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El Papa Francisco y “el mariconeo”

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En este día del orgullo gay, merece una nota el escándalo producido por las palabras del Papa las últimas semanas criticando «el mariconeo» en seminarios y en el propio Vaticano. Dichas palabras han causado un cierto shock en quienes consideran a Francisco el Papa de la apertura respecto de la homosexualidad.

Para comprender las palabras de un Papa con un estilo tan directo y verbal, seguramente ayude leer los documentos de la Iglesia que el Papa nunca ha alterado:

Por un lado, el Catecismo (2357 a 2359), que nos insiste en que las prácticas homosexuales y las tendencias profundamente arraigadas se consideran desordenadas, al tiempo que insiste en que hay que combatir la discriminación (2358) y llama los gay a la castidad (2359).

Por otro, respecto al clero y los candidatos al clero, la instrucción de la congregación para la doctrina de la fe de 2005 sobre la ordenación de homosexuales que dispone que no se debe ordenar a quienes «practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada cultura gay«. No excluye, por tanto, a todos los gay, sino únicamente a quienes están en esas tres situaciones.

En tercer lugar, la Declaración Fiducia Supplicans, que permite bendecir a parejas del mismo sexo que «reconociéndose desamparados y necesitados de la ayuda  de Dios, no pretenden la legitimidad de su propio status, sino que ruegan que todo lo que hay de verdadero, bueno y humanamente válido en sus vidas y relaciones, sea investido, santificado y elevado por la presencia del Espíritu Santo. Estas formas de bendición expresan una súplica a Dios para que conceda aquellas ayudas que provienen de los impulsos de su Espíritu – que la teología clásica llama “gracias actuales” – para que las relaciones humanas puedan madurar y crecer en la fidelidad al mensaje del Evangelio, liberarse de sus imperfecciones y fragilidades y expresarse en la dimensión siempre más grande del amor divino«. La bendición, por tanto, es una invitación a salir de la situación de pecado.

A partir de esos tres documentos, se puede comprender mejor que el Papa, al censurar «el mariconeo» no rechaza a nadie por gay. Rechaza unas determinadas prácticas. Y seguramente lo hace, con esa sorprendente soltura verbal, desde la seguridad de que ha sido el Papa que más ha contribuido a que sean “acogidos con respeto, compasión y delicadeza” evitando “respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta” (Catecismo 2358), permitiendo incluso la indicada bendición que (ojo) «nunca se realizará al mismo tiempo que los ritos civiles de unión, ni tampoco en conexión con ellos» (Fiducia Supplicans, 39).

El problema, y de dónde viene el escándalo

El problema, y de dónde viene el escándalo, es que, a la hora de hablar de las reivindicaciones gay, no se separa el vicio de la virtud. Y se pretende que la tolerancia de la homosexualidad abarque la tolerancia de cualquier manifestación de la misma, como si los gay no estuvieran llamados igual que los demás a combatir la lujuria, la masturbación, la prostitución o la pornografía (Catecismo 2351-55).

El planteamiento del orgullo gay sería como si en un hipotético orgullo hetero desfilasen familias con niños, matrimonios fieles, y al lado orgías, prostitución, pornógrafos y otras situaciones viciosas. Seguramente el «mariconeo» del que se queja el Papa es una crítica a los vicios, dando por hecho que los gay también pueden ser castos (Catecismo 2359).

El problema, como siempre, es de matiz y de no leer los documentos.

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