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El país que nunca existió

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Es bien conocida la facilidad que tenemos las personas para mentirnos a nosotros mismos sobre las cuestiones de la vida, de nuestras vidas, que no nos gustan y que no queremos afrontar. Cuando alguna situación de nuestra realidad no nos gusta, siempre podemos hacer como que no existe y esconder la cabeza en la arena, ¿no?

Al menos, es lo que se puede deducir de nuestro comportamiento, aunque negar la realidad no parezca una opción muy saludable. Ni tampoco feliz, dado que aceptar nuestra vida en la medida de lo posible y agradecer a Dios por ella son la clave para una vida plena. Digo “en la medida de lo posible” porque Dios nos ha hecho de naturaleza inquieta e inconformista, de manera que siempre sufriremos alguna picazón en nuestra alma que necesitaremos rascar.

Ahora bien, si esa picazón es tan fuerte que nos enloquece y conduce a negar a gritos que, por ejemplo, España no existe y nunca ha existido, no cabe duda de que hemos llegado demasiado lejos. ¡Y son miles, decenas de miles, las gargantas que lanzan semejante delirio! “España no es un país y nunca ha sido un país, sino un estado. Cataluña, Vascongadas y Galicia (de momento) sí son países y Cataluña, en concreto, es la cuna de la civilización occidental, la madre de Roma y nuestra cultura”, afirman los nacionalistas, sin ir más lejos. “España nunca ha sido un país sino un estado plurinacional y, como tal, se formó hace solo un par de siglos, no como la milenaria Cataluña”.

Ajá. ¡Qué cosas! O sea, que España no es un país (ni lo ha sido nunca) sino un estado moderno, de los nacidos al calor de las revoluciones liberales. De manera, que cuando los reyes visigodos, que se denominaban a sí mismo “reges gottorum” (reyes de los godos), decidieron empezar a llamarse “reges Hispaniae” en el siglo VI d.C., lo hicieron por alguna suerte de presciencia estatalista y no porque identificaran su reino con las tierras que ya los romanos llamaba Hispania. De la misma manera, cuando san Isidoro de Sevilla escribió el capítulo Laus Hispaniae (alabanzas a España) de su obra Historia Gothorum en el que hablaba de la Hispania visigoda como nación, lo que pretendía era establecer alguna suerte de pretexto ejpañolista para frustrar las futuras andanzas de nuestros compatriotas pujolistas, entre otros.

¡Y, qué decir de los burdos propagandistas que fueron sobornados, sin duda, para elaborar esta ficción estatal que llamamos España! Gregorio de Tours, sin ir más lejos, quien tuvo la osadía de denominar “primer rey de España” a Leovigildo, en su obra Historia Francorum, también en el siglo VI. Si ustedes no sospechan que el mismísimo Franco viajó al pasado (probablemente usando el túnel de la exitosa serie El Ministerio del Tiempo) para comprar los servicios del bueno de Gregorio y crear así un clima apropiado a sus deseos nacionalistas, es que la ultraderecha les tiene sorbido el seso.

Algún perverso fruto hubo de dar semejante truco temporal, pues los reyes de Asturias se proclamaron siempre reyes de España y así llamaban, tanto al territorio que gobernaban en el norte, como al conjunto de tierras que habían perdido ante la invasión musulmana y que pretendían recuperar. “Salus Hispaniae”, o sea, salvación de España fue como denominaron a la batalla de Covadonga. Peor aún, Alfonso III de Asturias tuvo la imperial (nunca mejor dicho) osadía de proclamarse “Totius Hispaniae Imperator”, Emperador de Toda España en el 867 y, en 1056, Fernando I de León le imitó en tal iniciativa, que perduró entre sus sucesores.

Podríamos seguir y seguir con tan pérfidas proclamas, pero en afán de abreviar, vamos a señalar al peor de todos estos conspiradores españolistas. No solo por su pretensión de hacer real una España que sólo sueñan los más extremos extremistas centralistas, sino porque, para más inri, era aragonés y gobernaba los condados catalanes. Nos referimos a Jaime I de Aragón quien dijo, para justificar su apoyo a Alfonso X de Castilla en su campaña contra la Murcia musulmana, “La primera cosa per Deu, la segona per salvar Espanya, la terça que nos e vos haiam tan bon preu e tan gran nom que per nos e per vos es salvada Espanya.” Es decir, “En primer lugar [lo haremos] por Dios, en segundo lugar para salvar España y en tercero porque nos y vosotros tendremos tan buen premio y tanto renombre porque por nos y vosotros será salvada España”.

Y, así, podríamos seguir y seguir, un ejemplo tras otro. Sin embargo, ¿cuál sería el objeto? Sin duda, todos estos y los muchos otros que dejamos sin mencionar no demuestran nada, si los comparamos con la verdad innegable de Cataluña, Vascongadas y Galicia (ya digo, de momento) como naciones milenarias.

Sin embargo, no quiero finalizar este artículo sin señalar una molesta mentira más. La de que la isla de La Española fuera nombrada así por Cristóbal Colón en 1492 para conmemorar una nación que, como ya hemos demostrado, no existía en el siglo XVI, ni ha existido, ni existirá. Pura propaganda centralista. Como todos los nacionalistas antiespañoles saben bien y los demás debemos ir admitiendo, esa isla recibió su nombre en honor a la marca de aceitunas. Porque están bien ricas y porque se lo merecen.

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