fbpx

Judaísmo (5): La elaboración de la Biblia (su génesis y formación)

COMPARTIR EN REDES

La elaboración de los libros de la Biblia ha tenido una larga historia, cuya reconstrucción está llena de dificultades. No conocemos las fechas precisas de varios autores, destinatarios, composición, etc. La tradición oral, pues, precede a la escritura y afecta a los mismos textos durante el período de su redacción. Podemos decir que la Torah es la “memoria de Israel puesta por escrito”.

Es el itinerario que va de la memoria al libro, el trasvase espontáneo de la palabra hablada a la escritura, asumiendo esta última la misma autoridad vinculante que la predicación oral. El texto escrito se convierte en el “tesoro” de una comunidad. La mayoría de los textos bíblicos, continuaron siendo leídos, profundizados y reconocidos como “del pueblo de Dios” surgido de la comunidad y dirigido a ella y conservado en la comunidad, especialmente en los ámbitos de la familia, los santuarios y más tarde, el Templo.

Cuenta Eliade Mircea que la tradición oral de la Torah es antiquísima, y que fue poniéndose por escrito poco a poco, con el paso del tiempo. Si históricamente podemos hablar de Abraham como comienzo del relato, luego se van transmitiendo los relatos anteriores, recogiendo los mitos de la creación, el diluvio, la torre de Babel… pero aunque estos relatos sean puestos por escrito en una época posterior, y sean escritos tardíos, el material es arcaico.

Se pueden apreciar varios materiales en la construcción de esas Escrituras: la tradición yahvista (sobre los siglos X-IX a.C.), la eloísta algo más reciente. Junto a esas dos fuentes denominadas según el modo de nombrar a Dios, están la sacerdotal que pone el acento en la regulación de la religión y papel de los sacerdotes, y más en concreto la deuteronómica, que en ese libro resume esa tradición sacerdotal. La composición final de estos libros debe situarse en torno al tiempo del exilio (587-538 a.C.). Esta composición ha recibido la influencia de la reforma religiosa del rey Josías basada en el libro del Deuteronomio (622 a. C.). Las ideas y el estilo deuteronomista han configurado notablemente los seis libros (de Js a 2Re), hasta el punto de que a menudo se habla de estos textos como de la «historia deuteronomista».

La tradición dice que el núcleo fundamental de estos libros se remonta hasta Moisés; de hecho, el propio Moisés habría redactado el texto de la ley que debía conservarse en el arca de la alianza (cfr. Deuteronomio 31, 9) como códice normativo del pueblo hebreo. No se conoce cuándo se inició la recopilación de estos escritos inspirados para formar esta colección de la que quedaban excluidos los demás libros de oráculos, no inspirados. Como fecha en la que ya estaba definitivamente completa se puede citar el año 180 a.C.; cerca de ese año el autor del Eclesiástico (Ecc 46,1-49,15) enumera una serie de personajes para hacer un elogio de los antepasados, y en su enumeración sigue exactamente el orden de esta colección.

Este conjunto de libros fue considerada como dotada de la misma dignidad y autoridad que la Ley; de hecho la fórmula «ley y profetas» se hizo muy habitual para designar las Escrituras.

K´tubim. Esta colección se inicia con la recogida de los Salmos, realizada posiblemente con fines litúrgicos.  Se sabe que el rey Ezequías, de Judá, hacia el año 700 a.C. dio orden de recopilar algunos proverbios de Salomón (cfr. Prov 25, 1), y también reglamentó el canto de salmos de David y Asaf en la liturgia (cfr. 2 Chr 29, 30).

A estas primeras colecciones se fueron añadiendo todas las demás obras sapienciales y didácticas.

Hacia el año 130 a.C. se nombra esta tercera categoría de escritos en el Prólogo del Eclesiástico – escrito por el nieto del autor, poniéndolos a la misma altura que la Ley y los Profetas.

