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En aras de la Verdad

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En un mundo en que prima la apariencia, honra el tiempo y enriquece el alma oír o leer voces que se levantan en defensa de la Verdad. En su defensa, no es fácil sustraerse o responder acertadamente a críticas malintencionadas, a menudo “desde dentro” inflamadas por la soberbia de quien apaga la luz en la tiniebla pretendiendo brillar entre los suyos, ni es sencillo alzar la voz consiguiendo resonancia entre el entramado cada día más conquistado por el Enemigo.

He escrito “Enemigo” con mayúscula, porque pareciera como si todos van ya a una mano a mano de Su mano tras la pelota; hasta ahora se escabullían algunas voces interesadas que lo que pretendían era simplemente reclamar atención, pero en la actualidad renacen con fuerza endiablada dada la morbosidad que flota en el ambiente.

Ante un tiempo que se nos escapa entre las rendijas de la pasividad de tantos y la incredulidad de los pasmados, la libertad se nos coarta cada día que pasa con mayor intensidad y amplitud, y si levantas la voz para quejarte, hasta de cerca te saltan las chispas, como si fueras tú el malo de la película, cuando en realidad ellos son los que te traicionan. ¡Salgamos! Viviendo atrincherados no serviríamos de nada: es preciso henchir el campo de batalla desde todos los flancos a la zaga del horizonte, lo más organizados posible, aprovechando la sabia fresca que a todas las edades fluye por las venas que trasiegan con alegría y fuerza defendiendo el labrantío con la intensidad que reclama la lucha sin cuartel y se resiste a ser pisoteada.

Contra la destrucción, ofrezcamos vida nueva. Sobre las ruinas, construyamos el Templo Santo. La libertad de expresión y las nuevas formas deben ser promovidas desde dentro y exigidas fuera, no permitiendo al Enemigo avanzar en su ataque a la Vida y la Verdad que Jesús vino a proclamar con semilla buena (Mc 4,26-29) en un momento de la Historia que tenía muchas coincidencias con el actual. Hay una diferencia fundamental, quizás, que sea nueva en el tiempo vivido por el ser humano hasta hoy: la fuerza y el alcance del impacto, que hace parecer fuerte al mensaje que nos impone solo porque es ampliamente difundido, y más cuanto más retorcido es… por más que sea lo que siempre ha sido: mentira.

Romper con lo negativo de la vida

En semejante panorama, la Palabra con mayúscula es la única que puede asegurar el triunfo, por más imposible y esquelético que parezca, pues la fuerza de la palabra con minúscula hoy no es nada en comparación con el libro que la Palabra escribió, la Biblia, sabedores de que incluso el mundo “se hizo a través de la Palabra” (Jn 1,1-14). Pero no debemos olvidar que la fe sin las obras está muerta (Sant 2,14-19): “Obras son amores, y no buenas razones”, dice el proverbio. Por tanto, hablemos con las obras y obremos con la Palabra, unidos en una misma voluntad, sintiéndonos hermanos (Mt 23,8), bajo la guía de nuestro Pastor, Jesús, “el Cristo que ha de venir” (Hch 1,9-11), representado en la tierra por el Papa y los obispos unidos a Él. ¡Juntos seremos imbatibles! El Espíritu nos sostiene y nos guía.

No nos dejemos arrastrar e incapacitar por el instinto que envilece el alma, sino inflamémonos en el “Amor de los amores” (expresión que recrea el Cantar de los Cantares), aportando cada uno su granito de arena para fortalecer el Cuerpo místico de Cristo que debe enfrentar aún “los padecimientos del tiempo presente [que] no son comparables con la gloria futura que se va a manifestar en nosotros” (Rom 8,18). Denunciémoslas con incisión y determinación, ofreciendo no obstante “la Verdad con caridad” (Efe 4,15), sabedores de que “la humildad es la Verdad” (Sta. Teresa de Jesús).

Atenazan a menudo el embate las discordias y rencillas (incluso desde dentro, ¡así está el patio!) por pretender dominar con la autoafirmación egótica y someter bajo el propio control al que parece débil e indefenso, pero ya advirtió san Pablo que, en Jesús, nuestra fuerza se muestra en la debilidad (Cfr. 2 Cor 12,10). Con y en la humildad somos fuertes como para derruir cualquier arsenal y fortaleza que el Enemigo alce para defender sus posiciones, sabedores de que tarde o temprano se alzará “la victoria de nuestro Dios” (Sal 98).

En consonancia, hemos de superarnos cada día ejercitándonos en las virtudes (Cfr. Fil 4,8) y ayudando al hermano que pide o ya no puede ni pedir justicia. El resto, mucho fingir-fingir, pero es un camelo que va a ser en “el día del Señor” (2 Pe 3,10) retribuido según sus obras. Por ello, no debemos permitir ni una duda en el frente, ciertos de la victoria temprana, tal como nos ha confiado Nuestra Madre María: “Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará” (Virgen de Fátima). ¡Alcémonos, corramos la voz!

Twitter: @jordimariada

Hemos de superarnos cada día ejercitándonos en las virtudes (Cfr. Fil 4,8) y ayudando al hermano que pide o ya no puede ni pedir justicia Clic para tuitear

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