Nueve mártires del siglo XX en España terminaron su pasión el viernes 25 de septiembre de 1936: dos salesianos –Tomás Gil y Juan Codera– y un benedictino -el padre José Antón– en Madrid, dos pasionistas -el padre Juan Pedro de San Antonio y el hermano Pablo María de San José– y un marianista –Jesús Hita Miranda– en la provincia de Ciudad Real, un marista –Luis Fermín Huerta– preso en el barco Cabo Quilates, en Bilbao, un laico almeriense –Rafael Calatrava– y un sacerdote claretiano –José Capdevila– en Barcelona.
En Jaén y la orden trinitaria se celebra además al beato Marcos Criado (1569). En Rusia, la Iglesia ortodoxa ha glorificado a cuatro mártires de este día de 1937: dos arciprestes (Nicolás Zhitov y Teodoro Lebedev), un sacerdote (Juan Prudentov) y un laico (Alejo Voroshin).
José Antón Gómez, junto con otros tres sacerdotes benedictinos de Silos que atendían la parroquia de Montserrat en Madrid, fue beatificado en la catedral de la Almudena de Madrid el 29 de octubre de 2016 (es el que aparece sentado en el cartel).
Pudo esconderse y no lo hizo
Rafael Calatrava Ros, abogado y adorador nocturno almeriense de 55 años, fue asesinado en Tahal y beatificado el 25 de marzo de 2017 en Roquetas de Mar (también en Almería). Casado y con 11 hijos, gestionó el Monte de Piedad del obispado:
Al inicio de la Persecución Religiosa fue detenido junto a su hijo, el Siervo de Dios don Jaime Calatrava Romero y sufrieron juntos prisión. Ya que su hijo se negó a separarse de él, también unidos dieron testimonio de Cristo en el martirio.
Su hija doña Concepción recordaba así a su padre: «Mi padre era un hombre muy recto, muy caballero, le teníamos mucho cariño. Como cristiano puedo decir que era un católico practicante convencido. Tenía caridad con el prójimo; era buen esposo, buen padre, daba muchas limosnas a los pobres, pero no alardeaba por ello. En la Persecución no se acobardó; al contrario, pudo esconderse y no lo hizo. Se entregó dócilmente y con gran valentía soportó la prisión y el martirio.»
No habrá cielo si no cambiáis de vida
El sacerdote claretiano José Capdevila Portet, nacido en Vic (Barcelona) el 2 de agosto de 1890, tenía 46 años cuando lo mataron en Manlleu (Barcelona). Desde 1934 era superior en la casa de Sallent, de la que tuvo que salir nada más estallar la guerra, según la biografía de la beatificación (que tuvo lugar en Barcelona el 21 de octubre de 2017):
El día 20 de julio de 1936 por la tarde, junto con el P. Payás, se refugió en la casa vecina de D. José Soldevila Rebeya y de Dª. Rosario Subirá Arumí, situada en la calle Cos, 12, donde siguió la misma suerte que el P. Payás hasta que la huida nocturna durante el registro de los milicianos les separó.
El P. Capdevila, al no encontrar al P. Payás, huyó en solitario a las tres y media de la mañana. Empezó a subir cauce arriba el río Cornet y llegó al caserío Serraçants y luego a Cornet. Había caído rendido en la cuneta de la carretera y pasó un buen samaritano, Ramón Pujol, que le acomodó en su coche y lo llevó cerca de Cornet, a una casa, Cererols, a cuya caridad lo encomendó. También estuvo en otros lugares vecinos, como la casa de la hermana de un sacerdote allí refugiado, donde le dieron dinero y un breviario, o la casa Puig, donde le cambiaron el calzado.
El domingo 26 duerme en el bosque y, ante la dificultad, o imposibilidad, de volver a Sallent, planea ir a su casa natal de Vich. Por la tarde, guiado por el colono de Tardalletes llega hasta Borró de Toruelles. A las tres y media de la mañana del lunes 27, acompañado del masovero de Borró, va a hasta la casa Miquela, y desde aquí ya solo hasta su casa.
Ese día 27 por la tarde llegó a la finca La Esperanza, contigua a la suya, La Caborca. Allí encontró a su amigo de infancia, Salvador Puntí, que le informó y fue a avisar a los padres de la llegada del hijo. Poco después el P. Capdevila fue a su casa, después de ocho días de trashumancia llena de fatigas y peligros.