No hay duda de que la colección estaba completa en el siglo II, porque entonces fue terminada la traducción de los LXX en Alejandría,  en la que figuran todos.

Las etapas de formación del corpus de la Torah es:

1) La etapa patriarcal, Génesis, ss. XX-XIX a.C., con los primeros primeros personajes históricos de la Biblia (aunque esté salpicado de mitos). Es una vida nómada, llena de dificultades, con la inconmovible esperanza en las promesas divinas de una tierra y una descendencia numerosa.

2) La etapa mosaica: En torno a los años 1250-1200 a.C. (Exodo, Levítico y Números). Los descendientes de Jacob-Israel, desde José hasta Moisés, con el que pasan de la esclavitud de Egipto a convertirse en el pueblo de Dios. En el Deuteronomio se narra el mensaje de que la historia del pueblo escogido -por la mediación de Moisés- es una liberación que apunta a una alianza. En el decálogo – código moral de este pacto – Yahwéh se presenta como quien libera y salva.

3) La etapa de la Monarquía: Después de 200 años de lucha por la ocupación e la tierra prometida (Josué y Jueces) sigue la larga experiencia de la Monarquía (1000 a 587 a.C.) Se fusionan las tribus en un único pueblo por la intervención del profeta Samuel en tiempos de David (Samuel 2, Reyes 2), la separación de las tribus del Norte (tradición “elohista”) y del Sur (tradición “yahwista”)  a la muerte de Salomón, la caída del reino de Samaria (722 a.C.) y del reino de Jerusalén (587 a.C.). Se destaca el mensaje de su fidelidad al monoteísmo, en el que se incluye el anuncio de las promesas mesiánicas de salvación. Acontecimientos y profecía se convertirán en libros, escritos, espiritualidad y culto. El libro del Deuteronomio se sitúa en la confluencia de tres grandes corrientes que inspiraron y construyeron el alma de Israel: la Tradición mosaica, el Profetismo y la Sabiduría.

4) Etapa del Exilio o cautividad babilónica: en el 587 a.C. cae Jerusalén en poder de los babilonios. Los cincuenta años del exilio van a ser la “época dorada” del libro escrito: seguramente se reescriben los distintos libros, y se redactan los libros de Ezequiel y el segundo Isaías. El pueblo en el exilio siente más vivamente que nunca la santidad de Dios. La fijación de la Toráh desempeña un papel protector y  sirve de vínculo comunitario entre los desterrados. Aparece la importante tradición sacerdotal con la sigla P. que contiene el “Levítico”, la mitad del “Éxodo” etc).

Durante el Período persa (538-333 a C.), va debilitándose el profetismo. Junto a la redacción definitiva del Pentateuco (Génesis, Éxodo, Números, Levítico y Deuteronomio), se redactan las obras  de la literatura sapiencial: el libro de Jonás (nombre de un profeta de la época de Jeroboam II que ahora se “reacondiciona” con la historia mítica del cetáceo), la historia de Rut (en tiempos de los Jueces), el Cantar de los Cantares, Los Proverbios, El Eclesiastés, Job, y el relato de Tobías que se relaciona con los acontecimientos de finales del S. VIII a C.

5) Etapa del judaísmo: Se llama así porque sólo vuelven a Jerusalén y a la “tierra prometida” un resto de los descendientes de Judá (los que formaban el Reino del Sur) gracias al decreto liberador del rey persa Ciro. Viven sometidos a poderes extranjeros: primero a los “seléucidas” (dinastía griega de uno de los generales de Alejandro), y después a Roma, desde el año 63 a C. con la intervención de Pompeyo. A pesar de ello, el pueblo conserva su autonomía religiosa que se vertebra en torno a tres ejes:

a) la lectura en la sinagoga de la Toráh de Moisés y de los escritos proféticos,

b) los nuevos mensajes proféticos de Ageo, Zacarías, Joel, etc, y

c) las reflexiones de los maestros de “sabiduría” que buscan el sentido de la vida humana y el plan divino de la historia. En esta etapa distinguiremos tres períodos: persa, helenístico y macabeo.

