Toca pararse a pensar. Todos sabemos que todo acontecimiento de la vida a menudo no es visto de la misma manera por todos, pues, como decía Jung, “pensar es difícil, por eso la mayor parte de la gente juzga”. Es más fácil agarrarse a las simplezas, pero éstas a través de su sabor dulzón nos dejan amargas las entrañas, como el Libro que un ángel del Apocalipsis le pide a san Juan que coma (Apc 10,8-10). Una indigestión que en la actualidad degenera fácilmente en el que los psicólogos llaman Síndrome de Tarzán, el cual impide digerir y sanar a toda persona que va saltando de experiencia en experiencia y de relación en relación de manera irreflexiva.
Ya sabes, hermano, mi hermana del alma, que dejarse llevar por inercia es cómodo, pero tarde o temprano corrompe el alma y nos hace viciosos inconsistentes, y finalmente −con la máxima inconsciencia− nos ata al pecado… y lo pagamos con creces. Para muchas personas el ridiculizar a su vecino −aquel que brilla más que ellas− es visto como su deporte favorito, incluso si es que no hacen ninguno: su músculo es la soberbia, tensada al cien por cien.
En toda crítica rastrera gratuita se esconde un complejo, que la persona que lo sufre arrastra dejando tras de sí un jugo viscoso que envenena a todo aquel que se cruza con ella o hasta la sigue imitándola con camaradería interesada. Es el mal de la propia complacencia, que con las redes está explosionando mucho más de lo que ya venía haciendo en los últimos años: nos creemos el centro del Universo, y no somos más que paja que esparce el viento. ¿No es eso lo que nos están enseñando las calamidades naturales?
Toca pararse a pensar. Estigmatizar es fácil, pero es vómito de perro mezquino. ¿Has advertido que los perros (hasta los más “educados”) se revuelcan en su propio vómito? No sé por qué, pero parece que en ello ponen todo su interés por sentirse miembro de sus miembros… aun si estos son escoria.
Fíjate bien. Advertirás que no advierten los desalmados criticones que criticando no solo se hacen responsables de un pecado, sino que se hacen daño espiritual; un daño que expande por los aires ese amargor que sienten en lo más íntimo de su ser y contagia su desnudez y desgana. Son movimientos cuya coordinación descoloca todo el entramado de sus relaciones y más allá (la Humanidad entera), pues, más allá de la eterna sabiduría oriental que habla de la fuerza tóxica de las palabras, en la actualidad incluso la ciencia ha llegado a comprobarlo y detectarlo por bioimagen: las palabras cambian la realidad propia y ajena, y con ello curan o enferman. Es Evangelio abierto, la Biblia corroborada: lo afirma Jesús en distintos momentos y de diversas maneras, como por ejemplo −y bien claro y contundente− en el pasaje de Mt 15,10-20.
Toca pararse a pensar. Será, pues, conveniente que pensemos más y hablemos menos, sobre todo cuando el que debería escuchar permanece en las musarañas y solo usa tu sabiduría ancestral para envenenar su alma con el vómito de su envidia, que como hemos visto, envenena todo su entorno. Y parte de su entorno eres tú, hermano, mi hermana del alma: no escampes sus miserias (que todos tenemos), so pena de caer tú en sus desechos… y como él, enfermo.
Twitter: @jordimariada
El Síndrome de Tarzán impide digerir y sanar a toda persona que va saltando de experiencia en experiencia y de relación en relación de manera irreflexiva Share on X