El problema es simple de enunciar y complejo de resolver. El problema es el capitalismo, al menos tal y como hoy se practica. El catedrático de economía de la Universidad de Barcelona y antiguo presidente del Círculo de Economía, por tanto, se trata de una persona que vive en el establishment económico de nuestra sociedad, escribía hace poco en La Vanguardia (Escuchar la “Cólera del pueblo”), que esta cólera, citando el calificativo formulado por Macron, obedece a tres causas aliadas: la nueva aristocracia del dinero surgida con las grandes corporaciones globales, la desregularización financiera y las privatizaciones, y los nuevos monopolios digitales. Una segunda causa eran los gobiernos liberales y socialdemócratas (que practican una segunda alianza cortina, la de la ideología de género y LGBTI; eso lo afirmamos nosotros porque nos gusta señalar obviedades censuradas). Por último, las tecnocracias de los “expertos” de los organismos gubernamentales europeos e internacionales (que a su vez responden al pensamiento casi único que se enseña en la facultades de económicas, el mainstream neoclásico, eso también es de cosecha propia). Eso poco tiene que ver con el capitalismo de los “treinta gloriosos” años que, desde el fin de la II Guerra Mundial se produjo en Europa combinando crecimiento, ocupación, buena distribución y redistribución y construcción del estado del bienestar. Era la economía social de mercado, y cuando la doctrina social de la Iglesia era un incentivo para diseñar aplicaciones prácticas por parte de la Democracia Cristiana.
No es una casualidad que se produzca una doble convergencia en los gobiernos liberales y socialdemócratas a partir de los años ochenta en el tipo de política económica y las políticas del deseo, perspectiva de género, identidades LGBTI, feminismo de género. Pero esto hoy es una evidencia medible, el debate sobre la igualdad en el ámbito político y mediático se desplaza de la desigualdad económica, a pesar de su crecimiento, a las desigualdades de género, que en absoluto cuestionan el actual modelo económico.
Este capitalismo del actual liberalismo genera desigualdad de ingresos, de oportunidades y pobreza, destruye la cohesión social y el capital moral, erosiona las instituciones con su injusticia y por tanto socava la futura tumba de todos.
Pero también produce mucha riqueza (mal repartida y todavía demasiado depredadora del medioambiente) así como el progreso científico y técnico (dirigido por el mercado y no por la ética y el bien común).
Su alternativa no es obviamente el socialismo, llámese soviético, yugoeslavo, chino, cubano o venezolano, que se ha demostrado un desastre perfecto, tanto que solo se mantiene cuando existe el partido único. Lo es en la formación de bienes y servicios, y también porque, igualando ciertamente hacia abajo a la mayoría de la población, construye una élite de privilegiados, la Nomenclatura, y los próximos a su poder, y vive sujeto a profundas contradicciones y disfunciones, dos o tres tipos de cambio monetario o, como en el caso de Cuba, tiene una sanidad razonablemente buena y una alimentación irracionalmente mala; o como China, un crecimiento extraordinario, pero una desigualdad brutal y una destrucción demográfica y ambiental cuya factura no podrán pagar.
Y entonces ¿qué nos queda?
La derecha, el centro derecha, como prefieran, ha dejado de ser conservadora para convertirse en plutocrática. No queda nada que conservar excepto el poder y el dinero, lo demás, familia, tradición cultural, virtudes públicas, le estorba.
La izquierda ha perdido toda idea transformadora de las estructuras socioeconómicas, y como mucho practica la repartidora. Ha sustituido la acción política contra la desigualdad económica y social por la llamada desigualdad de género. Un cambio que la plutocracia aplaude con las orejas, porque en absoluto cuestiona las causas reales de la desigualdad económica y de oportunidades que son las decisivas. Por cada cm2 que los medios escritos dedican a este tipo de problemas, dedican casi 6,5 cm2 a la desigualdad de género.
Entonces ¿la respuesta? Debe estar ahí, pero alguien debe formularla, y un sujeto colectivo debe realizarla. Ni lo uno ni lo otro se perciben toda vez que la Iglesia parece más centrada en ser ONG que en impulsar a los laicos a construir alternativas políticas a las estructuras de pecado. Pero como escribió Péguy, siempre nos queda la esperanza, la más pequeña de las virtudes. Y es que en definitiva el sujeto colectivo que hizo posible los “treinta gloriosos” fueron los cristianos de Europa.