De las elecciones se presume que los electores otorgan un mandato. ¿Cuál es este en el caso el de las elecciones del pasado domingo en Cataluña?
La victoria del PSC es clara. Ha quedado primero, ya lo había hecho en las anteriores elecciones, pero ahora con más margen, y ha sumado 9 escaños más. Pero, ni tan siquiera llega al 28% de los votos emitidos, con una participación francamente baja. Además, su voto está territorialmente muy concentrado en el núcleo central del área metropolitana, el más densamente poblado, pero que difícilmente refleja al conjunto: Barcelona ciudad, en seis de los diez distritos, el Baix Llobregat, su feudo histórico, las dos comarcas del Vallès y la parte más urbana de Tarragona.
También ha ganado Junts, ha quedado segundo, ha superado a ERC y ha incrementado su cuota con 3 diputados. Pero sigue siendo secundario y además el independentismo ha perdido la mayoría absoluta en el Parlamento.
Y quien más éxito ha tenido ha sido el PP, en votos y escaños. Pero tiene 15 escaños de 135 y solo ha reducido en dos puntos porcentuales la gran distancia que le separa de los socialistas, pasando de 19 pp. a 17 pp. Da para la esperanza, pero no prefigura una fuerza de estado en Cataluña.
Es una enmienda a la totalidad de todo lo que ha hecho y también a sus liderazgos.
Hay unos claros perdedores: ERC sufre una caída histórica. Pierde una tercera parte de los escaños y queda reducida a 20. Es una enmienda a la totalidad de todo lo que ha hecho y también a sus liderazgos.
Pero el desastre de la CUP todavía es mayor porque pierde más de la mitad de los escaños, de 9 a 4 y se sitúa en la irrelevancia política. Menor, pero substancial, es la caída de los Comunes-Sumar, porque han perdido un 25% de los diputados. La señora Díaz sigue restando.
Sorpresas relativas: Vox ha aguantado a pesar de la subida de los populares y Alianza Catalana entra en el Parlament y lo hace por la vía más difícil, por la de las circunscripciones que exigen mayor porcentaje de votos, como Girona y Lleida. Si en el futuro consigue unas pocas décimas más en Barcelona se puede producir una explosión, que parece una sorpresa, cuando estadísticamente es casi una certeza.
“no se entendería que lo apoyen en Madrid y ellos no lo apoyen aquí…”
Gana Sánchez, porque puede decir que ha desactivado el independentismo, que alcanza el registro más bajo de toda su trayectoria. Lo hace absorbiendo vampíricamente energías de su entorno. De los Comunes, pero sobre todo de ERC. Pero, la derrota terrible de este partido le puede pasar factura en apoyos en el Congreso, y Puigdemont ya ha anunciado su candidatura y espera que Sánchez facilite su éxito, absteniéndose en la segunda vuelta, porque “no se entendería que lo apoyen en Madrid y ellos no lo apoyen aquí…”
Lo que, además de todo esto, marca al nuevo Parlamento es la desestructuración política. Pese a la desaparición de Cs, hay representadas 8 fuerzas políticas duramente enfrentadas entre ellas. El ganador, el PSC, ni siquiera llega al 28% de los votos y eso da idea de la atomización.
Entre independentistas y no independentistas los bloques siguen siendo muy parecidos: 43,7% los primeros y 46,7% los segundos, con un 5,8% de los Comunes en medio, porque son un alma pura que está en el limbo y no acaba de caer hacia un lado o el otro.
lo que llama la atención es que dentro de cada bloque los enfrentamientos serán irreductibles.
En la división izquierda-derecha, la primera gana con una cierta ventaja, pero nada contundente, 51,3% contra 44,3%, pero lo que llama la atención es que dentro de cada bloque los enfrentamientos serán irreductibles. Por un lado, PSC contra ERC y, por otro, Comunes y la CUP. Todos ya saben por dónde se les marchan los votos. Por el lado de la derecha el antagonismo es por distancia política, Junts está lejos de Vox, y el PP de Alianza Catalana.
