Donald Trump ha ganado las elecciones y se convertirá en el 47º presidente de los Estados Unidos, siendo el segundo en volver a ocupar la presidencia después de haber perdido su reelección. La magnitud de su victoria se evidencia en el hecho de que Kamala Harris ha obtenido uno de los peores resultados para los demócratas en toda su historia.
Trump no solo ha ganado en votos electorales, alcanzando 301 (que podrían aumentar una vez se termine el conteo) frente a los 270 necesarios para ser proclamado presidente, sino que también ha logrado cambiar el panorama del Senado, obteniendo 52 de los 100 escaños, con 4aún por asignar. Además, en la Cámara de Representantes ya cuenta con 212 escaños frente a los 200 de los demócratas, de los 218 necesarios para la mayoría. También han ganado más gobernaciones estatales. Incluso el candidato a vicepresidente junto a Harris, Tim Walz, gobernador de Minnesota desde 2019, ha sido derrotado. A esto se suma la mayoría de los jueces de perfil centrista y conservador en el Tribunal Supremo.
Se ha producido el resurgimiento del «fenómeno Trump«, tan maltratado en nuestros medios, donde ha sido calificado de loco, fascista, delincuente, homófobo, estúpido… Estos términos y más han sido utilizados por muchos periodistas, contribuyendo a presentar una imagen excesiva y distorsionada de Trump, que impide entender por qué ha conseguido tantos votos, mientras que Harris, presentada como la «Obama mujer» y representante de la «nueva generación» (con más de sesenta años), no ha logrado captar el apoyo esperado.
Ya afloran análisis frívolos y tendenciosos que se preguntan si Estados Unidos está «preparado» para tener una presidenta mujer, pregunta que podría aplicarse también a Francia o, incluso, según este razonamiento, el país realmente feminista es Italia.
Trump ha transformado el Partido Republicano desde sus cimientos. Aunque las bases de esta transformación ya se vislumbraban en la era Reagan, otro presidente singularmente valorado por sus ciudadanos y maltratado por los medios españoles en su momento, ahora el partido de la derecha es el partido de los trabajadores y los pobres, comenzando por los blancos y extendiéndose luego a los latinos, hasta ahora un bloque sólido de los demócratas. Trump también ha atraído muchos votos de otros dos feudos tradicionalmente demócratas: los jóvenes menores de 25 años y los votantes negros.
Aquí es donde ha ocurrido lo que Obama temía e intentó evitar sin éxito: el rechazo a Harris por centrar su campaña en el feminismo radical, el mayoritario, que tiene en la perspectiva de género su texto sagrado.
Otro gran derrotado de esta campaña, junto con los demócratas, ha sido el feminismo de género, el que hegemoniza los planteamientos políticos en este ámbito. Este ha sido uno de tantos errores de Harris, que ha demostrado el hartazgo ante sus excesos, que no han atraído a más mujeres de las que ya estaban convencidas y ha contribuido a que votantes demócratas e independientes se refugiaran en Trump. El feminismo no hace presidentes; en todo caso, los impide.
El aborto, tan asociado a la campaña de Harris, tampoco le ha servido. En este caso, el resultado es ambivalente. Este tema fue objeto de consulta en diversos estados, y los resultados muestran una especie de empate. En Dakota del Sur, los votantes rechazaron una medida que habría permitido el aborto en los primeros tres meses de embarazo, optando por mantener la prohibición actual de 12 semanas en la constitución del estado. En Florida, una medida que habría anulado la prohibición estatal de abortos después de seis semanas no alcanzó el umbral del 60% y fracasó. Por otro lado, en Montana se estableció el derecho al aborto hasta la viabilidad del feto en la constitución estatal. Colorado, Nevada y Maryland, que ya contaban con leyes que protegían el acceso al aborto, vieron como los votantes respaldaron el derecho en sus constituciones.
Esto demuestra que en los estados donde Trump ganó ha habido un voto dual, ya que muchos de los favorables al aborto en las consultas estatales optaron por Trump en la elección presidencial. También es un indicio de cómo se ha enraizado esta postura en la conciencia de muchas mujeres, aunque en menor medida entre los hombres.
En realidad, Trump ha ganado con tanta amplitud porque su campaña se apoyó en dos oleadas. La primera, que viene de tiempo atrás, es la guerra cultural contra los planteamientos woke, el feminismo radical, el activismo LGBT y el aborto, que en campaña fue sostenida por el vicepresidente Vance. La segunda oleada, que fue el centro de la campaña de Trump, se centró en los temas que más preocupan a los estadounidenses: la situación económica, la necesidad de cambiar el estado actual de las cosas y la inmigración. Ha sido en estas cuestiones donde Trump ha completado su triunfo.
Y para evitar malentendidos, cuando alguien lo considera desde el frame típico del Partido Popular. El actual Partido Republicano encarna la alternativa cultural, y sus bases y alianzas han dedicado cuatro años a consolidar estos valores, lo cual ha dado a su núcleo una resistencia sólida. Al mismo tiempo, especialmente durante la campaña, ha alzado la bandera de los más perjudicados: los empobrecidos, la clase media degradada y los trabajadores. No una sola de estas causas, sino todas, con tiempos e intensidades distintas.
Ahora, aterrizando en España, el PSOE del sanchismo, el único que existe, se prepara para aprobar en su Congreso una de las nuevas banderas en las que confía para la reelección: establecer en la Constitución el derecho al aborto y al matrimonio homosexual. Ante esta terrible amenaza, ¿cuánto tiempo habrá que esperar para forjar una gran alianza por la vida, su dignidad y el estado de derecho?
Donald Trump regresa a la Casa Blanca: una victoria histórica que reconfigura el panorama político estadounidense y pone en jaque las bases del Partido Demócrata Share on X