Durante este tiempo destacamos:

Período Helenístico (333-63). Se redactan los libros de las Crónicas, los de Esdrás y Nehemías, y se dan los últimos toques al libro de los Salmos.

Período macabeo (hacia el 175 a.C.): Se escriben los dos libros de los Macabeos, nace la literatura apocalíptica: libro de Daniel. El libro de época más reciente es Sabiduría (S. I a C., no reconocido por los judíos).

La elección de los libros tuvo su comienzo con Moisés, a quien se considera el autor sustancial del Pentateuco (Toráh), y su redacción definitiva tiene lugar en tiempos de Esdras. Hay unos libros no reconocidos por los judíos, que sí están en el canon cristiano, que los llama deuterocanónicos y son: Tobías, Judit, Sabiduría, Baruc, Eclesiástico, 1 y 2 Macabeos, Daniel  y fragmentos de Ester (están en la traducción griega de los Setenta, que los inserta entre los protocanónicos).

A partir del S. I d C. los judíos de Jerusalén eliminaron algunos libros del canon. ¿Por qué?

Algunos los atribuyen a que después de Esdras no volvió a surgir un “profeta” que ratificase el carácter inspirado de los escritos más recientes, o quizás porque  después de la destrucción de Jerusalén y del Templo (70 d C.) y del fin del sacerdocio levítico, los fariseos tuvieron una hegemonía absoluta y excluyeron algunos libros del canon al no estar escritos en hebreo y sobre el suelo de Palestina, aunque los verdaderos motivos podrían bien ser la hostilidad de los fariseos a la dinastía de los Macabeos, considerada como usurpadora de los derechos de la dinastía davídica, y las controversias con los cristianos, rechazando la versión alejandrina que la Iglesia usaba. La decisión oficial vino en el Sínodo de Yamnia hacia el 95-100 d C. que sacó del canon judío siete libros sagrados. (Los Protestantes en el S. XVI, excluyeron también estos libros de su canon, a los que denominaron “apócrifos”).

Los escritos del Mar Muerto

Los descubrimientos arqueológicos muestran la existencia de escritos bíblicos anteriores al S. X y hasta quizá el S. XII. a. C. Esa literatura está constituida por el Pentateuco (Genesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio); los Históricos (Josué, Jueces, Rut, 1 & 2 Samuel, 1 & 2 Reyes), y por muchos documentos y libros anteriores, contemporáneos y posteriores a estos. Es de destacar que no se conservan textos muy antiguos; pero sí se conservan de un modo muy superior a otras fuentes literarias, por ejemplo las primeras copias de los textos de Platón, el pensador antiguo más venerado y del que tenemos más textos, son más de 1200 años posteriores a él (con las manipulaciones que pudieran haber hecho).

Así, es importante para ver la no manipulación (identidad) de los escritos bíblicos actuales con los antiguos, el descubrimiento de los manuscritos de Qumram en 1947 en el Wadi Qumrán, junto al Mar Muerto: aparecieron en diversas cuevas, once en total, unas jarras de barro que contenían un buen número de documentos escritos en hebreo, arameo y griego.

Los Manuscritos del Mar Muerto son una colección de textos judíos antiguos que datan de alrededor del siglo III a.C. hasta el siglo I d.C. Incluyen copias de muchos libros del Antiguo Testamento (Tanaj o Biblia hebrea) y otros escritos judíos. Estos manuscritos son importantes porque proporcionan información valiosa sobre la vida y las creencias de una comunidad judía en la antigüedad. Se supone que dejaron de escribirse el año 70 d.C., en que tuvo lugar la destrucción de Jerusalén y que fue cuando se escondieron hasta que un pastor los encontró por casualidad en unas cuevas.

