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El misterio del “ciento por uno”

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Una publicación en la red social X llevaba 660.000 visitas en menos de un día, en una cuenta de usuario con decenas de miles de seguidores. ¿A qué tanto éxito? Rezaba simple como una manzana en manos de Eva: “Fun, no compromise!” (“¡Diversión, no compromiso!”). Hay en X infinidad de cuentas como esa, defensoras del axioma que repiten de mil y una maneras: “Sex first, love later” (“Sexo primero, amor después”). ¿Es eso la vida?

La vida la sostiene el amor, no el sexo. Por eso, el amor debe ir primero, siempre como expresión y búsqueda del Amor de Dios; el sexo no pasa de complemento, que se debe manejar con ciertas instrucciones de uso. En tanto, la actitud de esos desalmados −que rehúyen el amor verdadero− los aboca a la ruina física, psíquica y existencial, y con ella van de cabeza al abismo. Son hoy tantos así, es un signo de nuestro tiempo. No es de extrañar, por consiguiente, la creciente ola de depresiones y suicidios que asola al mundo. Muchos de ellos −no todos− son debidos a esa actitud de esconder la cabeza bajo el ala, y ahí −como quien no quiere la cosa− levantarla sacando pecho entre bastidores. No es eso la vida.

¿Qué es, pues, la vida? Luchar por alcanzar la felicidad que Dios nos promete si cumplimos con sus mandamientos de amor, como antesala de la que nos ofrecerá en el Cielo. Nadie nos asegura el bienestar material, pero sí el gozo espiritual, frente a toda circunstancia, por más adversa que sea. Del espíritu al alma, del alma a la mente, y de la mente al cuerpo… pero todos sabemos que el corazón los alimenta todos.

El amor. Me citarás entonces las palabras de Jesús, cuando asevera: “Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más en casas, hermanos y hermanas, madres e hijos y tierras, con persecuciones, y en la edad futura, vida eterna” (Mc 10, 28,30). Un misterio. Porque todos sabemos de personas que dan ciento, y reciben −a primera vista− bajo cero. ¿Qué sucede? ¿Nos engaña Jesús? ¿Nos vende humo a cambio de nuestra vida toda?

Piénsalo. Jesús −como Dios que es− lo que quiere es nuestra perfección. Con esa intención, en lo más importante no actúa hasta el último momento, para que aprendamos a confiar en Él y nos hagamos fuertes. Nos pide que (Le) demos el ciento, y nosotros nos quedamos a medias tintas. Nos pide blanco, y hacemos negro… o la infinita tonalidad de grises. Ahí radica la raíz del problema. Como Él sabe que −dada nuestra naturaleza caída− nos cuesta, nos da sus mandamientos para que acertemos el tiro. En cuanto a ello, llega a afirmar: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a Él” (Jn 14,15-21). ¡Bingo!

Pero, además, Jesús nos asegura que, a condición de que cumplamos su mandato, todos esos negros volverán un día −el más inesperado− convertidos en blancos de luz radiante que lo ilumina todo. Una luz que viene de lo alto (Cfr. Lc 1,78), y que nuestras obras ya nos vienen proporcionando −por obra del Espíritu de Dios− a medida que nos entregamos, a condición de que (Le) demos el máximo. Así es Dios. Esta es su pedagogía, siempre considerando: “No quebrará la caña cascada, / ni apagará la mecha humeante / hasta que haga triunfar la justicia. / Y en su nombre pondrán su esperanza las naciones” (Mt 12,20-21, citando a Isaías Is 42 1-4). “Mirad, el Reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc 17,21).

Y la luz se hizo

¡Hemos llegado a la luz! ¡Ahí estaba la razón escondida! Dios, en su infinita sabiduría, también espera de la caridad de los prójimos de quien sufre; prójimos que normalmente de “prójimos” no tienen nada; porque se escabullen; porque miran a otra parte; porque sonríen y hasta prometen, pero se abstienen de cumplir su obligación de asistir a su prójimo. Todo queda en palabras… o en nada. Humo petrolero.

Ciertamente, tenemos todos un pastiche mental que nos ciega ante la necesidad ajena, y respondemos ignorando, o a lo más, con una sonrisita maliciosa de condescendencia mañanera. Aunque muchas veces, nos encontramos con que, si respondemos y ofrecemos ayuda ante esa necesidad patente, es el necesitado mismo quien se hace el desentendido, pues teme que −dada su experiencia pasada− la ayuda sea con precio. ¡Que la ayuda debe ser desinteresada hermano, mi hermana del alma! ¡No juguemos a jueces de Monopoli!

Terminemos con una cita al uso: “[Jesús] sí advierte que la búsqueda de una vida cómoda a cualquier costo nos aleja de la auténtica felicidad. Porque las penas son imposibles de sortear y solo se pueden sobrepasar cerca de Jesús, que nos aporta el sentido y la fuerza” (La segunda conversión. Damián Fernández Pedemonte. Ed. Rialp. Madrid, 2021. Pág. 70).

Queda claro. Dios sobre todo, y sin Él nada. Si hay obras pero no hay Dios, las obras quedan en nada: no pasa de humanismo (o incluso egotismo). Para visualizarlo, hagamos la suma: 1 necesitado + 1 prójimo x voluntad de Dios = Felicidad. Ahora toca cumplirla.

Twitter: @jordimariada

Tenemos todos un pastiche mental que nos ciega ante la necesidad ajena, y respondemos ignorando, o a lo más, con una sonrisita maliciosa de condescendencia mañanera Share on X

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