En su casa estuvo unas tres semanas, pues por consejo de su propia familia pasó a la casa vecina, o sea La Esperanza, por considerarla más segura. Durante todo este tiempo se dedicó a la vida de piedad, rezo del breviario y santo rosario y a infundir ánimos a todos. Confiaba en la Providencia de Dios y aceptaba su voluntad.
El día 24 de septiembre de 1936 por la tarde una patrulla de milicianos se presentó en coche en la finca La Esperanza para hacer el temible y terrible registro de costumbre y la rodearon. El P. Capdevila, al darse cuenta, o advertido por otro, intentó escapar descolgándose por una ventana, o balcón. Al verse descubierto se presentó y lo detuvieron, mientras una hija de D. Salvador fue a advertir a la madre del P. Capdevila, pero esta había sido advertida por su marido, que estaba en el campo y se había percatado de la situación. La madre salió corriendo al encuentro de su hijo, que estaba para entrar en el coche. Los revolucionarios apartaron a la madre de un empujón, que la hizo caer al suelo, pero con gran ánimo se levantó y pudo despedirse de su hijo.
Este le dijo:
Adiós, madre, hasta el cielo.
Ya no hay cielo, le interrumpió en alta voz uno de los marxistas.
Para vosotros, si no cambiáis de vida, no lo habrá, respondió el Padre.
La madre hizo esfuerzos inútiles para que no se llevaran a su hijo.
En el auto se lo llevaron preso al Ayuntamiento y de ahí a la cárcel. Su padre y su hermana María fueron al Ayuntamiento para verle, cosa que no les permitieron, y para saber si necesitaba ropa o algo y les contestaron que no necesitaba nada. Fue conducido a la cárcel de la ciudad y allí pasó todo el día 25.
El encargado de la prisión informó a los familiares que el mismo día que había entrado, había sido sacado a eso de las 11 de la noche junto con otro detenido. Este otro era el Rev. Pla.
Los llevaron por la carretera de Vich a Manlleu y los fusilaron junto a la casa de campo llamada el Furull, dentro del término municipal de este pueblo. Allí apareció fusilado el sábado 26 de septiembre y fue inhumado en el cementerio de Manlleu.
El martirio de Manuel Basulto y compañeros
Entre los 522 mártires beatificados el 13 de octubre de 2013 hay dos obispos, el auxiliar de Tarragona, Manuel Borràs, al que ya dediqué una entrada, y el de Jaén, Manuel Basulto, martirizado también el 12 de agosto de 1936, al que me refiero aquí por tener ya mucha información de otros martirios el artículo del aniversario.
El mayor fusilamiento público de la Guerra Civil
A este tema he dedicado un libro, El Tren de la Muerte, disponible en librerías (me lo pueden pedir dejando aquí un comentario).
A lo ya publicado, gracias a Carlos Navarro Ugena, puedo añadir que he localizado el lugar exacto de la matanza, que paso a presentar. Las fotos de posguerra no dejan lugar a duda de que el fusilamiento tuvo lugar al oeste de la vía del tren (a la derecha en las fotos), es decir, en el lado hacia Villaverde (pero dentro del término municipal de Vallecas), lo cual es coherente con que la gente que había estado en el lugar donde se detuvo el tren (apeadero de Santa Catalina) no tuviera que cruzar las vías (elevadas) y por ende el cordón de soldados y milicianos al llegar desde el oeste por la carretera para presenciar la matanza. Y ahora un relato somero sobre la trascendencia (civil) del evento.
Desprestigio definitivo de la República
El obispo de Jaén, Manuel Basulto Jiménez, de 67 años, y su vicario Félix Pérez Portela, de 41, fueron dos de las casi 200 víctimas mortales de la matanza del que se dio en llamar Tren de la Muerte, detenido en el Pozo del Tío Raimundo (Vallecas) antes de que pudiera poner a salvo en la cárcel de Alcalá de Henares a los presos enviados allí desde Jaén por el gobernador civil. La entrega de los presos a los soldados y milicianos socialistas, comunistas y anarquistas se hizo, por parte de la escolta de guardias civiles y de los guardias de Asalto que llegaron a reforzarles, por orden del director general de seguridad, Manuel Muñoz (de Izquierda Republicana, el partido de Azaña), con conocimiento del ministro de Gobernación, general Pozas, y muy probablemente del jefe del gobierno, Giral.