Se han recompuesto unos 800 escritos de entre varios miles de fragmentos, puesto que son muy pocos los documentos que han llegado completos. Hay fragmentos de todos los libros del Antiguo Testamento, excepto de Ester, de muchos libros judíos no canónicos ya conocidos e incluso de otros hasta entonces desconocidos, y han aparecido un buen número de escritos propios del grupo sectario de esenios que se habían retirado al desierto.

Los documentos más importantes sin duda son los textos de la Biblia.

Hasta el descubrimiento de los textos de Qumrán, los manuscritos en hebreo más antiguos que poseíamos eran de los siglos IX-X d.C. por lo que cabía sospechar que en ellos se habrían mutilado, añadido o modificado palabras o frases incómodas de los originales. (El texto griego se compuso en Alejandría, y de ese sí hay testimonios antiguos: es más célebre de las versiones griegas, llamada de los “Setenta” porque se habla de 70 sabios que la hicieron en Egipto en los S. III-II a C., cuando los judíos de Alejandría, conociendo mal el hebreo, necesitaban una traducción). Con los nuevos descubrimientos se ha comprobado que los textos encontrados coinciden con los medievales, aunque son casi mil años anteriores, y que las pocas variantes que presentan coinciden en gran parte con algunas ya atestiguadas por la versión griega llamada de los Setenta o por el Pentateuco samaritano. Otros muchos documentos han contribuido a demostrar que había un modo de interpretar la Escritura (y las normas legales) diferente al habitual entre saduceos o fariseos7. En resumen, no ha habido manipulación en los textos bíblicos.

Redacción de las Escrituras

Los libros fueron escritos en tres lenguas: la mayor parte en hebreo, algo en arameo y dos de ellos en griego (Sabiduría y el 2º de los Macabeos. El 1º de los Macabeos originalmente en hebreo, nos ha llegado en versión griega). Los libros más antiguos se escribieron en hebreo con caracteres fenicios. Después del exilio de Babilonia (S. VI a C.) se empezó a utilizar la escritura llamada “cuadrada” propia de los arameos que deriva de los fenicios. En esos caracteres se encuentra escrita la Torah hebrea.

En cuanto al método para escribir, los primeros vestigios de la Biblia vienen del sur de Babilonia, por obra de los sumerios que son considerados los inventores de la escritura (hacia el 3500 a C.).

El material para escribir era muy variado. Los asiro-babilonios empleaban tabletas de arcilla fresca en las que imprimían signos con un punzón de madera o metal, dejando una impronta en forma de cuña (de ahí el nombre de “cuneiforme”) y que ponían luego a secar al sol o al fuego para que se endureciera. Los egipcios, en torno al 3000 a C. disponían de un material más barato y práctico, constituido por las fibras del “papiro” -planta muy abundante- aplastadas y trabadas con una especie de engrudo (éste es el origen de nuestro “papel”). El papiro fue importado de Egipto a Palestina, convirtiéndose en material ordinario de escritura para el antiguo Israel.

Tiempo después (S.II a C.) los hebreos conocerán -a través de los persas- el “pergamino”, material más consistente y más caro de piel curtida o pulida (en el 100 a.C. se perfeccionó este material en la ciudad de Pérgamo). Primitivamente, las hojas de papiro o de pergamino se unían a otras en rollos (la liturgia judía ha permanecido fiel a este uso). La costumbre era de coser las hojas por grupos de cuatro hojas (“quaternion” de la que procede “cuaderno”) y después se agrupaban en un volumen (se hace así a partir del s. II a.C). Para escribir sobre el papiro se usaba el tallo de la misma planta; en los pergaminos se empleaba el cálamo, tallo de junco afilado.

Si los libros de la Biblia nos han llegado en estos soportes materiales tan deleznables, no es de extrañar que se hayan perdido los originales.

