En los últimos tiempos la tendencia al totalitarismo en los más diversos aspectos de la vida social y aun individual se ha acentuado de manera alarmante.
Conviene entender que totalitarismo no es solamente un rasgo de determinados regímenes políticos dictatoriales encarnados en figuras como Mussolini o Stalin. Tales sistemas políticos son ciertamente una forma explícita de totalitarismo gubernativo, pero también existen otras, más engañosas e igualmente peligrosas.
La defensa dogmática o fatalista de conceptos como el progreso, la técnica, el crecimiento económico, el mercado o la globalización, así como el complejo formado por una ideología de género cada vez más radicalizada, sin olvidar los diversos identitarismos (sexualistas, nacionalistas, racistas, clasistas, etc.) han ido convirtiéndose cada vez más en expresiones de un pensamiento totalitario. También la religión puede fácilmente desvirtuarse y adquirir tales rasgos. Altos ideales como justicia, libertad, protección del medio ambiente, igualdad, derechos humanos y hasta sanidad e higiene llegan a ser manipulados en el mismo sentido.
Una de las consecuencias más nefastas del totalitarismo es generar totalitarismos opuestos.
Precisamente en estos días de campaña electoral se advierte toda la inclemencia y la insensatez de estas actitudes. Si, por darle un nombre neutro, el partido negro defiende una posición, automáticamente los adeptos del partido blanco defenderán la contraria y viceversa. No importan los argumentos, no importan los hechos, no importan las razones.
De este modo se crean «correcciones» y «contracorrecciones políticas» igualmente falsas y dañinas. Conceptos relativos, programas políticos perecederos, opiniones provisorias, intereses declarados o inconfesables, caprichos banales y codicias de todo tipo son elevados a la categoría de verdad absoluta y convertidos en ídolos de una pseudorreligión condenada a estrellarse contra la realidad.
Personalmente, por poner un ejemplo, he leído en alguna ocasión declaraciones de Ignacio Garriga, de Vox, que me han parecido muy correctas y otras que considero nada razonables. Con Lilith Verstrynge, de Podemos, puedo estar muy de acuerdo en algunos aspectos y no menos en desacuerdo en otros.
Y lo mismo puedo decir de la mayoría de las opciones políticas actuales. Ciertamente, ninguna me parece suficientemente satisfactoria (incluso pidiendo poco), pero tampoco puedo condenar a ninguna en bloque, combativamente, totalmente, totalitariamente.
Es inquietante el modo en que en los últimos años se ha perdido el sentido de la relatividad de los fenómenos políticos y sociales, mientras que paralelamente se relativiza cada vez más un conjunto de valores y verdades fundamentados en la naturaleza misma y que, en consecuencia, habrían de ser asumidos por todos.
En el ámbito de la religión sucede más o menos lo mismo: los propios creyentes relativizan verdades cardinales de la fe y absolutizan opiniones discutibles.
Confundimos la ficción con la realidad y lo deseado con lo existente.
La galopante artificialización de nuestra vida, cada vez más alejada de una naturaleza a la que maltratamos perversamente mientras cantamos sus alabanzas, y nuestra cotidianamente ahondada inmersión en un pseudomundo virtual nos privan de sentido de lo real y, paradójicamete, castran, si no matan, nuestra imaginación: somos incapaces de volar alto, reptamos ciegos y sordos por el laberinto del materialismo.
extraviados en la desesperación nos aferramos a cualquier cosa, en especial a las mentiras más cómodas, que parecen ofrecernos una seguridad inmediata.
De este modo perdemos el norte y extraviados en la desesperación nos aferramos a cualquier cosa, en especial a las mentiras más cómodas, que parecen ofrecernos una seguridad inmediata. Encadenados a estas falsas convicciones nos hundimos cada vez más, sin notarlo, en una insensata radicalización.
Estamos a un paso de implantar el totalitarismo en nosotros mismos, un totalitarismo íntimo que es la raíz del totalitarismo político y social. Lo que sigue, tarde o temprano, es opresión, violencia, destrucción. Y al final llega el caos, el peor enemigo de la paz y la justicia.
Luchar contra estas tendencias es una fatigosa empresa de la razón, la voluntad y el corazón. Los días de campaña electoral no son mal momento para comenzar esta labor.
Estamos a un paso de implantar el totalitarismo en nosotros mismos, un totalitarismo íntimo que es la raíz del totalitarismo político y social Share on X