El sacerdocio es una vocación a seguir a Jesucristo con toda el alma y vivir como Él ha vivido en la tierra. Los Evangelios muestran ese “tú sígueme” de Jesús a Leví, a Juan, o Natanael, entre otros.
Ese don sigue dándose desde el principio hasta hoy día. Desde un punto de vista teológico, el celibato es un compromiso desde la raíz de la vida sacerdotal, que potencia la capacidad para el ejercicio de ministerio, y un signo de la dimensión esponsal del sacerdocio.
La respuesta al don sobrenatural del celibato es el compromiso sacerdotal para vivir con madurez la castidad que libremente asume durante su larga formación y especialmente en su Ordenación sacerdotal. La inmensa mayoría de los sacerdotes, asume ese compromiso de seguimiento pleno de Jesucristo célibe, y de servicio de caridad dedicando sus energías y corazón al servicio de todos. El celibato ha sido valorado y vivido desde el principio, porque es posible con la gracia de Dios, y poniendo los medios para no confundirse con un asistente social o un psicólogo. Y finalmente, el mismo escritor Guy Sorman reconocía que “yo no estoy en condiciones de juzgar lo que es bueno para la Iglesia: el Papa es él y no los analistas, los sociólogos o los sexólogos”.
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El celibato en el sacerdocio constituye una gran riqueza para la Iglesia especialmente para la feligresía por la entrega total de sus pastores a esta feligresía. Gracias sacerdotes por su celibato consagrado y fiel.