Hasta el S.XV con la invención de la imprenta, la transmisión de un texto antiguo se hacía por sucesivas copias, con los lógicos peligros. Las posibilidades de transmitir un texto antiguo con exactitud, disminuyen proporcionalmente al tiempo transcurrido (la distancia entre la redacción y el primer manuscrito conocido de cualquier texto antiguo, es enorme: 1400 años para las tragedias de Sófocles, Esquilo, Aristófanes y Tucídides; 1600 para Eurípides, 1300 para Platón como hemos dicho, y 1200 para Demóstenes.

Los textos bíblicos no son una excepción, no poseemos ningún autógrafo bíblico, los conocemos por sus transcripciones, de las que conservamos miles de manuscritos. Hasta los descubrimientos del siglo XX, los manuscritos hebreos más antiguos eran del S. X d. C. En 1896 se descubren en el Cairo 200.000 fragmentos de los S. VI-VII d. C., en los que destaca un texto manuscrito en hebreo del Eclesiástico. Entre 1947-56 con el descubrimiento de los manuscritos bíblicos en las cuevas de Qumrán, se abre un nuevo capítulo en la historia del texto hebreo, como hemos dicho.

Géneros literarios

Los libros se agrupan para los judíos en tres secciones: Torah o Pentateuco, Profetas y Escritos. Pero en todos ellos los géneros literarios son muy variados: además del histórico, tenemos el de los relatos «didácticos» o «doctrinales» con apariencias históricas, entre los que se destacan los libros de Tobías, Judit y Ester, que pueden considerarse una especie de «novelas históricas», cuya finalidad era levantar el ánimo de Israel en los momentos de desaliento y cuando el pueblo estaba más expuesto a dejarse arrastrar por el paganismo circundante.

Otro caso de relato «doctrinal» es el 2º libro de los Macabeos con la diferencia de que su autor no lo compuso sobre la base de alusiones bíblicas como las anteriores, sino de extractos de una obra histórica que se perdió (son deuterocanónicos, no admitidos por la versión oficial judía).

A estos géneros, hay que agregar el de los «oráculos proféticos» -iniciados casi siempre con la expresión: «Así habla el Señor»- que no sólo se encuentran en las «colecciones proféticas sino también en otros Libros, incluidos los Salmos.

Otros géneros literarios de la Biblia son el «proverbial» (Proverbios), el de los «poemas didácticos» (Sabiduría), el de los «diálogos sapienciales» (Job), el de las «súplicas individuales o colectivas» (Salmos), el de los «Himnos» Salmos.

También encontramos el género «apocalíptico», muy extendido entre los judíos desde el siglo II a.C. hasta el II d.C. Se caracteriza por sus «revelaciones», sobre todo acerca del porvenir, y en él abundan las visiones simbólicas, las alegorías enigmáticas, las imágenes sorprendentes y las especulaciones numéricas. Su aparición se explica por las duras condiciones de vida del Judaísmo tardío, que despertaron un gran anhelo de tiempos mejores y de liberación nacional. El prototipo de este género literario en el Antiguo Testamento es el libro de Daniel (en el Nuevo Testamento lo es el célebre Apocalipsis).

En un mismo Libro se mezclan a veces diversos géneros literarios, y tengamos en cuenta que un mismo hecho puede ser narrado con diversos géneros literarios. Un ejemplo de esto es lo que sucede con el «Oráculo profético» de 2 Samuel 7,4-17, que está en el origen de la esperanza mesiánica de Israel y tiene un hermoso paralelo poético en Salmo 89,20-38.

Hasta el descubrimiento de los textos de Qumrán, los manuscritos en hebreo más antiguos que poseíamos eran de los siglos IX-X d.C. por lo que cabía sospechar que en ellos se habrían mutilado, añadido o modificado palabras o frases… Share on X

¿Te ha gustado el artículo?

Ayúdanos con 1€ para seguir haciendo noticias como esta

Donar 1€
NOTICIAS RELACIONADAS

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Rellena este campo
Rellena este campo
Por favor, introduce una dirección de correo electrónico válida.

El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.