Este próximo domingo se celebrarán elecciones anticipadas al Parlamento de Cataluña, convocadas por el actual presidente, Pere Aragonès, toda vez que no consiguió aprobar los presupuestos para este año. Fue una decisión razonablemente democrática; si un gobierno no consigue hacer presupuesto debería dimitir porque en buena práctica parlamentaria esta es su principal función, aunque, por ejemplo, el presidente Sánchez no lo entienda así.
De todas maneras, hay que decir que Aragonès gobernaba desde una pequeña minoría, solo 33 diputados de 135, y, por tanto, también en buena práctica democrática, ya hace tiempo que debería haber puesto su gobierno a disposición de la confianza de los electores. Sea como sea, y si las encuestas no se equivocan mucho, el actual presidente de la Generalitat no repetirá en su cargo.
¿Quién lo sustituirá?
Todas las encuestas coinciden en la victoria de Salvador Illa, el que fue ministro de Sanidad de ingrato recuerdo durante la COVID, quien nunca, como todo el Gobierno Sánchez con este a la cabeza, rindió cuentas de sus tareas a pesar de que se produjo el mayor número de muertos desde la Guerra Civil, y la más grande caída económica de la Unión Europea. Pero, por razones que sería necesario recomponer, gozó después de un notable predicamento, quizás porque llena la escena con una seriedad y moderación en el discurso, muy ajeno al histrionismo cainita que caracteriza a nuestra política.
Las encuestas lo sitúan por encima de los 40 diputados y casi el 30% de los votos. La impresión, ante el silencio legal de las encuestas de esta semana, es que, además, la exhibición de víctima justiciera de Sánchez le ha otorgado un último tirón. El domingo, como todo lo demás, lo sabremos de cierto.
Pero, su dificultad está en proclamarse presidente y formar Gobierno
Pero, su dificultad está en proclamarse presidente y formar Gobierno. Su única solución, dado el “no” de Puigdemont a pactar con él, radica en la reedición de un tripartito, con ERC y los Comunes de Ada Colau-Sumar, que en lo substancial son la reencarnación de la difunta Iniciativa per Catalunya, a su vez reformulación del PSUC, el partido de los comunistas catalanes. Este partido puede quedar reducido a la osamenta, sobre un 5% de los votos -no hace mucho tiempo ganaron las elecciones- y unos 5 diputados en lugar de los 8 actuales. Será el enésimo batacazo electoral de “Restar” (lo sentimos, la tentación era demasiado fuerte) de Yolanda Díaz, ahora en el feudo de la que fue su principal baza, Cataluña y la exalcaldesa Colau.
Pero, la solución tripartita no es fácil.
Primero, porque alberga malos recuerdos para el 70% de los electores. No es, digamos, muy popular, excepto para los suyos más suyos, y, segundo y más importante para ellos, porque el riesgo de hundimiento de ERC sería grande. Su apoyo incondicional a Sánchez le pasa factura y puede perder entre 7 y 9 diputados de sus actuales 33. Todavía peor, puede quedar claramente superada por Puigdemont. La mitad de su electorado está por la opción tripartita, pero la otra mitad no. Mal negocio. El pacto, definitivamente, la apartaría del campo de referencia independentista que, con nulas posibilidades reales, sigue siendo una potente referencia electoral.
Una variante sería el apoyo sin entrar en el gobierno. Pero entonces, ¿cómo alimentar a los 2.000 seguidores republicanos instalados en cargos públicos? Quizás mediante el apaño, nada fácil, de mantener a una parte de estos en el cargo a cambio del sostén parlamentario.
Claro que Illa puede albergar otra esperanza. Que el PP haga un “Collboni”, el actual alcalde de la ciudad, como hizo en el Ayuntamiento de Barcelona, y contribuya a hacerlo presidente a cambio de vetar el paso a los independentistas. Pero, en la sede municipal había ganado el moderado de Trias, aunque ya se sabe que “mejor roja -es un decir- que rota”; y en el caso de la Generalitat resultaría una sorpresa que Puigdemont superara la segunda plaza para encabezar la victoria.
El independentismo pierde por vez primera la mayoría absoluta
El independentismo pierde por vez primera la mayoría absoluta en el Parlamento, desde que Artur Mas ensayara la transformación de CDC hasta su hundimiento. Y esto es un signo relevante, en parte provocado por la proliferación de candidaturas de este signo, hasta seis, de las que cuatro pueden estar presentes.
La única duda es la última opción en llegar, Aliança Catalana, aunque más bien parece que sí conseguirá entrar con entre 1 y 3 diputados.
