La libertad de pensamiento crítico comporta el no sumarse mecánicamente a las aparentes unanimidades. Igual de cierta es la dificultad de que un hombre público, longevo y con muchas decisiones a sus espaldas haya sido perfecto. Por ello, resulta sospechosa la sentencia de Desmond Tutu sobre Nelson Mandela, presentándole cual “diamante sin defectos”. Sin duda, Mandela ha dado ejemplo de virtudes reconciliadoras y de amplia visión política en la superación del racismo institucionalizado en Sudáfrica. Sin duda merece admiración por el legado al que él tanto ha contribuido con no poco sufrimiento. Sin embargo, esto no le convierte en civilmente “canonizable”. Ni puede ser equiparado a figuras mucho más límpidas y consistentes de nuestro tiempo, como Luther King o Gandhi. Para empezar, es inusual que un gran hombre o mujer amase una fortuna (catorce millones de dólares con un sueldo de gobernante) sin emplearla por entero en los más necesitados. El predicador afroamericano y el asceta indio mencionados, por ejemplo, no acumularon riquezas y dieron su vida por los demás. Mientras ambos siempre abogaron por métodos pacíficos, incluso frente a los violentos, Mandela apoyó durante muchos años el terrorismo para enfrentarse a la violencia del sistema. ¿Y qué pensarán de las loas de Mandela a regímenes marxistas como el castrista sus millones de víctimas?. La realidad histórica de Mandela muestra objetivamente fuertes contrastes morales. No nos erijamos en jueces de su íntima conciencia, pero tampoco en sus borreguiles admiradores. Su edulcoramiento como figura inmaculada! es un caso más de tendenciosa construcción mediática del imaginario colectivo, ya a escala planetaria. Además, aun pasando por alto los devaneos iniciales de Mandela contra la libertad económica y lo desastrosamente que condujo su vida familiar, hay un lado muy oscuro de su labor política que no ocultará toda la fanfarria orquestada en torno a él: en contra de la posición mayoritaria de su pueblo, introdujo un ilimitado abortismo en su país. Es decir, la pena de muerte para miles y miles de seres humanos prenatales (más de 85.000 por año y un millón de muertos hasta ahora), siendo la mayor parte de ellos de su misma preciosa raza. Miles y miles de mujeres sudafricanas estarán sufriendo en silencio las consecuencias. Asimismo sufre el conjunto de la sociedad sudafricana, sumida hoy en un caos de corrupción política y delincuencia desatada. Todo esto es una verdad incómoda para los abortistas y sus medios de comunicación. Es también un aviso para navegantes como los González, Aznar, Zapatero y Rajoy, a quienes la posteridad tiene reservado el bien ganado estigma de principales responsables políticos de la destrucción abortista de España. Es un hecho de máxima repercusión histórica y demográfica, a la luz de un elemental humanismo, independiente de partidismos y confesiones. El primer derecho humano es el derecho a la vida. La primera de las libertades es la de poder vivir. Sé que algunos odiarán mis palabras. Yo sólo les deseo la paz. Igual se la deseo al ya difunto hermano Nelson, por cuya alma oro implorando para él la misericordia de Dios. Sólo Él nos juzgará a todos con plena justicia.
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