El anzuelo que puse al final del capítulo anterior de esta serie (“reza-y-actúa”), podría ser un buen eslogan para que cada día más personas se sumen al cambio que necesitan nuestras sociedades… viviendo la Verdad en la profundidad de nuestras almas al fin hermanadas. ¿Qué te parece, hermano, mi hermana del alma, si empezamos, cada uno en su lugar, con su gente y con sus medios? ¿No consideras que esta sería una buena manera para afianzar el cambio? Créeme: ¡es la única! Porque tiramos mucho la culpa a nuestros políticos, pero… ¿y nosotros?, ¿qué haríamos?, ¿qué hacemos? Piensa. Por que ¿de dónde salen nuestros políticos sino de nosotros?
La eterna cuestión del merecimiento
No hay excusa. Aquí no vale el “él tiene, pero yo no tengo”. Ten en cuenta que es difícil caminar, porque es difícil vivir. Para todos. Aquí no vale el dinero, ni el físico, ni la fama… Cada uno sabe sus cosas, y aunque a veces son un ejemplo para otros, no es necesario ir pregonando las propias penas en espera de recompensa humana. Muchos tienen de todo, pero no son felices. Piensa que la recompensa la tienes ya en el Amor de Dios −el que te da con la vida humana y el que te dará eternamente con la Vida eterna−, caso de que tú le seas fiel, con lo que te ganarás la Gloria. Él te ama incluso si tú lo rechazas. Eso sí, al final tendrás tu justo merecido.
Sigamos pensando juntos. ¿Acaso no advertimos en la tele y las revistillas de cotilleo la vida descerebrada que siguen tantos, incluso pavoneándose de ella, haciendo pasar el orgullo, el pecado y el vicio por virtud, mientras se revuelcan en el fango de la efímera gloria humana? ¿No resulta evidente para todo hijo de vecino que es una gloria muy a ras de suelo, rastrera y asquerosamente pringosa esa que malviven? ¡Qué honor, haberse casado veinte veces, beneficiádose mil mujeres, escupido apariencia a los pobres que claman por un sorbo de agua fresca, derrochado fortunas que tanto bien podrían haber hecho arreglando tantos y tantos males que carcomen nuestro mundo pretendidamente “civilizado”!
La actitud que contagia
Parémonos aquí. Por un lado, sabemos de personas y empresas que colaboran (más o menos desinteresadamente según el caso) en hacer un mundo mejor para todos; favoreciendo el difícil desempeño de la dignidad humana que en tantos hermanos nuestros brilla por su ausencia; ayudando a incluir, desarrollar e integrar vidas rotas por las escandalosas desigualdades sociales que niegan el falso pregón de la igualdad de oportunidades; rescatando espectros que de tan desfigurados laceran el alma tan solo con su presencia o la mera visualización de una fotografía; la peste, el hambre, la guerra… Pero ¿nos hemos vuelto locos? ¿Y tenemos la desfachatez de seguir el espectáculo desde nuestras poltronas sin mover un dedo por favorecer su reparación? ¡Clama al cielo nuestra actitud prepotente!
¡Abre los ojos, hermano, mi hermana del alma! ¿Acaso sigues pensando que ahí se encuentra la Verdad? ¿Por ventura te has acallado la conciencia manipulando tu raciocinio hasta el punto de que tu propia “verdad” te deja ya flotando en un nirvana hinchado por tu egotismo? Para realizar la Verdad en tu vida y la de tantos no es necesario irse al inframundo de los países que sucumben a la opulencia de los todopoderosos, ni es necesario tan solo que te desenchufes de la tele por un momento y vayas en domingo a votar a uno u otro de nuestros políticos; basta con que hagas lo que puedas, por poco que sea: una sonrisa, una escucha, una corrección amable, un bocadillo, una ayuda, una mano…
Un mundo de hermanos
¿Ves como si pensamos, rezamos y actuamos, encontramos la salida? ¡Pero hay que actuar! Porque, si tú das la mano a uno, otro le sonríe, otro le escucha, otro reza con él, otro le dedica su trabajo… este mundo nuestro cambiaría, porque todos viviríamos hermanados en una creciente sincronización humana como la de las neuronas que se coordinan, los insectos que se aparean o los pájaros que vuelan libres en bandada. Pero no te contentes con dar lo que te sobra. Tienes que dar hasta que te duela. Eso es la santidad. ¡Eso es el amor que nos falta! ¡Ahí la Verdad brilla esplendorosa! ¡Ahí está Dios!
Con un tal final a modo de conclusión ilusionante, en nuestro caminar en busca de la Verdad vamos intuyendo cada vez con mayor evidencia que esta reside en el amor, como el amor reside en Dios. Porque “Dios es amor” (1 Jn 4,8). Por ahí seguiremos la semana que viene en busca de la Verdad, cada vez más ciertos de que sin ella la vida palidece, declina y muere. ¡Tanta es nuestra responsabilidad! ¡Asúmela! ¡Convence! O tú o Dios. Él, todo lo consigue y lo retribuye todo, a las buenas o a las malas. Definitivamente. ¿Hay algo más concluyente?
Tiramos mucho la culpa a nuestros políticos, pero… ¿y nosotros?, ¿qué haríamos?, ¿qué hacemos? Share on X