El PP remontará, y mucho, sobre los 13 escaños, partiendo de 3, que de todas maneras fue el peor resultado de su historia, a los que se debe añadir la desaparición de Ciudadanos y sus 6 diputados de la comunidad que los vio nacer y en la que, como flor de verano de alta montaña, ganó en una ocasión. Esa recuperación reduce algo la distancia enorme que los separaba de los socialistas -¡30 diputados!-. Pero muy poco, un par, parece ser. Con dos agravantes. Vox se mantiene en cotas próximas a las que alcanzó, entre 8 y 11 diputados, su cifra actual, y el hecho de que esta correlación traducida a unas elecciones generales hace muy difícil un gobierno de los populares por el diferencial de escaños que alcanzarían los socialistas en Cataluña.
Un buen resultado de Puigdemont le llevaría a forzar la mano para ser presidente, aunque no fuera la primera fuerza
Corolario: de lo dicho hasta aquí, Cataluña es el baluarte de Sánchez a pesar de que no obtenga más del 30% de los votos y poco más del 17% de apoyo del censo electoral. Cosas de la fragmentación política. Este fortín, si no cambian las cosas en estos días, solo tiene una amenaza y, además, hipotética. Un buen resultado de Puigdemont le llevaría a forzar la mano para ser presidente, aunque no fuera la primera fuerza -la escuela de Sánchez y del alcalde socialista de Barcelona, Collboni- pidiendo el apoyo de los socialistas catalanes, el PSC, a cambio de mantener el apoyo a Sánchez en Madrid. ¿Cedería el presidente del gobierno?
Y aún, una posibilidad nada exótica, la de que no se consiga formar gobierno y deban repetirse elecciones.
En definitiva, todo esto puede ir para largo y llegará la cita europea de junio sin nada resuelto.
¿Qué puede hacer un católico en estas condiciones?
Lo primero, constatar que no tiene una opción aceptable, entre otras razones, que las hay, porque VOX, cuyos afines siempre protestan cuando se discrepa de la ecuación voto cristianos=VOX, enarbola la liquidación de la autonomía y la vuelta a la división provincial, como con Franco, o los liberales de las Cortes de Cádiz; o sea, que el principio de subsidiariedad en este aspecto crucial, poco. Su estilo es difícil encajarlo en un estilo cristiano de hacer política, y su crítica a la inmigración, aunque recoge un problema que nadie aborda -ahora también Aliança Catalana- lo hacen en unos términos fuera de todo marco de doctrina social de la Iglesia. Vox –pero aquí no estamos para aconsejar- seguramente le iría bien más Meloni y menos casticismo. Y sobre todo más DSI.
A partir de aquella constatación, la consecuencia es clara. No se puede vivir siempre en la abstención o votando lo que rechazarías, pero que es menos malo que lo demás. Cataluña necesita como horizonte de sentido un espacio político amigable para Dios y el cristianismo (y quizás esta reflexión sirva para toda España).
Para en el ahora mismo, dos reflexiones.
La abstención, que sigue siendo la mejor forma, más que el voto en blanco, de exteriorizar el rechazo a lo que hay. O, dado que Sánchez ha convertido las elecciones catalanas en un plebiscito personal, actuar en consecuencia y optar por aquel sufragio que tenga más posibilidades de forzar unas elecciones en España a corto plazo. Un cálculo difícil en el que resulta fácil errar. En definitiva, a corto plazo, no existe una buena respuesta y es, a partir de ahí, que empieza el camino.
Un buen resultado de Puigdemont le llevaría a forzar la mano para ser presidente, aunque no fuera la primera fuerza pidiendo el apoyo de los socialistas catalanes, el PSC, a cambio de mantener el apoyo a Sánchez en Madrid Share on X
1 Comentario. Dejar nuevo
En mi opinión, un católico debería votar en conciencia, lo cual implica votar solo a partidos que no vulneran aspecto alguno de la doctrina social de la Iglesia y con los que pueda estar de acuerdo en todo.
En caso de no contar con un partido que cumpla estas expectativas, estoy de acuerdo en que el voto en blanco no es apropiado, pero tampoco la abstención, que se puede interpretar de muchas formas, además de que los católicos tenemos la obligación de participar en las elecciones. Lo adecuado sería el voto nulo, que es el que se valora como protesta. Este voto, a diferencia del voto en blanco, no cuenta como voto y no afecta a los porcentajes.
Otra opción es votar a aluno de los partidos minoritarios que se presentan y no obtienen escaños. Puesto que la acción política no solo se efectúa en los Parlamentos, este voto les estimula a seguir trabajando en el ámbito social por los valores que propugnan.
Un servidor es votante, siempre que puede, del partido Familia y Vida. Afortunadamente, en estas elecciones ha logrado convocatoria en Barcelona. Es el partido al que votaré, por los valores que defiende. El voto útil y el voto del mal menor me los tengo prohibidos. Sin querer meterme en vidas ajenas, me atrevo a decir que un católico tampoco debería permitirse este tipo de votos, porque no son la sal de la tierra ni la luz del mundo. Si somos católicos es por algo y para algo distinto a quienes no lo son.