Por otro lado, la participación no es para tirar cohetes. No es que haya sido mucho más baja que en otras ocasiones, pero está claro que, por las razones que sean, ir a votar por el Parlamento de Cataluña no mueve pasiones. Porque un 57,9% de participación es poco, muy poco. Más si entre el debate están estos grandes antagonismos: extremas derechas y extremas izquierdas, amenazas populistas, independentismo y constitucionalismo, una lengua catalana que se percibe en clara regresión y, por otra parte, la pretendida imposición del catalán a todos. De antagonismo tantos como queremos, de calenturas también. Pero los votantes más bien tienden a ser escasos.
En todo caso, sumado y debatido, desde una perspectiva catalana, la evidencia señala una situación política de la que poco se puede esperar que sea capaz de resolver las necesidades, amenazas, oportunidades y retos que tiene como país.
El problema político y colectivo de Cataluña es que no hay un proyecto suficientemente compartido. No hay un espacio político lo suficientemente grande, capaz de generarlo, ni una cultura que cohesione y genere responsabilidad colectiva con fuerza para propiciarlo. Ha desaparecido todo horizonte de sentido, y este hecho hace más evidente el porqué de la explosión del “Procés”. Mucha gente veía en él este sentido colectivo. Pareció que era posible y además fácil, porque así se lo explicaron en una independencia exprés. Todo aquello ya se veía que era un castillo construido en la arena, pero para muchos era demasiado bonito para reconocerlo.
¿Lleva todo esto a unas elecciones anticipadas en octubre? Es una posibilidad, pero habrá presiones de todo tipo, económicas y mediáticas, sobre todo para que no sea así, a pesar de que el posible gobierno fruto de este panorama sea a su vez un mar de confusión.
¿Cómo se librará Sánchez de la presión de Puigdemont que pone en evidencia a ERC, presentando su candidatura a la Presidencia y pidiendo su apoyo? Quizás, de perdidos al río, convocando él unas elecciones en las mismas fechas.
En todo caso, esto conduce a una tercera derivada: el peso político de Cataluña es demasiado grande para que no distorsione la política española, sin un acomodo más armónico. Viene siendo así desde Alfonso XIII y Cambó, o sea que difícil de resolver, debe serlo.
En fin, ¿cuál es el mandato electoral de los catalanes?
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1 Comentario. Dejar nuevo
Según sus acciones de gobierno y programas políticos y por declaraciones de líderes como las recogidas por Daniel Arasa pocos días antes del 12 de mayo (https://www.forumlibertas.com/las-creencias-religiosas-de-los-candidatos-a-presidir-la-generalitat/), cabría preguntarse qué partidos políticos con representación en el parlamento catalán se encuentran más alejados del ideal evangélico o, dicho en palabras de Benedicto XVI, de “los principios no negociables” (https://es.catholic.net/op/articulos/11122/cat/484/benedicto-xvi-los-principios-no-negociables.html).
No es de recibo que entre las preces de la misa dominical vespertina del sábado 11 de mayo oigamos: “Por los diputados que mañana resulten de las elecciones, para que trabajen por el bienestar y el progreso”, plegaria que parece inspirada en un ideal laico y de la que se puede deducir que en nuestra iglesia católica hay presbíteros que están conformados o plegados a la corrección y al poder civil.
De modo que Cataluña, con quien consiga formar gobierno en unas semanas o en unos meses en caso de repetición de elecciones, seguirá en lo mismo: en campañas electorales donde no aparecerán temas cruciales como la degradación de la justicia (ocupación de viviendas ajenas, miles de robos impunes, fiestas rave permitidas), degradación de la moral social e individual (cultivo, comercio y consumo de cannabis y de otras drogas), degradación de la moral familiar (mundos de la ideología de género), degradación de la enseñanza y politización de las universidades, degradación personal por políticas de urgencia en la satisfacción de los deseos por ejemplo sexuales, práctica del aborto y de la eutanasia, degradación de la responsabilidad, pago de varios impuestos que en otras comunidades autónomas no existen, superpoblación de la maquinaria político-administrativa, política cortoplacista y coyuntural, etc.
De ello tiene una responsabilidad notable la jerarquía eclesial. Negarlo es como negar que el agua moja.