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El Gran (y necesario) Reemplazo poblacional en occidente.

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Vivimos una época confusa; un tiempo en el que la mal llamada «ultraderecha» (por los medios de comunicación al servicio del pacto de medios de la Onu), crece gracias a discursos radicales sobre la necesidad de frenar la inmigración o la soberanía alimentaria, dos de los temas principales de esta nueva «ultraderecha».

Crece gracias al voto de una sociedad que, sin embargo, ha renunciado a la familia y a la fertilidad; Ha asumido como propios los postulados que establecen que para vivir mejor, para disfrutar del estado del bienestar, hay que tener menos hijos, educarlos mejor y alejarlos de todo trabajo relacionado con el sector primario o los servicios de «bajo nivel».

Crece gracias al voto de una sociedad que ha disfrutado y sigue disfrutando de los miles de millones de euros que, cada año, la Unión Europea derrama sobre los países «periféricos» de la Unión para desmantelar sus sectores primarios y productivos y convertirlos en resorts de turismo y ocio de los que de verdad tienen industrias y dinero (Francia, Alemania, Reino Unido…).

Pero más allá de discursos radicales, la realidad es que Europa «necesita» un gran reemplazo de su población para seguir manteniendo su actividad y necesita cubrir las necesidades alimentarias de su población importando lo que ya no es capaz de producir. Como muestra un botón: Si no fuera por la inmigración, la población de nuestro país se «desangraría» a un ritmo de casi 120.000 personas al año, envejeciendo a ritmos insostenibles (fuente: Euronews).

El reemplazo poblacional en Europa no es una opción. Es una necesidad.
El reemplazo poblacional en Europa no es una opción. Es una necesidad.

 

Habría que remontarse varias décadas atrás para entender como las teorias maltusianas y el control poblacional llevan rigiendo los objetivos y políticas de la ONU, y con ello las de todo el planeta, desde hace años. Pero, ¿Que hay detrás de este llamado «gran reemplazo» poblacional?

Mientras «occidente» ha seguido creciendo en producción y riqueza tras la Segunda Guerra Mundial, lo que se vino a denominar como «tercer mundo» o paises subdesarrollados, no han tenido la misma «suerte»; No deja de resultar curioso pensar que las grandes corporaciones productivas mundiales decidieran hace años establecer en estos países su fábricas y factorias productivas.

Si se trata de paises y regiones inestables y, por tanto, con un alto riesgo, ¿Cómo es que las grandes corporaciones deciden producir allí? ¿No hubiera sido mucho mas lógico y seguro para ellas seguir produciendo en Occidente? ¿Quien y como les garantizaría que podrían seguir produciendo en estos países, sin miedo a estallidos de revueltas sociales por la pobreza y el hambre que hay en los mismos?

Al igual que en la teoría del liberalismo económico de Adam Smith existe una «mano invisible» encargada de equilibrar el sistema económico para que el mismo se autorregule, pareciera como si una «mano invisible» hiciera lo propio con la demografía y la población mundial.

Así, a la vez que esta «mano invisible» ha implantado políticas para frenar drásticamente la natalidad de los paises subdesarrollados (con campañas de esterilización masiva incluso, cuando ha sido «necesario), ha tenido el acierto de «convencer» a las sociedades occidentales para dejar de tener hijos, de modo que, visto con perspectiva, todo parece encajar:

Las sociedades occidentales se vacían de manera natural, renunciando a tener hijos, y puediendo así asumir al «excedente de población» que «sobra» en los paises subdesarrollados. Este es, ni mas ni menos, el gran reemplazo.

Y no, este no es en absoluto un artículo conspiranoíco pensado para alimentar el odio a la inmigración, como nos quiere hacer creer el «mass media» al servicio del plan de medios de la ONU, cuyo gran referente en España es Newtral.

Este es un artículo al servicio del sentido común y en contra de la hipocresía. Es un artículo que, esperamos, ayude a pensar a nuestros lectores acerca de lo hipócritas que podemos llegar a ser en Occidente, dónde ahora nos ragamos las vestiduras cuando vemos nuestras ciudades llenas de inmigrantes.

No es sólo justo acoger al inmigrante; somos tan necios e hipócritas, que no nos damos cuenta de que ha pasado a ser necesario… ¿Quien si no recogerá los frutos del campo que ya no queremos que recojan nuestros hijos? ¿Quien conducirá camiones durante jornadas interminables, o trabajará en los peores puestos de los almacenes de mercancías, trabajos de los que hemos apartado a nuestros hijos?

¿Acaso somos una sociedad tan perversa que está dispuesta a aceptar sólo a «unos cuantos», los que hagan falta para librarnos de los peores trabajos, y que, a ser posible, no se reproduzcan mucho y no traigan a sus familias con ellos?

El gran reemplazo comenzó hace muchos años y no, no es casual ni mucho menos, más bien es causal. Pero ya es un hecho imparable y que durante sus inicios ha sido normalizado por las propias sociedades occidentales, que parece que ahora despiertan del sueño en el que pensaban que podrían seguir viviendo a costa de los inmigrantes, bien con sus condiciones laborales infrahumanas en sus paises de origen o bien dedicándolos a los peores trabajos en sus «estados del bienestar».

Pero esto no debería preocuparnos en absoluto, al menos no a la mayoría de la población de Occidente; Esa mayoría que ha optado por tener uno o dos hijos como mucho, seguramente tenga por nieto un perro o un gato que no se planteará la inmigración como un problema, y así podrá vivir cómodamente el final de sus días en una residencia de ancianos, e incluso pedir la eutanasia cuando ya no aguante más.

Y no olvidemos que esto ya ha ocurrido anteriormente, pero de otra forma; Cuando los «bárbaros» invadieron la europa romana, la civilización europea cambió drásticamente a base de conquistas, y la solución para la supervivencia de nuestra cultura se situó en los monasterios, en los que se preservaron las bases de la civilización europea para, pasado un tiempo, volver con más fuerza y eclosionar.

Esperemos que aquellas familias que hayan optado por no renunciar a sus principios y valores sean ahora esa suerte de «monasterios» domésticos, en los que nuestra cultura pueda preservarse a lo largo de las próximas décadas para volver, algún día, a ser fuente de inspiración de las sociedades venideras.

Daniel Fernández

Asociación Cristianos en Democracia.

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