Uno de los pioneros y de las más interesantes personalidades del reformismo islámico fue Khayr el-Din el-Tunisi Pachá (1820-1890), un general de origen abjasio que comenzó su carrera militar al servicio del bey de Túnez, entonces aún subordinado al Imperio Otomano. Erudito, dotado de una gran cultura y con hondos conocimientos tanto de la tradición islámica como de la occidental, Khayr el-Din viajó en misión diplomática por Europa, donde estudió atentamente las estructuras políticas, sociales, culturales, económicas, etc. de los países que visitaba. De vuelta en Túnez, desde diversos cargos gubernativos puso en marcha planes de reforma destinados a combatir la corrupción, reorganizar eficazmente la administración pública, promover el desarrollo económico, mejorar la capacidad de las fuerzas armadas y, por encima de todo, lo que era su gran prioridad: extender y mejorar el sistema educativo.
Sin renegar del Islam, Khayr el-Din consideraba que se podía y debía aprender de los extranjeros todo lo bueno que poseyeran, todo lo útil que fuera compatible con el Islam para así salir de la decadencia y la debilidad que aquejaban a los musulmanes. Consideraba que éste era el camino para evitar caer en una posición de subordinación frente a Europa.
Su ideario era constitucionalista y democrático, si bien era consciente de las limitaciones que imponían las circunstancias sociales, culturales etc. del Islam en su época. Por otra parte, no ignoraba que las potencias occidentales, so pretexto de una supuesta inferioridad fundamental e incorregible del Islam, saboteaban todo proceso de modernización con el propósito de mantener y ampliar su hegemonía colonial. Su libro titulado El medio más seguro para conocer el estado de las naciones (1867) es un texto de muy gran interés que (con las inevitables salvedades) aún hoy conserva una asombrosa vigencia. Las reformas impulsadas por Khayr el-Din quedaron inconclusas a causa de intrigas, resistencias, corrupciones, etc. Llamado a Constantinopla por el sultán para contribuir a la realización de reformas fiscales, tampoco aquí y por los mismos motivos su labor tuvo el éxito que merecía. In extremis, cuando Francia e Italia competían ya abiertamente por hacerse con Túnez, el sultán decidió rehabilitar a Khayr el-Din y encomendarle el gobierno de esta provincia. Pero Turquía estaba ya demasiado debilitada, de modo que las presiones europeas impidieron el nombramiento. El resultado fue que ese mismo año de 1881 Francia invadió Túnez y lo mantuvo como colonia hasta 1956.
El reformismo de Khayr el-Din es el punto de partida de toda una serie de intentos de modernización del mundo islámico
El reformismo de Khayr el-Din es el punto de partida de toda una serie de intentos de modernización del mundo islámico que van desde el mantenimiento de una religiosidad tradicional abriéndola tímidamente a un cierto racionalismo «moderno» hasta tendencias que asumen plenamente el actual secularismo occidental y pretenden trasplantarlo al ámbito musulmán; desde proyectos de imposición del liberalismo y el neoliberalismo hasta planes para implantar un marxismo ortodoxo.
Las variantes del reformismo «occidentalista» son incontables hasta el presente. Turquía, disuelto el Imperio Otomano, perdidos los territorios de población árabe y proclamada la república, es el país en el que se llegó más lejos por esta vía. Mustafá Kemal Ataturk instauró una dictadura estrictamente secular y nacionalista en la que se forzó la occidentalización cultural del país. En lo fundamental, este régimen duró desde la proclamación de la república en 1923 hasta la llegada al poder del islamista Recep Tayyip Erdogan en 2003.
Tal vez la figura más influyente y compleja, incluso enigmática, de todos los movimientos de revitalización del Islam en los tres últimos siglos es Yamal al-Din al-Afgani (1838-1897). Su origen no se conoce con certeza. Según su propia versión, habría nacido y se habría criado en el Afganistán. Sin embargo, una larga serie de indicios parece desmentir esta afirmación y señalar una procedencia persa. Yamal al-Din habría querido así ocultar su origen chiíta, «confesión religiosa» minoritaria en el Islam pero predominante en Persia, y pasar por adepto del sunismo mayoritario, lo que le proporcionaría mayor influencia política e ideológica.
