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El tacto, sentido cristiano

Se suele afirmar que el sentido griego es la vista y el judío el oído. Pero ninguno de estos es el cristiano.

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La incredulidad de Santo Tomás de Caravaggio (1602) nos sitúa en la escena evangélica que nos narra el Evangelio de Juan (20, 24-29).

Tomás, incrédulo, introduce el dedo en la llaga del costado de Cristo siendo guiado y empujado por la mano llagada del resucitado. Es un hombre sin fe, a punto de derrumbarse, por lo que el artista le sitúa encorvado y con la otra mano en los riñones, órganos de la voluntad, intentando no caerse. Tomás se dispone a tocar el corazón de Cristo y según su dedo índice va acercándose, observamos la clara tendencia a tocarse de otros dos dedos: pulgar y corazón.

Se aproxima la confesión de fe ya que el juntarse de esos dedos es la afirmación visual de que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Los dedos hablan: ¡Señor mío y Dios mío! (Jn 20, 28).

El juego de miradas no es indiferente. El Cristo parece reconcentrar su mirada volviéndola hacia dentro, hacia su corazón, el órgano de su identidad divino-humana. Los dos que cercan al incrédulo apóstol miran su dedo que indica. Tomás no mira. Carente de fe es ciego.

Sus ojos no ven, pero sí su tacto. Toca al Maestro y su tacto, al juntarse pulgar y corazón, confiesa que la carne palpada, el corazón, es la carne del Dios humanado.

Nos sitúa Caravaggio ante una gran verdad: el tacto es el sentido cristiano.

Se suele afirmar que el sentido griego es la vista y el judío el oído. Pero ninguno de estos es el cristiano.

El cristianismo es la religión de la carne. Dios Hijo no ha tomado apariencia humana, sino que se ha hecho hombre. De ahí que la relación con Dios solo sea posible en la carne de Cristo. Desde ella el sentido relacional capital es el tacto que transforma y modifica todos los otros constituyéndolos como modificaciones del tacto.

La vista es pulsada por el resplandor (doxa) de su Belleza (Mt 17, 2). El oído hurgado por el dedo de  la Palabra de Dios, su Verbo, que penetra profiriendo: ¡Ábrete! (Mc 7, 34). Olfato tocado por su suave olor de vida (2 Cor 2, 16) y gusto acariciado por el buen vino de su presencia (Jn 2, 10).

Sentidos de tacto, de carne, porque en ella acontece el Dios amor como abrazo, caricia y beso. En ellos el amor se encarna, Dios se acerca al hombre. Sin ellos el amor se hace abstracto, alejándose y desapareciendo.

Sentidos de presencia, de alteridad. De cercanía del Dios que se da en la carne del prójimo y en carne eucarística. El tacto, en cualquiera de sus modos, pide la carne otra. Es sentido de compañía, de comunión. Sentido de amor, ya que no hay comunión sin amor.

Estamos en una sociedad que ha olvidado la carne convirtiéndola en cuerpo. A saber, ha olvidado que el cuerpo es personal, constitutivo de mi yo y lo ha sustituido por cuerpo biológico. Cuerpo desencarnado que, al final, se considera un problema, una traba, ya que la máquina por mucho que funcione a pleno rendimiento no vale para satisfacer todos los deseos del yo. Hoy el cuerpo es un escollo que hay que batir.

Es lógico. Una hipercorporalización es un reclamo de la descorporeización, de la virtualidad. Nos hemos desencarnado. De ahí que todo lo que suponga tacto es un problema… Tocar al otro se ha reducido a agresión, intento de manipulación del otro… De ahí que las relaciones seguras sean las virtuales.

Pero lo virtual no es real. Nunca puede llegar al otro. Y es que, mal que pese, el otro es carne y solo a través de ella puedo establecer relación con él.

Aquí nos encontramos y de ello no nos libramos ni los cristianos. La carne nos aterroriza. Obsérvese que, en la mayoría de las iglesias, si en el momento de la paz tiendes la mano, o bien se te rechaza, o bien se te mira como si estuvieras realizando un acto terrorista. Ni que decir que empezamos a asistir a una nueva ola de neopuritanismo, nada cristiano, que comienza a llegar con actitudes, actos y manifestaciones nunca vistas. Es el puritanismo virtual.

Las espiritualidades espiritualistas empiezan a instalarse a pesar de la denuncia de ello por parte de algunos documentos eclesiales recientes. Todo muy espiritual, sin carne, llegando hasta a desencarnar la carne eucarística de Cristo convirtiéndola en una experiencia absolutamente privada y sin ningún mordiente vital.

Hoy la reivindicación de la carne es urgente. Si como cristianos nos tomamos en serio nuestra humanidad desde la humanidad de Cristo y creemos que nuestro Dios es Amor y que se ha encarnado llamándonos a extender su amor en el establecimiento de relaciones de comunión con el otro, debemos ser mujeres y hombres de tacto: de abrazo, caricia y beso. De cuidado del otro, de carne.

No huyamos de la carne, la nuestra, ni de la carne del otro. Toquemos en el otro la carne de Cristo y abramos los ojos de la fe, ojos que tocan el corazón de Cristo con incrédulo dedo al modo del Tomás de Caravaggio, a fin de proclamar: ¡Señor mío y Dios mío!

En la mayoría de las iglesias, si en el momento de la paz tiendes la mano, o bien se te rechaza, o bien se te mira como si estuvieras realizando un acto terrorista Compartir en X

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