La pandemia no ha impedido que el sacerdote ministro celebrante haga la genuflexión y, levantando la hostia de pan ya consagrado, es decir levantando el Cuerpo de Cristo, manifieste las siguientes palabras: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor. A continuación, ministro y pueblo expresan en voz alta la oración evangélica del centurión romano. “Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Es el rito de la comunión.
El ministro (y también el ministro extraordinario diácono o laico) muestra a cada comulgante la hostia que va a comulgar expresando en voz alta El Cuerpo de Cristo. El comulgante asiente con un Amen. Por razones de pandemia y de mascarilla, esta expresión tiene lugar previamente desde el altar una sola vez. El pueblo corresponde con un amén colectivo. A lo que iba: el sacerdote inca su rodilla en el suelo ante el altar mediante la genuflexión previa a su comunión eucarística. El ministro adora de modo manifiesto en su comunión eucarística. O por lo menos esta es la intención. Hay ministros mayores que no están para trotes de salud y no pueden arrodillarse.
¿Cómo es que esta adoración externa, previa a la comunión, no se da por igual en la totalidad del pueblo congregado que se acerca a comulgar? Obviamente sin existencia de un reclinatorio o asidero difícilmente es factible cuando menos una genuflexión. En mi caso no aguanto el equilibrio. En mi caso procede una inclinación previa con la cabeza. Sin embargo, esta inclinación previa litúrgicamente establecida pocos son quienes la practican. Pues recibir en la palma de la propia mano es lo que importa.
Pues bien. A mi me importa acercarme a comulgar con las debidas disposiciones. Me da repelús comulgar en la palma de mi mano. Yo comulgo en mi lengua. Cuando -muy de vez en cuando en templo no habitual- es factible comulgar de rodillas en reclinatorio accedo a ello. El reto desde hace muchos años consiste en ser hermanos habituales en la fe comulgando de modos distintos. En algunos templos se ha establecido como normativa excluyente la comunión en la mano apelando a la pandemia.
Esto quiere decir que a estos templos no voy. Quiere decir también que si me encuentro en templo no habitual llego antes y accedo a la sacristía a preguntar. Siempre me cabe la comunión espiritual de rodillas en mi banco como alternativa a la comunión en la mano obligatoria impuesta por el ministro. Con estas apreciaciones me estoy desmarcando de quiénes han sido adalides de la fidelidad litúrgica y ahora optan por todo lo contrario. Me duele este cambio de tendencia. No por ello cambiaré mi actitud. Pues mi actitud tiene fundamento litúrgico para ser esgrimida en sencilla ortodoxia. La Sagrada Liturgia no entiende de mayorías y minorías sino de ritos sagrados. ¡Comulgar es uno de ellos!