Basulto, que había sido obispo de Lugo desde 1910 y lo era de Jaén desde 1920, mostró su disposición al martirio al salir de la catedral -convertida en cárcel- de Jaén, pero no hay testimonios definitivos sobre si dijo algo en el momento de morir, más allá del gesto de cruzar los brazos sobre el pecho y ponerse de rodillas.
El último superviviente de la matanza aún vivo, Leocadio Moreno, recordó siempre vivamente el «gesto de pastor» del vicario general, cuando él le pidió la absolución antes de su previsible fusilamiento -que después no tuvo lugar-, y Portela se la dió, zafándose previamente de los milicianos que le sacaban del vagón del tren. Aunque entre los muertos de esa matanza, más los 11 del tren del día anterior, había otros sacerdotes y numerosas personas significadas por su catolicismo, solo Basulto y Portela fueron elegidos para el proceso de beatificación.
La matanza del Tren de la Muerte fue el mayor fusilamiento público (presenciado por entre mil y dos mil personas) de civiles en la guerra española, e hizo evidente que el Gobierno prefería tolerar esos crímenes antes que enfrentarse a las milicias a las que había armado. Esta desaparición del Estado de derecho no pasó desapercibida a los diplomáticos extranjeros. El embajador chileno, Aurelio Núñez Morgado, narró así en el libro Los sucesos de España (páginas 202-205) lo que expuso a los diplomáticos presentes en Madrid el 13 de agosto:
En estas circunstancias, dice el decano, cabe preguntarse si es posible no ayudar al afligido, al que escapa de las garras asesinas y viene a cobijarse bajo nuestras banderas. En caso de que no se acepte el derecho de refugio, ni siquiera de asilo, no habría otra cosa que hacer que ausentarse de Madrid, porque todos los hechos relatados y quien sabe cuantos que ignoramos significan que se carece de Gobierno y, en tales circunstancias, permanecer impasibles, limitándose a enviar notas tras notas, sin resultado práctico alguno, nos coloca en el triste papel de espectadores de la más tremenda tragedia o de cómplices por silencio de aquellos crímenes.
Por mi parte, termina, teniendo ya llena de gente mi Embajada; pero los demás representantes sabrán cada uno lo que le corresponderá hacer de acuerdo con sus respectivos gobiernos y sus conciencias.
El representante de la República Argentina pregunta si se autoriza al Cuerpo Diplomático para comunicar a sus respectivos gobiernos estas decisiones y el representante de Chile dice que no tiene ningún inconveniente.
El Sr. Ministro del Uruguay dice que el relato del Embajador de Chile le ha impresionado y que el hecho que el propio decano haya manifestado la idea de retirarse lo estima muy grave. Por su parte tiene instrucciones de su Gobierno de que pase a Francia cuando lo crea oportuno.
El Sr. Ministro del Perú cree que los representantes de las grandes potencias deben manifestar sus opiniones. El de Gran Bretaña dice que tiene instrucciones para que en caso necesario, cierre la Embajada y el consulado y se marche; pero le parece que no lo podrá hacer por tener súbditos ingleses a quienes proteger.
El Sr. Ministro de El Salvador pregunta al Embajador de Chile si se ausentaría de España a lo que éste contesta que se iría tal vez a Alicante para embarcarse en el momento oportuno. El representante de El Salvador considera que esta resolución sería muy grave, sería un tremendo golpe para el Gobierno, que perdería toda la pequeña autoridad que ahora tiene y que por eso entendía que no debería el Cuerpo Diplomático adoptar tal resolución sino en último caso.
El representante de Rumanía dice que cada uno pida autorización a su Gobierno para retirarse cuando el Cuerpo Diplomático los juzgue conveniente.
El Sr. Embajador de México dice que su país ha tenido que sufrir una lucha semejante a la que se desarrolla actualmente en España, aún cuando nunca se llegó a la desaparición tan absoluta de las garantías individuales que ahora presenciamos. De esta lucha, que duró varios años, surgió un gobierno de izquierdas que está de espíritu y de corazón con el Gobierno de Madrid. Por consiguiente, cualquiera que sea la decisión del Cuerpo Diplomático y las circunstancias por que pueda atravesar la Capital, la Embajada de México permanecerá en Madrid.- Pero, a pesar de todo, en Febrero se instaló en Valencia, con motivo de la llegada del sucesor del Sr. Pérez Treviño.
