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Elecciones generales (2): La paz que nadie quiere prometer

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Las campañas electorales tienen siempre algo de apremiante, casi de asfixiante. Los partidos nos asaltan con paradisíacas promesas electorales, si les otorgamos nuestro voto, y con apocalípticos presagios, si decidimos concedérselo a un adversario. Nos acosan, nos bombardean y al final puede el votante hasta equivocarse atribuyendo a uno lo que ofrece el otro, tal es el maremágnum de propuestas en el que nadamos cada vez que abrimos un periódico. Al final de la campaña se nos deja un día de reflexión, cuando haría falta al menos un año para  reflexionar seriamente sobre las propuestas expuestas en el zoco político.

En la actual campaña electoral estamos asistiendo a un espectáculo especialmente falto de dignidad. 

El ciudadano que se informa sobre los programas electorales de los distintos partidos no encontrará ninguno que merezca tal nombre, que inspire confianza o que parezca guiado por la seriedad. En todas partes se topará con ofertas que parecen sacadas de un catálogo comercial en tiempo de rebajas, de liquidación de fin de temporada.

Uno ofrece subvenciones, gratuidades y toda clase de ventajas sin explicar de dónde saldrán los fondos para pagarlas. Otro promete rebajar tal y cual impuesto y suprimir unos cuantos más, pero igualmente sin aclarar de dónde obtendrá los recursos para que el estado cumpla con sus obligaciones. Y no falta quien más o menos promete ambas cosas a la vez.

Los temas económicos ocupan más espacio que ningún otro en los programas electorales, casi todo gira alrededor del dinero. Ciertamente es un asunto importante, por desgracia. Pero también es cierto que no sólo de pan vive el hombre.

De todos modos, lo que se advierte fácilmente es que los programas electorales fueron redactados con precipitación y sin otra pretensión que aparecer apetitosos, mediante el fácil recurso de prometer satisfacer los intereses particulares del mayor número de votantes posible, aunque para ello haya que recurrir al engaño o a patrocinar y agigantar el egoísmo individual o de grupo.

La búsqueda del bien común, la armonización de intereses sociales diversos (e incluso divergentes), la llamada a la solidaridad entre los distintos actores sociales, la mención del inevitable precio que tendrá toda medida que se tome, las consecuencias a largo plazo de las políticas propuestas, etc. son aspectos que no parecen interesar a nadie: de lo que se trata es de convencer a la clientela de que compre un producto de usar y tirar con fecha de caducidad de, como máximo, cuatro años.

Si esto es así, no se debe sólo a la falta de competencia y honestidad de quienes hacen estas ofertas, sino también al hecho mismo de que el electorado está bastante predispuesto a dejarse engañar por el surtido de baratijas políticas que se le ofrece en este proceso electoral degradado a la condición de mercado.

En medio de tantas banalidades como figuran en los programas electorales, se echan de menos propuestas serias sobre temas serios. Uno de estos temas, uno de los más acuciantes, sino el más grave de todos, brilla por su ausencia. Me refiero al tema de la paz.

En estos momentos en Europa mueren decenas de miles de personas, soldados y civiles, rusos y ucranianos, en una guerra como este continente no veía desde hace casi ochenta años. Esta guerra nos está exponiendo al peligro de una tercera guerra mundial más que ningún otro conflicto anterior y nos está hundiendo en una crisis económica de dimensiones y consecuencias imprevisibles, crisis que, como siempre, se cebará sobre todo en los más débiles, pero que afectará también desastrosamente a la inmensa mayoría de la población europea.

Cada día de conflicto ahonda y ensancha los abismos que separan a los beligerantes, crea nuevos y cada vez más irreconciliables rencores y enemistades no sólo entre rusos y ucranianos, sino entre todas las naciones.

Por si esto no fuera bastante, se está produciendo un rearme peligrosísimo y costosísimo, inmenso derroche de recursos que se necesitan urgentemente para fines mucho mejores y mucho más importantes. Al mismo tiempo la argumentación política se militariza y el horror de la guerra se convierte en un medio de hacer política cada vez más aceptado y «blanqueado» por discursos falaces y perversos, a los que se va progresivamente acostumbrando a los pueblos. En resumen, una situación de pesadilla.

Pero de este tema no se habla en la campaña electoral. Y mientras tanto, escudándose en una palabrería rimbombante importada de Bruselas y de Washington, el gobierno de España contribuye a armar y a entrenar a uno de los bandos beligerantes, sin que esto sirva para otra cosa que para prolongar la masacre y agravar los peligros que nos amenazan a todos.

Ni una iniciativa diplomática, ni un intento de negociación o acercamiento, ni un conato de mediación entre los estados beligerantes, ni una protesta de la oposición, nada de nada: la política española en este asunto es la de seguir dócilmente al rebaño de los belicistas y echar más leña al fuego, para que el incendio se extienda y nos carbonice a todos.

De esta política, que solamente puede ser calificada de criminal, seremos víctimas todos, no solamente los que ya están cayendo en el frente de batalla; y lo seremos incluso a corto plazo, si esta guerra no acaba muy pronto.

Ciertamente el ciudadano español no tiene ninguna influencia directa sobre los gobiernos de Moscú o Kiev, pero sí sobre el gobierno de Madrid, y éste sí puede contribuir a recuperar la paz. ¿Por qué no se adopta una posición sensata como la de Hungría? ¿Por qué no se sigue el ejemplo mediador de la Santa Sede?

Rebajas de impuestos, subvenciones, créditos baratos, aumentos de sueldos, viviendas para todos, becas, mayores beneficios empresariales… Castillos en el aire que mañana mismo, en un instante, se desvanecerán como telarañas al viento si no cesa la guerra, si no se negocia, si no se comienza una estricta política de diplomacia y de desarme.

Pero en la campaña electoral todo esto se pasa por alto, a ningún partido le interesa. Se sueña en voz alta, se grita, se insulta, se promete lo que no podrá ser. Y mientras tanto la ciudadanía, distraída por este pobre espectáculo, se niega a mirar más allá de sus intereses inmediatos. De ella, más que de ningún otro, depende el seguir caminando como sonámbulos o el despertar y cambiar el rumbo antes de caer por el abismo.

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Los programas fueron redactados con precipitación y sin otra pretensión que aparecer apetitosos, mediante el fácil recurso de prometer satisfacer los intereses particulares del mayor número de votantes posible Share on X

 

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