La vida de Yamal al-Din fue ciertamente movida:
Vivió en el Afganistán, Persia, Egipto, la India, Turquía, Francia, Alemania, viajó por Inglaterra, Rusia, Italia, etc.; fue consejero de dos emires afganos, un sha persa y un sultán turco; editó revistas y publicó artículos de polémica religiosa, filosófica y política en Francia, Egipto, la India, etc.; en Egipto tuvo un círculo de discípulos del que surgirían pensadores y dirigentes políticos de tendencias diversas; envuelto en conspiraciones, sobre todo contra los británicos, sufrió destierros, expulsiones y confinamientos en diversos países; fue pensador, periodista, teólogo, activista político, profesor… Fue masón, pero también criticó violentamente el occidentalismo probritánico y «colaboracionista» del musulmán reformista Sayed Ahmed Khan. Con Ernest Renan tuvo en París una muy sonada polémica en la que defendió la capacidad de los musulmanes de asimilar los logros del mundo moderno, frente a la tesis de Renan según la cual los musulmanes, por su inferioridad natural, estaban condenados a un arcaísmo sin remedio. Y conoció y trató a personajes muy diversos, entre los que se contaba, por sólo citar un nombre «curioso», la enigmática Helena Blavatsky, fundadora de la teosofía.
Algunos autores ven en Yamal al-Din a un hombre de gran cultura, cosa que otros ponen en duda. Hay quien lo considera un «progresista» liberal, y quien ve en él a un «fundamentalista islámico», y ni siquiera falta quien afirma que, en realidad, no era otra cosa que un agente secreto al servicio del colonialismo británico, mientras que algunos, por su relación con Blavatsky y con la masonería, lo consideran un ocultista musulmán sólo en apariencia. Es difícil hallar una personalidad histórica tan compleja y multifacética. Sus viajes, sus contactos, su vida reflejan un muy amplio panorama de la cultura y la política de su tiempo, tanto en los países musulmanes como en Europa. En todo caso se trata de una figura clave, tan importante e influyente como poco conocida: en Occidente prácticamente sólo los especialistas conocen su existencia.
En sus complejas y aparentemente contradictorias doctrinas Yamal al-Din se mostró partidario de introducir en la cultura islámica el racionalismo y el cientifismo europeos, pues en realidad el Islam sería la única fe consonante con la razón. Enemigo del despotismo decadente de la mayoría de los monarcas musulmanes, afirmaba que el Islam era una religión democrática y subrayaba la necesidad de sistemas constitucionales. Criticaba toda forma de heterodoxia y superstición, coincidiendo así con el clero musulmán y con los wahabitas, pero su exégesis del Corán se alejaba de las doctrinas de éstos por considerarlas corruptas: en cierto modo, Yamal al-Din aspiraba a una hiperortodoxia islámica racionalista y democrática.
Su más influyente idea ha sido la de la necesidad de unión política y de fe entre todos los musulmanes, por lo que no solía hacer diferencias entre chiítas y suníes.
Es decir, aspiraba a la instauración de la «umma», comunidad de todos los musulmanes unidos en lo cultural, político y religioso. Su plan de modernización científico-racional, purificación teológica y unificación política tenía como fin la restauración del verdadero Islam tanto como la liberación de los odiados dominadores coloniales europeos. Como se ve, algunas de los planteamientos de Yamal al-Din coinciden con los de Khayr el-Din. Al autor de este artículo no le consta que ambos personajes se hayan conocido, pero lo considera más que probable, dadas estas coincidencias, así como el hecho de que ambos vivieran en Estambul en los mismos años y se movieran en los mismos círculos. La diferencia estriba en que Yamal al-Din tenía una visión mucho más agresiva, más ofensiva contra el colonialismo.
Su influencia es inconmensurable. Tanto «restauracionistas» como «reformadores» y «modernizadores» del Islam, dirigentes de movimientos de liberación anticolonial, así como también islamistas «duros» y terroristas musulmanes de variada procedencia e intenciones se han considerado y se consideran a sí mismos inspirados por Yamal al-Din al-Afgani.
Dentro de la corriente más radical del reformismo, ésa a la que llamamos islamismo, sobresalen algunas figuras que no podemos pasar por alto.
Dentro de la corriente más radical del reformismo, ésa a la que llamamos islamismo, sobresalen algunas figuras que no podemos pasar por alto. En primer lugar, el sirio Rashid Rida (1865-1935). Aquí nos hallamos con el más auténtico discípulo de Yamal al-Din: panislamista, anticolonialista y partidario de adoptar los conocimientos científicos, técnicos y culturales de Occidente por una parte; por otra, tradicionalista extremo, amigo del wahabismo y, su aportación más trascendente, revitalizador de la doctrina de los salaf, los ancestros del Islam, es decir, los musulmanes que estuvieron en contacto más o menos directo con el profeta y las enseñanzas «puras» legadas por ellos.
Para Rashid Rida el Corán, así como otras tradiciones contemporáneas (los llamados hadices) son la base de la religión y la moral, por tanto también de la vida pública y política. De este modo, puede considerársele el padre de eso que llamamos salafismo y que es la vertiente teológica del islamismo político.
