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El obispo emérito de Solsona, la institución eclesial y los fieles de a pie

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La crisis acaecida en la diócesis de Solsona, con la renuncia del obispo Novell por «razones personales», profundiza una crisis de la Iglesia en Cataluña, y más allá de esta. No tanto por el hecho de la renuncia en sí, que es un hecho grave, sino por el revuelo provocado, en el que la falta de la información institucional ha sido completada por todo tipo de elucubraciones, que han culminado con la última versión que atribuye su abandono a la relación personal con una mujer presentada por los medios de comunicación con unos perfiles muy alejados de la mentalidad católica.

La evidencia es clara. Todos los que tenían alguna cuenta pendiente con el obispo emérito, han ido a decir la suya y a saldar cuentas. Es lamentable que en esta tarea de revancha hayan participado religiosos y sacerdotes dispuestos a demostrar las miserias del que hasta hace poco era obispo de su Iglesia. Le rinden cuentas sobre todo por su oposición al aborto y al matrimonio homosexual, unos, y por su alineación independentista en algunas manifestaciones, otros.

En esta tarea tan poco misericordiosa de demolición de una persona, destacan los malsanos comentarios de una monja, Lucia Caram, que no únicamente vierte todo lo negativo que se puede decir de una persona, sino que además se manifiesta -no es la primera vez- como una especie de portavoz del Papa. Para algunos aprovechados, eso de «la argentinidad» da para mucho. El histrionismo de Caram daña a la Iglesia, y remite a actitudes muy alejadas de lo que Jesús nos reclama en el Evangelio: la compasión.

Obviamente es también una ocasión de oro para los que ven en la Iglesia un enemigo a batir. Poder abordar la crítica a partir de un obispo que dicen que ha dejado la mitra por la atracción de una mujer es fantástico. «¡Ahora sí que ha encontrado el camino!», exclaman.

Ha habido, sin embargo, voces afinadas de sacerdotes de su diócesis que se han manifestado sobre todo, dolidos por su desaparición. Ninguna explicación a aquellos que han confiado en él, a sus sacerdotes. Hay, y esta sí que es una gran responsabilidad de obispo emérito Novell, su falta de valor ante la gente que le seguía, sus feligreses. A la renuncia a la mitra, y no parece, como en otros antecedentes, para servir a Dios de otra manera, sino para satisfacer sus deseos personales, se le añade la huida. Es una baja más e importante producida por la sociedad desvinculada. Siempre, pero, hay tiempo para el retorno y, por tanto, para la esperanza. Nadie tiene derecho a rechazarla.

Ante este hecho, que agrava la crisis de nuestra Iglesia en unas vertientes muy sensibles -las de la confianza mutua, la claridad, la transparencia, el ejercicio magisterial y la unidad- querría decir unas pocas cosas:

  1. El hecho es grave, pero sería un error que centráramos nuestra atención en él. Nuestro trabajo como miembros del pueblo de Dios es otro y en este hay que concentrarse: ampliar el reino de Dios, transmitir la buena nueva de Jesucristo, camino, verdad y vida, por nuestra salvación y la liberación de la humanidad, luchar para erradicar las estructuras de pecado, rehacer nuestras comunidades de vida, fe y memoria, y construir la alternativa cultural a la cultura de la desvinculación imperante, la que impone el imperio de la satisfacción de las pasiones, del deseo por encima de cualquier compromiso, deber o misión. Unas pasiones en las que el sexo, por su fuerza, ocupa un lugar destacado, junto con el ansia de dinero y de poder auto referenciado. La forma como ha renunciado el obispo emérito y el relato de la monja Caram son ejemplos de esta cultura desvinculada que contamina también a la Iglesia.
  2. Ciertamente ha sido una decisión por razones personales, pero este hecho no obvia que alguna instancia de la Institución eclesial hubiera aportado claridad y transparencia, hubiera ejercido su deber de ser nuestra guía, la de los fieles de a pie. El silencio en este caso peca de imprudencia. ¿Quiénes son los responsables de guiarnos en la fe en momentos difíciles?
  3. Lo que nos sucede es crítico, pero en lugar de paralizarnos, participar en la crítica, hacer como si no pasara nada mirando hacia otro lado o practicar la salvación del reducto cerrado y defensivo, debemos asumir esta realidad y otras realidades ingratas, para:
    • Confiar en Dios y la Iglesia para superar la crisis, como así ha sido desde el inicio, hace más de dos mil años. Esto significa meditar, y saber guiarse por los éxitos de nuestra historia pasada, y aplicar aquellos modelos de vida católica que mejores resultados han dado y dan.
    • El punto anterior no excluye una autoevaluación honesta, sino que da una perspectiva a su práctica. Evaluar para superar.
    • Para que sea cierta la superación, hay que transformar la crisis en reto guiados por la fuerza del Espíritu de Dios, actuar con realismo y sentido común, y al tiempo rechazar las soluciones aparentemente fáciles y automáticas que los cantos de sirena de la sociedad desvinculada nos ofrecen. Hay que aprovechar al máximo nuestras ventajas, empezando por las dos fuerzas decisivas: la de la fe, la fe siempre gana, y la de la Gracia que Dios nos otorga.
    • Necesitamos una ruta clara, viable y flexible dotada de creatividad. Desde nuestras limitaciones, e-Cristians ofrece en la dimensión de la presencia cristiana en la vida pública, una respuesta. Otras iniciativas lo hacen en muchos más ámbitos. Hay parroquias con vida intensa, grupos magníficos, jóvenes que se organizan para actuar por razón de la fe. Las brasas están, hay que alimentarlas para que el fuego crezca y se propague. Es también tu compromiso pasar de la desolación, la queja o la crítica sin más, a la participación como cristiano activo.
    • Como Iglesia, hay que dar respuestas valientes. «No temas, yo te haré pescador de hombres», nos dice Jesús. Y también respuestas justas.
    • Es esencial mantener la unidad y la identidad en torno a los acuerdos fundamentales de la Iglesia, y hacer patente sin acritud, pero con claridad y firmeza, el rechazo a todo aquello que nos divide. Hay que reforzar nuestra identidad católica y asumir, cada uno de nosotros y colectivamente, nuestra responsabilidad de ser católicos y que queremos vivir en católico.

Una vez más, alcémonos bajo la invocación de la fuerza de la Trinidad, de Jesucristo y su Iglesia, una santa y pecadora, que peregrina en el mundo hasta el fin de los tiempos.

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • El río de críticas habladas y escritas que he ido oyendo y leyendo estas semanas se centra en el «conservadurismo» del obispo emérito.
    En segundo lugar, en su excesivo protagonismo mediático.
    En menor medida hay críticas por su posicionamiento político, tan desinhibido, repetido, explícito y con focos y micrófonos que los fieles no nacionalistas habrían agradecido unas palabras de consuelo del Nuncio o de la misma Roma en el otoño de 2017 o posteriormente.
    No he leído nada acerca de un detalle para mí no menor: su cambio del segundo apellido Carmona por Gomà, cambio que hace unos años no pero ahora ya consta en la página de la CEE.

    Hoy sabemos que quienes más se aprovechan del caso de Xavier Novell son quienes tienen rechazo y aun odio a todo lo eclesiástico cristiano-católico; o sea, los que ya antes por ejemplo en un municipio leridano lo declararon «persona non grata», los que le hicieron escraches e insultaron, los que se mofaron por su doctrina y algunas de sus prácticas pastorales a contracorriente, cuando lo fácil y cómodo y cobarde es dejarse llevar.
    Ahora la iglesia, ante este caso lamentablemente espectacular, tenía una oportunidad para hacer de la necesidad virtud: la oportunidad de ser clara y hablar con transparencia, transmitiendo al pueblo fiel —y a toda persona que quisiera oír— el sentido de la compasión innegociable ante un acontecimiento doloroso. Sin embargo, la Iglesia no se ha pronunciado más que para repetir «razones estrictamente personales» y el «derecho a la intimidad», y su silencio, añadido al del obispo emérito, no sirve más que para agrandar la sospecha de que algo muy grave hay tras el tupido velo.
    Eso lleva por un lado a una decepción cierta en muchos feligreses y por otro a la necesidad imperiosa de rezar, como decía Santa Teresita de Lisieux, intensamente por los sacerdotes, pues los ha habido, al parecer durante estas últimas semanas, que, como por contagio, también han dejado su ministerio con el deseo de permanecer en el anonimato.
    Una cuestión clave que no he visto abordada en ningún lugar es cómo era la relación del emérito con los demás obispos de la Conferencia Episcopal Española.

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