No sabría decir con exactitud cuándo comenzó esté engullimiento, pero hace ya bastantes años que el mes de junio devora a muchos padres de familia.
No nos soportamos. Junio, con su calendario hinchado de citas, y los padres con el alma hecha trizas, desde la primera semana, por si están haciendo algo mal, por si se olvidan de algo o por si no están a la altura.
Junio no es un mes es más bien una avalancha, un desbordamiento que se lleva las pocas fuerzas que te quedaban del curso escolar.
Y en esto coinciden muchos padres: llega siempre igual, sin pedir permiso, abrumando, reclamando todo, como si el mundo entero fuera a clausurarse el día que acabe el cole.
Junio
No te voy a descubrir nada que no sepas.
Lo que ocurre en junio no es casual. Es la manifestación más evidente de una enfermedad estructural que nos habita todo el año y que, durante este mes, se muestra sin pudor, en carne viva: la vida como carga y agenda.
Una carrera de fondo, sin meta y sin sentido.
Calendario
En junio se impone la lógica del evento, del resultado, del movimiento constante, de la producción emocional. Todo debe celebrarse, a todo debes apuntarte y todo debe organizarse.
Junio ha convertido nuestras casas en centros de operaciones, en un chorrón de chats de Whatsapp, en un google calendar a todo gas…
La escuela se transforma de un día para otro en un escenario de festivales, cafés de padres, reuniones urgentes, graduaciones, entrega de notas, paso a primaria, fiesta de extraescolares….
La vida cotidiana se transforma en una sucesión interminable de cosas por hacer: planificar, envolver, llevar, preparar, asistir. Cada evento trae consigo un nuevo grupo de WhatsApp, un nuevo Excel, una nueva demanda.
Una madre me decía el otro día, con humor triste, que solo le faltaba una fiesta para celebrar que su hija había dejado el pañal. Y no exageraba.
Y mientras tanto, en medio del ruido y la prisa, la vida familiar se va tensando como una cuerda al borde del chasquido. Sólo despertarse ya es agotador.
Y así, bajo la apariencia festiva, reside una dictadura silenciosa: la de sobrevivir como forma de vida.
Padres extenuados, madres al borde del colapso, niños sobreestimulados y vínculos familiares erosionados por la prisa. Lo peor de todo es que lo hemos normalizado.
Ya nos creemos que es así como debe ser. Hemos aceptado como natural una existencia que resulta, a poco que se mire, preocupante y profundamente antinatural.
Y lo más duro de todo es que no hay nadie detrás con un látigo. Nadie te exige el “debo experimentarlo todo”, aunque en realidad no vivo y hábito nada.
Eficiencia
Vivimos con la mente cargada de estrés y el cuerpo funcionando por inercia. Nos decimos que son solo unas semanas. Luego vendrán las vacaciones. Pero en el fondo sabemos que esto no es solo cosa de junio. Es el ritmo que hemos asumido como normal. Un ritmo que no deja espacio para lo vital y esencial.
La cruda realidad es que hemos cedido nuestra vida a la eficiencia. Todo, ha sido sometido al principio de utilidad.
Si algo no produce, si no genera una experiencia intensa o una mejora visible, entonces es prescindible.
Lo advertía Platón con su habitual clarividencia: el hombre alejado de la experiencia de lo bello es un prisionero de la caverna, alguien que jamás ha confrontado el misterio de la realidad.
No es casualidad, entonces, que estemos criando generaciones que no saben mirar y que no saben esperar. Son hijos que no han sido introducidos en la hondura de lo real porque sus padres, a su vez, vivimos desfondados, incapaces de habitar nuestra propia vocación sin que esta se convierta en un peso insoportable.
No voy a abrir otro melón y se que hay circunstancias y circunstancias… pero ¿Cuántas veces hemos oído eso de qué hago ahora todo el verano con los niños? ¿No esperabas con ansia junio?
¿Vivir o sobrevivir?
Hay algo muy desordenado, espiritualmente desordenado, en esta manera de vivir.
El alma que se acostumbra a correr y correr deja de ver y con el tiempo, deja de asombrarse. Y de ahí que comience la muerte lenta de la belleza de la vida. No hablo de la belleza como emoción o una estética agradable sino me refiero a la belleza que, como decía Guardini, es la clara expresión de la esencia de las cosas. Y, por tanto, la primera señal que apunta hacia la Verdad.
No se trata de eliminar toda actividad o de vivir como eremitas, sino de recuperar un ritmo y una meta que permita a la gracia entrar y actuar. Porque sin ella, la maternidad y la paternidad se vuelven, como más de una vez hemos experimentado, una carga insoportable.
Nuestra vocación como padres no se apoya en nuestra fuerza, sino en la cooperación humilde con el plan de Dios. Hacemos todo lo que podemos por nuestros hijos, sí. Pero lo más importante, lo verdaderamente fecundo, lo hará Dios. Nosotros somos mero instrumento.
Quizá este junio no sea diferente en lo externo. Las mismas tareas, los mismos festivales, las mismas prisas. Pero este año, todos podemos procurar que algo muy importante cambie por dentro.
Este año no vamos a vencer a junio, no es nuestra meta, no debería nunca serlo.
Porque no se trata de ganar a la agenda, sino de recordar que la familia sigue siendo el lugar primero y último donde se nos ofrece un anticipo de la eternidad. Y que nuestros hijos, aunque por unos momentos lo hayamos olvidado, no necesitan tantas experiencias. Solo necesitan una cosa: padres que sepan donde reside lo verdadero e importante.
Quizá este junio no sea diferente en lo externo. Las mismas tareas, los mismos festivales, las mismas prisas. Pero este año, todos podemos procurar que algo muy importante cambie por dentro. Compartir en X
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Un gran artículo