La cuestión del abandono de Madrid y aún de España volvió a tratarla el cuerpo diplomático el 15 de agosto:
Salvo los representantes de Argentina, Turquía y México, que expresan que, por sus razones, permanecerán en Madrid cualesquiera que sean las circunstancias, los demás manifiestan que han recibido instrucciones para salir cuando así lo acuerde el Cuerpo Diplomático.
El ministro Barcia acusó recibo de la postura de los diplomáticos:
En la sesión del día 20 el Embajador de Chile dice que ha sido invitado por el Sr. Ministro de Estado a tratar sobre los temas que más nos preocupan y, al respecto, dentro de la mayor cordialidad, le ofreció repetidas veces que el afán mayor del Gobierno es tener satisfecho al Cuerpo Diplomático y le pidió que, en lo posible, el Cuerpo Diplomático se reuniera con él periódicamente por intermedio de su decano, a fin de evitar malos entendidos. Con referencias a las sesiones diarias que celebramos y que llamaban la atención del público, le expresó que obedecían exclusivamente al deber que tenemos de proteger las vidas de nuestros representados y sus hogares y nuestras propias Misiones y, por añadidura, hasta contra nuestra propia voluntad, a personas de nacionalidad española que se sentían perseguidas por desconocidos que les causaban la muerte, como lo enseñaba la experiencia del tiempo pasado y la de cada día. Manifestó el decano al Ministro que, en realidad, la idea de ausentarse de Madrid y, si el caso lo requería, de España era solamente como una demostración de la inutilidad de todos sus sacrificios. El Ministro estimó que tal medida la estimaría grave su Gobierno y poco amistosa, a lo que el Embajador respondió que el efecto guardaba íntima relación con la causa; pero que, bien entendido, la actitud del Cuerpo Diplomático es en resguardo de su prestigio y de su deber.
La sala acogió con aplauso las palabras anteriores.
Mientras tanto, el cementerio de Vallecas registró el 12 de agosto el asesinato de dos hermanas de la Caridad (vicencianas), Juana Pérez Abascal, de 49 años; y Ramona Cao Fernández, de 52. Ambas trabajaban en el sanatorio antituberculoso El Neveral, de Jaén, donde, según la biografía publicada por María Ángeles Infante Barrera, fueron detenidas y calumniadas de robo en Jaén:
Al ser juzgadas no se pudo probar la acusación y fueron puestas en libertad, pero no encontraron lugar de refugio en aquella ciudad y se vieron obligadas a trasladarse a Madrid en un tren lleno de presos políticos. A pesar de sentir miedo, antes de renegar de su fe, subieron al tren en Alcázar de San Juan, en medio de insultos y un tumulto feroz. Iban vestidas de enfermeras de la Cruz Roja pero conservaron su rosario de Hijas de la Caridad debajo del uniforme de enfermeras. Este hecho las identificó como Hijas de la Caridad y fue la razón de su martirio en la matanza del llamado primer tren de la muerte. Al ser sacadas del tren fueron arrastradas por el suelo, insultadas y finalmente fusiladas por su condición religiosa en el Pozo del Tío Raimundo, el 12 de agosto de 1936.
Según Infante Barrera, otras religiosas de la institución jinenense llamada La gota de leche oyeron a milicianos los detalles de esas muertes, por lo que es posible que fueran en el primer tren (el del 11 de agosto), y no en el segundo (el del día 12, cuya escolta era exclusivamente de guardias civiles); por lo tanto no habrían sido fusiladas en el Pozo del Tío Raimundo, descampado en el que se ejecutó a las víctimas del segundo tren.
Ningún testimonio escrito del primer tren registra que subieran a él mujeres, ni aparecen entre las 11 personas fusiladas cuando ese tren salió de Atocha hacia Alcalá de Henares.
El registro del cementerio de Vallecas señala el hallazgo el 12 de agosto de dos cadáveres de sendas mujeres de edades estimadas en 45 y 50 años, respectivamente en los kilómetros 7 y 10 de la carretera de Valencia, que bien podrían ser dichas religiosas, si hubieran montado en el llamado primer tren de Jaén o en cualquier otro llegado a Atocha el 11 de agosto.
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