¡Hola, amigo! ¡Bienvenida, amiga del alma! Me tienes aquí, a tu lado, sí, pero porque te hablo de verdades excelsas, ¡no te pienses que soy Dios encarnado… ni un pretencioso! Si te interesa lo que te digo es porque primero lo pienso, o lo pienso mientras te lo digo, y luego tú tienes la amabilidad de leerme. Soy un humano débil y pecador, como cualquiera. Por eso, porque me lo reconozco, hace tantos años que persigo a la Verdad, pero todavía no la he encontrado. Me asegura mi religión católica que la aprehenderé cuando goce de la visión de Dios, Uno y Trino, en el Cielo (eso, si llego a entrar porque san Pedro me lo permite).
Pero ¿qué sucede? ¿Te crees que porque te hablo de la Verdad −esa inmutable− es porque la poseo? ¡Estás equivocado! La Verdad no hay nadie que la aprehenda en su totalidad en vida mortal, porque solo se aprehende −en la parte que Dios lo permita−, en vida celestial, y eso es un mucho pedir, que hay que merecerse. Como mínimo, buscándola. Si no, ¿a qué el Cielo?, ¿como una golosina de niño malcriado? ¡El Cielo es para recios: hombres muy hombres y mujeres muy mujeres!
El símil y la metáfora
Estoy en camino. Para acertar mis pisadas, procuro limpiarme bien el cristal a través del cual miro, porque sé que si está empañado no me proporciona la visión correcta, y luego tropiezo y me doy un trompicón porque me caigo. Como cuando me lo pongo de color rosa para deleitarme con mis propias neuras. ¡El cristal debe ser transparente, diáfano y con la graduación correcta! −pues ya sabemos que si no, nos desenfoca el camino, y nos perdemos.
Toma nota, que es importante para ti y para mí. Para recuperar la visión que a veces perdemos en el camino (o si nos perdemos de camino), los cristianos tenemos el sacramento de la confesión, instituido por el mismo Jesucristo cuando sentencia: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados, a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20,23).
Aún −desconfiando− me retas, cuando me desvío o cuando dudo: “¿No es eso lo que dices en tus artículos y en tus libros? ¡Aplícate el cuento!”. Pero no te confundas, hermano, hermana del alma. ¿Te crees que para mí la vida es un camino de rosas? ¡Así que quizás deberás aplicártelo tú, no crees?
Sí, hermano, mi querida hermana. Trataré de aplicármelo siendo consecuente en mis obras como pretendo serlo en mis escritos, pero sabes que no es fácil, no me lo pongas tú más difícil abrazándote a la sospecha y buscándome defectos −incluso difamándome a mi espalda− con la lupa de tu cristal aconcavado o aconvexado.
Muy bien. Dicho esto, te diré que para mí (porque lo he descubierto) la Verdad está en Jesús de Nazaret, Hijo del Dios Vivo y eterno, “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14,6): Eso sí, la conozco (o la entreveo, digámoslo así) de manera muy parcial desde mi particular visión, como san Pablo cuando escribe a los de Corinto: “Vemos como en un espejo, borrosamente; entonces veremos cara a cara” (1 Cor 13,12). En esa misma línea, Jesús confirma para los que le sigan: “Y conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres” (Jn 8,32).
Profundicemos
“Y ¿dónde encuentras tu Verdad?”, me desafías aún, a lo que siempre te replico que no es “mi” verdad, sino la parte de la Verdad única de la que todos bebemos, pues es lógico −me parece a mí− que el ser es ser en esencia, pues si no, no sería ser, como afirma Dios a Moisés en la zarza: “Yo soy el que soy” (Ex 3,14). Por tanto, todos somos “a través” o “por” ese Ser, que es la esencia del Universo que vemos y no vemos, y de todo lo creado y lo increado.
No sé si esa es la Verdad, o si no sé más: la Verdad la veo (o la intuyo, si quieres, tratando de aprehenderla) en las cosas creadas, tratando de no tergiversarlas con el cristal bien o mal graduado del que hablábamos. Si es La Verdad, será lógico que se haga justicia a quien la asume y a quien no, ¿no crees? Y, si el Ser es eterno, será lógico y también de justicia que el premio o el castigo sean eternos, ¿no es así? Esa Verdad única e irrepetible nos la ha transmitido en la medida de lo posible Jesús con su Palabra, sus milagros y su vida entera: “Si no me creéis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el padre” (Jn 10,38).
Esa Palabra (como es lógico para un evento tan trascendental), ha sido plasmada para la posteridad en la Biblia, y actualizada en el tiempo por la Iglesia, a través de su cabeza el Papa y hermanado con los obispos unidos a él: ellos forman el Magisterio desde que Jesús le encargó a Pedro: “Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18); y a todos los apóstoles les confió: “Os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt 19,28).
Concluyendo, que es gerundio
Por tanto, la Iglesia no es un invento de los hombres, sino el Cuerpo místico de Jesús, como Él mismo afirma en la parábola de la vid y los sarmientos (Jn 15,1-8), san Pablo reafirma que formamos un solo cuerpo (1 Cor 12,1-31), y, como insiste Jesús, “todos vosotros sois hermanos” (Mt 23,8). Por si no hubiera bastante, más adelante Jesús insiste: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado se salvará, pero el que no crea se condenará” (Mc 16,15-16), “El Espíritu Santo os recordará cuanto os he dicho” (Jn 14,26).
Y si te parece, lo dejamos aquí por hoy. Ya es bastante por ahora. Te invito a meditarlo esta semana, porque te va la Vida… eterna (ya hemos apuntado que es por justicia a ti y a tus hermanos). Si te decides a seguirme, continuaremos la semana que viene, porque aún quiero decirte más cosas.
Mientras tanto, podrías ponerte en camino, a ver si descubres la Verdad en tus pasos, pues la Verdad se vive, no se elucubra; y se concretiza amando, que es gerundio (acción y movimiento), no es un simple infinitivo para lucir en el diccionario del protocolo social. Cuando llegues al Cielo, no te preguntarán si la has encontrado (porque hemos dicho que la Verdad en esencia no es aprehensible y se encuentra en el Cielo); lo que te preguntarán es si la has buscado: los tibios no entran. Aquí entraríamos en un más allá, pero ya vale, y me callo. ¡Hasta la semana que viene!
Esa Verdad única e irrepetible nos la ha transmitido en la medida de lo posible Jesús con su Palabra, sus milagros y su vida entera Share on X