Junto a Mohamed Abduh, también discípulo directo de Yamal al-Din al-Afgani, Rida ejerció una enorme influencia sobre el egipcio Hassan al-Banna (1906-1949), quien además desarrollar las ideas de sus predecesores destacó por su movida actividad política, especialmente como fundador de los Hermanos Musulmanes, lo que acabó por costarle la vida, ya que murió asesinado, al parecer por orden del rey Faruk.
Entre sus colaboradores encontramos al intelectual y crítico literario Sayyid Qutb (1906-1966), quien lleva a sus últimas consecuencias el salafismo de Rashid Rida. Simplificando, diremos que para Qutb la única ley válida es la sharia, la ley derivada del Corán y de las tradiciones de tiempos de Mahoma recogidas en textos algo posteriores llamados hadices. Quienes no se atienen a esta ley, no pueden ser considerados musulmanes. La sharia es totalitaria, a ella no escapa ningún aspecto de la existencia humana, y sólo ella puede garantizar el bien y la dicha tanto social como individual. Para instaurarla hay dos medios, la predicación y la Yihad, término que muchos han interpretado como uso de la violencia, como «guerra santa», pero del cual Qutb no da una definición unívoca. En todo caso violento fue el fin de Qutb: bajo el régimen de Gamal Abdel Nasser fue condenado a muerte y ejecutado por conspirar para dar un golpe de estado y asesinar al presidente.
Paralelamente al desarrollo del reformismo islámico en el Próximo Oriente, en la India aparece en la segunda mitad del siglo XIX una importante corriente que da lugar a la fundación de una de las más importantes universidades islámicas del mundo en la ciudad de Deband, de la que este movimiento toma el nombre: debandismo.
El debandismo surge poco después de la rebelión de los cipayos (1857), muy violentamente reprimida por los británicos. Consecuencia de esta derrota fue la desaparición definitiva del Imperio Mogul (musulmán sunita) que desde el siglo XVI regía la India y que en sus últimos años tenía un poder sólo nominal, que fue abolido por la potencia colonial en 1858. Como respuesta a esta crisis, el debandismo propugna, igual que el salafismo y el wahabismo, un regreso a las raíces del islam originario, también aquí idealizado. Se trata pues de otra variante de eso que podría denominarse un reformismo restauracionista.
También en este ámbito hallamos a la figura de Yamal al-Din al-Afgani, que en sus visitas a la India aparece más como un competidor del debandismo que como uno de sus partidarios, a pesar de lo mucho que tienen en común sus ideas con las de este movimiento. El debandismo se extendió por el norte del actual Pakistán entre las tribus pastunes, etnia que es la mayoritaria en el Afganistán, y fue el punto de partida ideológico de los talibanes, cuyos dirigentes fueron formados mayoritariamente en esta tradición.
No seguiremos aquí con el desarrollo de las diversísimas ramificaciones del reformismo islámico. Como ejemplos de esta variedad mencionaremos a tres reformadores feministas.
El primero es el imán egipcio Rifaa al-Tahtawi (1801-1873), cuya labor modernizadora se concentró sobre todo en el ámbito de la educación, en el que propugnaba el acceso a ésta de las mujeres en igualdad de condiciones con los varones.
Más lejos llegó su compatriota el abogado Qasim Amin (1863-1908), bastante directamente relacionado con Yamal al-Din al-Afgani por medio de un muy influyente discípulo de éste, Muhamed Abduh. Amin, anticolonialista y panislamista, fue adalid de un feminismo extremo para su época, muy radical incluso respecto a las ideas que imperaban en Europa, donde pasó parte de su vida. Sus principales libros fueron La liberación de la mujer (1899) y La nueva mujer (1901).
Siguió sus huellas otro reformista, el tunecino Tahar Haddad (1899-1935), que en su tiempo resultó escandaloso y que ha tenido una decisiva influencia en los movimientos feministas árabes hasta el presente. Como sus predecesores, pero yendo aún más lejos, hace una lectura del Corán en la que se establece la plena igualdad de mujeres y varones.
En nuestros días existen corrientes feministas sorprendentemente incluso dentro del islamismo, como explica Leila Tauil, profesora de la Universidad de Ginebra y autora de algunas investigaciones sobre la historia del feminismo musulmán.
(Continuará en un próximo artículo)
El Islam y la urgencia de la paz (II)
No seguiremos aquí con el desarrollo de las diversísimas ramificaciones del reformismo islámico. Como ejemplos de esta variedad mencionaremos a tres reformadores feministas Share on X