El sentido moral del ciudadano es expresión, en el ámbito político, del sentido moral único y general del hombre; sentido éste, con el que estamos capacitados para discernir el bien y el mal de nuestros actos; ello en todas las dimensiones de nuestra existencia, incluidas la social y la histórica, que son aquellas dos con las que nos encontramos insertos en el ámbito de la polis o comunidad política.
De tal manera, para entrar a considerar acerca del sentido moral del ciudadano, necesariamente hay que sumergirse en un conocimiento más profundo de la persona humana; y muy particularmente en su configuración psíquica y espiritual: un campo prolijamente abordado durante siglos por las antropologías filosófica y teológica.
En nuestra cultura occidental, el sentido moral del hombre ha sido tema de especulación metafísica desde la antigua Grecia. Más de tres siglos antes de la era cristiana, el sabio Aristóteles realizó una primera aportación en este sentido. En su visión antropológica, concibió al hombre como un “zoon politikon”, es decir, como un “animal político”; ello en referencia a que la persona humana, por naturaleza, tiende a relacionarse con sus congéneres en comunidades ordenadas bajo ciertos dispositivos de mando y obediencia; y a las cuales llamamos polis o comunidades políticas.
Para Aristóteles, el hombre, gregario por naturaleza, es también político por naturaleza; pero sin que ello implique el que estemos innatamente dotados de un sentido moral que, como miembros de la comunidad política, nos permita orientar nuestra conducta hacia la consecución del bien común.
Según esta visión, el hombre sería intrínsecamente carente de sentido moral, y lo adquiriría sólo con ocasión del desarrollo de su vida social; siendo, entonces, que la magnitud de dicho sentido moral, sería relativa a nuestro roce relacional, esto es, acorde al grado de socialización alcanzado por cada persona.
Con posterioridad, la Teología cristiana se incorporó al abordaje de este punto de especulación antropológica; y ha venido a complementar los valiosos aportes de la Filosofía; aclarando y reforzando sus postulados con base a la revelación bíblica; ello en abono de un conocimiento más pleno de la verdad del hombre; lo cual ha redundado en gran beneficio para el desarrollo de la Teoría Social y Política.
Es así como el Magisterio de la Iglesia ha venido a aclarar que el sentido moral, “que permite al hombre discernir, mediante la razón, lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira” (Catecismo de la Iglesia Católica. No. 1954); si bien tiene particular despliegue y repercusión en nuestro ámbito relacional, esto es, en el transcurso de nuestra vida social; no obstante, no se adquiere con ocasión de ella, ya que se trata de un atributo propio, innato e inmanente a la naturaleza humana; que no es otra cosa que la luz de la inteligencia infundida en el hombre por su Creador, y gracias a la cual podemos intuir lo que se debe hacer y lo que se debe evitar, aun antes de explorar y desplegar nuestra dimensión social.
No obstante, advierte el mismo Magisterio Eclesial, que es preciso tener presente que ese sentido moral innato al hombre, no implica que la sociabilidad humana comporte, automáticamente, la comunión de las personas entre sí; esto es, el don o entrega amorosa de unos a otros en procura del bien común. Ello debido a que, “por la soberbia y el egoísmo, el hombre descubre en sí mismo gérmenes de insociabilidad, de cerrazón individualista y de vejación del otro”. (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. No. 150).
Así las cosas, el hombre, que por naturaleza (ámbito del ser) es un ser sociable, pero con tendencia a enfocarse en sus propios intereses; lo que le hace propenso a establecer relaciones contrarias a la ética del ganar-ganar, y ajenas al desprendimiento y al sacrificio por sus semejantes; en el ámbito del deber-ser, está llamado al ejercicio de su potencia espiritual, para que su socialización –cuya expresión más elevada es la comunidad política– sea dignificada mediante la práctica de los principios y valores fundamentales de la convivencia humana; entre los que destacan: la dignidad de la persona humana, la verdad, la libertad, la justicia; la solidaridad y el bien común.
Nuestra convivencia conforme a estos principios y valores, constituye nuestro gran reto como único ser vivo dotado de raciocinio y, por tanto, de la maravillosa capacidad para alcanzar una convivencia consciente con sus congéneres; convivencia ésta que, para alcanzar su plena realización en el ámbito de la comunidad política, requiere que sus actores (ciudadanos comunes, líderes y gobernantes) tengan la recta intención de conectarse con su sentido moral.
La política como dimensión social, tiene que ser desarrollada con un profundo sentido moral, cuyo vigor reforzará en el ciudadano, la observancia del ordenamiento jurídico; relegando, así, la necesidad del uso de la fuerza pública a un plano secundario y muy excepcional; aún en casos tan emblemáticos como el de Venezuela, donde la autoridad política realmente carece de toda ascendencia moral sobre la ciudadanía.
En este orden de ideas, y en medio de la alegría que embarga a la nación y a la Iglesia venezolana, por las noticias que apuntan a una inminente beatificación del Dr. José Gregorio Hernández: laico católico, cuyos méritos como científico y académico, como médico y profesor universitario, y como filósofo y ciudadano ejemplar; son tan grandes como su fama de santidad; me permito citar sus sabias palabras acerca del sentido moral del hombre:
“Hay una facultad especial en la inteligencia que tiene por objeto el conocimiento del deber; esta facultad es la conciencia moral.
Se llama conciencia moral la facultad de conocer y distinguir el bien y el mal. Es la misma inteligencia en su grado más elevado, denominada la razón, aplicada a discernir entre el bien y el mal. (…).
La ley natural es el orden esencial de las cosas conocido por la conciencia. La ley natural está, pues, grabada en la conciencia del hombre; es la misma ley moral, puesto que la regla que dirige los actos del ser inteligente y libre, tiene por objeto la conservación del orden esencial de las cosas dispuesto por Dios. (…)
Las inclinaciones morales son movimientos del alma hacia el bien. [Y] Ellas producen el perfecto desarrollo del ser moral del hombre” (Dr. José Gregorio Hernández, Elementos de Filosofía. Caracas, 1912).
Por la soberbia y el egoísmo, el hombre descubre en sí mismo gérmenes de insociabilidad, de cerrazón individualista y de vejación del otro Share on X
1 Comentario. Dejar nuevo
Gracias. Excelente reflexión filosófica.