¿Qué tipo de sociedad acepta aprobar la muerte sin siquiera saber con qué se provocará?
En medio del creciente empuje legislativo global para legalizar el suicidio asistido bajo eufemismos de “muerte digna”, surgen verdades que deberían estremecer a cualquier conciencia recta.
Un reciente artículo de Raga Justin, publicado en Times Union, revela: la mayoría de los proyectos de ley sobre suicidio asistido no especifican qué drogas se usarán para matar a los pacientes. Es decir, la vida humana se está reduciendo a una fórmula secreta de laboratorio.
No estamos hablando de compasión ni de “dignidad”, como tanto repiten los promotores de estas leyes.
Lo que tienen ente manos son cocteles letales experimentales administrados sin garantías, sin suficientes estudios clínicos, sin protocolos médicos estandarizados.
En 2023, una persona en Oregón tardó 137 horas en morir después de ingerir la mezcla letal. ¡Cinco días y diecisiete horas de agonía! ¿Dónde está la dignidad? Y este no es el único caso.
La mentira del “buen morir”
El suicidio asistido es un fracaso moral, es un asesinato. Y no, no es medicina la medicina no es esto. Además, se trata desde el punto de vista de experimento humano sin ningún tipo de ética o moral.
Las combinaciones de fármacos han sido desarrolladas mediante pruebas en pacientes moribundos. Algunos de estos cócteles causan quemaduras en la garganta, otros extienden el proceso de muerte durante más de un día, generando sufrimiento justo cuando se les había prometido “paz”.
La gente cree que tomas una pastilla y listo. Pero es mucho peor que eso. Dejando a un lado la moral, ni siquiera la verdadera complejidad se explica al paciente, los daños no se publican en los folletos de las campañas pro-eutanasia, y desde luego no se menciona en los parlamentos donde se redactan estas leyes oscuras.
¿Y la Iglesia? Claridad total. Rechazo absoluto.
La Iglesia Católica, guardiana de la dignidad humana, condena sin titubeos toda forma de suicidio asistido y eutanasia. El Catecismo es claro: “Sea cual sea su forma o sus motivos, la eutanasia directa consiste en poner fin a la vida de personas con discapacidad, enfermas o moribundas. Es moralmente inaceptable” (CEC 2277).
Aceptar el suicidio asistido es afirmar que el valor de la vida humana depende del dolor, la productividad o la comodidad. Es legitimar la desesperanza. Es, en definitiva, decirle a Dios: “No eres el Señor de la vida”.
¿Dónde están los límites?
Si el Estado puede decidir quién vive y quién muere, y ni siquiera requiere claridad sobre cómo se mata, ¿Qué clase de justicia es esa?
Los defensores del suicidio asistido han demostrado que les interesa más la eficacia y el bajo costo del veneno que la vida de quienes lo consumen.
Es una barbarie que nada tiene de progreso.
Lo más escandaloso de todo esto es que un país que permite que sus ciudadanos mueran con drogas sin identificar, sin garantías y sin misericordia va directo hacía deshumanización.
La única muerte verdaderamente digna es aquella vivida con sentido, fe y esperanza en la vida eterna.
La dignidad no está en controlar el momento de la muerte, sino en vivir hasta el último aliento confiando en Dios, el único dueño de la vida.