Se contagia. “Dime de qué alardeas, y te diré de qué careces”, afirma el proverbio. La Verdad es. Y con ello basta.
Pero la Verdad es celosa, hay que diseccionarla y defenderla. Si miramos bien, advertiremos que no tiene nada de extraño relacionar el concepto “miedo o “selva” cuando alguien nos pronuncia la palabra “fiera”, pues son relaciones que tenemos impresas como arquetipos fijados en el subconsciente colectivo, fruto de nuestro pasado prehistórico.
Sucede algo similar con la extraña habilidad que tienen ciertas personas en subvertir conceptos que para cualquier persona de espíritu sencillo no tienen especial dificultad para ser entendidos, pero que para aquellos suenan al grito “guerra”. Y encima, pretenden vendértelos como si fueran la piedra filosofal. Jesús es claro con ellos: “Hemos comido y bebido contigo”, le dicen. “No sé de dónde sois. Apartaos de mí todos los servidores de la iniquidad”, les aborrece (Lc 13,26-27).
Incoherencias superlativas
Mira cómo el espécimen de falsa humanidad que denunciamos actúa sin coherencia alguna. Le pica una cosa, y te critica otra, por aquello de que no se note, pero es que no puede resistir sin hacerlo. Y lo hace precisamente con aquella idea de tu discurso que es más fácil de rebatir por ser más relativa.
Además, confunde la claridad de tu discurso (lo comprendo, para él es a veces insultante, que de eso se trata), con “agresividad”, según dice. Porque es tu claridad la que le pica y le hace ser agresivo a él, por aquello de la incompatibilidad de caracteres que tú pones de entrada sobre la mesa. Está acostumbrado a que le doren la píldora cuando él se sale por la tangente y se va de la olla, y le finjan pasar página (por aquello de tener paz), y así va consolidando su prepotencia en todos los frentes.
Comprometidos o acomodaticios
“¿Qué le vamos a hacer? El mundo es así”, respondes comodoncillo. Pero a esto te sentencia Jesús: “He venido a prender fuego en el mundo. (…) ¿Pensáis que he venido a traer paz? No, sino división” (Lc 12,49-51). Sucede como con aquella persona que se niega a colaborar aduciendo que eres “muy exigente”, solo porque le pides el currículum y le haces dos o tres preguntas con cuyas respuestas ya ve que no te la pasa ni con azúcar, y antes de que te pronuncies tú, se adelanta ella (por aquello del “empoderamiento”, ¡que está muy de moda!).
Ese es el auténtico orgullo del que se disfraza con piel de santurrón, que con mañas de mano izquierda (esas tan usadas en la política de hoy) procura transustanciar el objeto de las palabras (tus palabras) para atribuirles un significado que tú no les has adjudicado (su elucubración descerebrada).
Con nada tuyo se queda conforme, como les sucede a los niños de la plaza de la parábola cuando les tocan la flauta y les cantan lamentaciones (Lc 7,31-35): es la confusión que reina en su mente desquiciada, como les sucedió a los judíos que rechazaban a Jesús (por hipocresía).
Por el contrario, el sabelotodo voraz que nos ocupa pretende aparecer como pacificador, pero con sus palabras (si te fijas bien) queda patente que solo va a arrasar con tu persona enterita, sin ofrecer en tu lugar ninguna alternativa que no sea su castillo de naipes, actuando como la cizaña en medio del trigo que denuncia Jesús (Mt 13,24-30).
A decir verdad, son legión, porque son muchos (Cfr. Mc 5,9). Eso es lo que Jesús combate: al demonio. Tú lo tienes más fácil, porque no eres el Salvador del mundo, sino un “pobre siervo” (Lc 17,10). Por tanto, déjalos, y tú a lo tuyo, como advierte san Josemaría: “No pierdas tus energías y tu tiempo, que son de Dios, apedreando los perros que te ladren en el camino. Desprécialos.” (Camino. Ed. Rialp). Míratelo como que, si se pican, es que has dado en la diana. (Esa era tu intención, ¿no?).
Por defender la Verdad
Ser siervo te obliga a saber lo que quiere tu Amo, y a hacerlo. Te preguntarás, aún: “¿Cómo hemos llegado hasta aquí?”. La respuesta es diáfana: Por la inacción de los “buenos” (¿te crees que lo son?). Como vimos en nuestro artículo anterior, lo que quieren es paz y no mueven un dedo por una caridad cristiana mal entendida, o por miedo a ser mordidos. Y así, este mundo de Dios está cada vez más en manos de los malos, que ya están a punto de someterlo hasta la vuelta del Mesías liberador.
No sigas contemplando desde tribuna el espectáculo de la asfixia de los justos. Es ahora la hora, hermano, hermana del alma, ¡decídete! O nos remangamos todos y le damos a la manivela (que no es solo fabricar el chorizo, sino decidir cómo lo distribuimos e-qui-ta-ti-va-men-te con justicia), o la noria acabará saltando por los aires. ¡Levántate! Lo tuyo es tuyo, y nada más que tuyo. El diablo y sus congéneres están −como ves− a la que salta.
“¿Qué puedo hacer yo?”, me dirás. Y te digo: no contemporices más, la Verdad es la Verdad, no “apaños” a costa de los que parecen débiles y son los fuertes en el Amor, los que Jesús viene a liberar. ¡Defiende la Verdad con ellos, en el Amor! Abre los ojos: ahora Satán ya viene a por tu parte del pastel… a costa de tu conciencia. ¿Le vas permitir arramblártela?
La Verdad no necesita, más aún, no gusta de estridencias ni difamaciones, pues fluye como mana el agua de la fuente de un río, a veces torrente cristalino Share on X