Me gusta comparar nuestra vida con el año. El año tiene cuatro estaciones: la primavera, el verano, el otoño y el invierno.
Por mi edad ya he vivido las tres primeras con su carga de alegrías, penas, cosas que yo esperaba que no sucedieran, ¡pero sucedieron! La vida nunca es como tú te la imaginas de pequeña. La vida, es como Dios quiere que sea. Cuántas personas están deseando crecer para poder tener novio, casarse y tener hijos. Y luego, de pronto en un momento en que ni siquiera sabes porqué, te das cuenta que tu camino es otro, que el sendero que debes recorrer hasta el final de tus días no es el que habías elegido. Si sabes ver a Dios en ese cambio, tu vida será feliz, sino sabes verlo y vas recorriendo las cuatro estaciones con más penas, con más sufrimientos y preguntándote: ¿pero por qué esto a mí?
Y llegará el invierno y tu vida será más tranquila, ya no tendrás tantos problemas como cuando eras joven, pero tendrás el problema de la muerte, de “nuestra hermana la muerte” como diría San Francisco de Asís.La sientes cercana y segura. Entonces volverás a recordar tu vida, volverás a pensar en lo malo y en lo bueno que has hecho, si subirás al cielo con las manos vacías o subirás con el corazón lleno de amor, de ese amor que supiste dar primero a Dios y luego a tus hermanos los hombres.
Ahora que estás a tiempo porque tu invierno acaba de empezar, cambia tu vida y piensa que te hará más feliz no hacer un negocio sucio. Te hará más feliz no hablar mal de nadie, te hará más feliz cuidando a tus nietos, no sólo en lo material, sino en lo espiritual; te hará más feliz guardar la fidelidad; te hará más feliz no envidiar la suerte de otros; te hará más feliz ayudar a los demás con amor cristiano y no por simple solidaridad.
Este es el invierno de la vida, si lo vives como Dios quiere te parecerá una primavera.