Cualquier jornada de nuestra vida no está solo jalonada de lo que pueda deparar el destino, sino del recuerdo a lo que el día internacional de turno sugiera rememorar. Como con el santoral, estas citas deben tenerse en cuenta para no quedar fuera de juego cada mañana. Y, como sucede en él, suelen coincidir varias festividades al mismo tiempo. Al igual que el almanaque acumula santos, también lo hacen estos días mundiales.
Muchas de estas fechas conmemoran episodios históricos, otras aluden a enfermedades o animales amenazados, e incluso algunas evocan figuras patricias desparecidas. Naciones Unidas y sus organismos, con la UNESCO a la cabeza, han sido y son auténticos artífices de estas celebraciones, un calendario laico que debe seguirse ahora como las fiestas de guardar.
Cuando la información cotidiana es anodina, los días internacionales brillan como el sol, porque aseguran páginas en los periódicos y minutos audiovisuales, que luego en el bar se comentan durante la partida del dominó. Todo lo contrario que se produce en épocas de efervescencia, en que pasan habitualmente desapercibidos.
Al margen del respeto, incluso institucional, que merecen determinados días mundiales, y de las recompensas, no siempre inmateriales, que procuran cada año a sus promotores, quizá debiera reflexionarse sobre la patente inflación de estas festividades laicas, y en especial de aquellas que constituyen auténticas gansadas, con todos mis respetos para esta garbosa especie anátida.
La proliferación de estos días chorra, además, perjudica a los que pudieran considerarse estimables, al coincidir con ellos y desdibujar su importancia, muchas veces focalizada en cuestaciones para financiar proyectos, como se hace por ejemplo con los problemas de salud.