Dentro de pocos días, el 10 de noviembre, los ciudadanos españoles volverán a estar convocados a las urnas, en una nueva repetición que desgasta la naturaleza parlamentaria del estado.
No está nada claro que el resultado haga más fácil la formación de un nuevo gobierno, pero no solo por los diputados que alcancen los distintos partidos, sino por los bloqueos, bloques, líneas rojas e incompatibilidades personales que presiden la política de este país, y que están a años luz de los que presidieron la Transición y Pactos de la Moncloa. Hay un problema generacional, y un problema en la propia sociedad en la que crecen los pirómanos, y pocos ejercen de bomberos, quizás porque quemar es mucho más simple que apagar un fuego.
En este contexto, crecen y se multiplican los problemas de la sociedad española. La cuestión es si las elecciones y las distintas agendas políticas los afrontan realmente. Recordémoslas:
La primera y más evidente es la que vive Cataluña e impacta en toda España.
La segunda es la crisis de los partidos políticos que arrastra a las instituciones políticas y ha vuelto tan difícil e inestable la formación de un gobierno.
La tercera, que se ramifica en muchas, es la surgida de las dificultades estructurales de la economía española. La situación de la banca afectada por los bajos tipos de interés que afectan su rentabilidad, y por una transición energética que amenaza a parte del valor de activos importantes, relacionados con el antiguo régimen de energía del carbono, la desindustrialización, el déficit estructural del estado, la deuda creciente de la Seguridad Social, que supera los 50.000 millones y crece a un ritmo de 10.000 millones al año en los tres últimos años, precisamente cuando el empleo se ha recuperado.
La cuarta crisis es a largo plazo la más demoledora, y la que posee efectos múltiples, económicos y sociales, y que a pesar de ello es secundaria o inexistente en las agendas de los partidos políticos. Nos referimos a la crisis de natalidad y a sus consecuencias.
La quinta es la crisis educacional. Desde los jóvenes que ni estudian ni trabajan a los repetidores reiterados y el abandono temprano, pero también la formación del ciberproletariado: Sin memoria, sin datos, conocimiento o léxico. A todo ello se le añade la de las generaciones con más títulos y menos conocimientos, y la debilidad de la educación permanente, y la formación en el trabajo.
La sexta actúa sobre diversos planos convergentes del trabajo. El desempleo juvenil generador de desempleo crónico y un futuro jubilado pobre. Los desempleados de larga duración, el precariado. La cultura del trabajo está desapareciendo como dimensión de la realización humana.
Séptima crisis, la mala financiación de las autonomías está degradando el estado del bienestar, porque son ellas y no el gobierno central las que lo realizan en la salud, la educación, la dependencia y los servicios sociales.
Octava y peligrosa crisis. La de la clase media, de la que forman parte el 60% de la población y es la base de la estabilidad del sistema democrático. Resolverla significa responder a dos cuestiones: dotar de seguridad el futuro de su calidad de vida y a su capacidad para trasmitirla a sus hijos.
La novena crisis es de la identidad, del ser humano, del significado del ser hombre y mujer. La falta de reflexión sobre las consecuencias de esta antropología inusual en la historia es una gran irresponsabilidad, y el destrozo en la formación de la personalidad el carácter y la moral de niños y adolescentes empieza a ser terrible.
A estas nueve crisis, y nos falta la decisiva, se añaden muchos indicadores generadores de graves dificultades presentes y futuras como por ejemplo malos signos de nuestro tiempo. ¿Qué significan?
- Crece el número de personas que viven solas, signo de la debilidad de las relaciones entre hombre y mujer, de los lazos familiares y causa de grandes costes sociales
- El incremento de determinados delitos violentos. Las agresiones que denuncian maestros, personal sanitario, bullyng escolar, hijos contra los padres expresan el crecimiento de nuevas violencias algunas como el bullyng, no tienen nada de nueva, pero manifiesta la mayor debilidad psíquica de la víctima hoy en día.
- Crecimiento de los comportamientos antisociales. Ruido nocturno, botellón, borracheras, las peleas nocturnas de fin de semana, las violaciones en grupo…
- Incremento extraordinario del negocio de la seguridad privada, a la par que el número de policías, y personas encarceladas.
- Crisis de autoridad de las instituciones, falta de respeto y de autoridad
- Reducción del número de personas vinculadas a asociaciones generadoras de capital social, y su sustitución por actividades con fines lucrativos.
- Transformación del interés público en interés corporativo. En el marco de la primacía de lo individual emerge con fuerza el neo corporativismo.
- Una sociedad desculturizada. La mayor renta, en contra de lo que se presuponía, no determina un crecimiento de las dimensiones humanas. Solo hace falta observar aspectos tan importantes como el nivel del debate político, las tertulias radiofónicas y televisivas, y la programación de la televisión
- Una cultura perturbada que solo puede dar lugar a más y más personas perturbadas. El consumo de antidepresivos y estimulantes se multiplica sin parar
- No existe un proyecto, un fin común, ni se sabe sobre qué bases asentarlo.
- La herejía en el sentido que le da John Helliott. Una manifestación parcialmente correcta, una percepción muy aguda de una parte de la verdad, y que dicha parte substituye al todo. Una presentación sencilla, seductora, con apelación directa a las emociones, y persuasiva para el intelecto porque no se necesita ningún esfuerzo de compresión.
Y la lista podría seguir. Seguro que usted Puede añadir más cosas
En la raíz de todo esto se encuentra la décima crisis, la del sentido moral, consecuencia de la desaparición o sumo debilitamiento del Tensor cristiano que mantenía la cohesión colectiva, guiaba la práctica personal y ofrecía un horizonte de sentido.
Si esto es así, pregúntese a cuanto de ello responde la política. Pero no se quede ahí. Interróguese sobre la responsabilidad de los cristianos, luz, fermento y sal del mundo, y en su dimensión colectiva del pueblo de Dios