Estás tratando de verte bien; y −es sorprendente−, cuanto mejor te ves, siempre los hay más que tratan de empañarte el cristal por el que miras. Parece que tienen un resorte retenido bajo presión en lo más hondo de su corazón, que les hace incluso resoplar física y sonoramente cuando te miran y te ven en paz contigo mismo y con los demás. Es el cristal con el que miran. Es aquel a través del que te ven: blanco o negro, negro carbón o verde primavera. Y se deciden a quitarte la paz. El no ceder a su ímpetu putrefactivo es lo que determinará tu éxito, tanto más cuanto más te impela hacia adelante.
Cada uno tiene su manera de afrontar la adversidad, y no solo de sobrellevarla con buena cara, sino hasta transmudarla en éxito. No es que la “buena cara” vaya a cambiar la situación por sí misma, sino que es un reflejo exterior de lo que se cuece en el alma para subvertir esa situación embarazosa: del fuego sale la pieza de oro labrada… o convierte en cenizas la mejor de las galas. Hablo mucho de la sonrisa ya desde el primer capítulo de mi libro en catalán Les Decapíndoles de la Comunicació Disruptiva (DCD), que quizás algún día traducirán al castellano y, quién sabe, con él quizás muchos se miren de otra manera la vida y cambien su vida. Esa fue mi intención al escribirlo.
Ciertamente, la sonrisa (la “buena cara”) marca siempre la diferencia. No asegura la solución, pero sí la felicidad encontrada, la vida lograda, que humanamente hablando es aquella que viene del propósito y llega al convencimiento de que se está haciendo lo que se debe, que es tratar de solucionar la adversidad o mantener la bonaza, que nunca está suficientemente afirmada.
El poder de la mirada
Bien mirado, nadie tiene nunca todo lo que desea, ni se puede asegurar que consiga lo que necesita. Pero querer es poder. Sí que, para conseguir crecer en la necesaria lucha diaria para poder alcanzar el propio sueño, se debe estar seguro (y a menudo con la duda y sin certeza alguna, pero pertinaz) de que se está haciendo todo lo que se puede, que es aquello que se debe. Y el resto, queda en manos de Dios. Él es Quien sabe lo que necesita nuestra alma, que −no lo olvidemos− debe ir encaminada a la Vida eterna. De no ser así, y ya en este tiempo, de ir sembrando muerte, en la otra vida obtendremos lo que nosotros mismos hemos estado sembrando: la Muerte eterna.
Cada día tengo por más cierto que cada uno obtiene de la vida lo que le reclama. Habida cuenta de que para ser amado hay que amar, lo mismo que para ser feliz hay que sonreír. Lo que se siembra se cosecha. De la crítica, del odio, de la mentira y de la venganza emerge la confrontación de la que surge el caos. Por el contrario, de la bondad, del amor, de la verdad y del tender la mano brota la Luz del Cielo descubierta ya en esta vida: vivir para ascender.
Aquel que te vende con engaño, cuando vas a quejarte de que no es lo que le pedías y él te dijo que era, no te devolverá nunca el dinero… pero tú no volverás nunca jamás a su enjambre: es nido de serpientes. Puede que una persona se pregunte por qué no vas nunca a su casa, pero si no vas es una consecuencia de su repulsa, que a menudo llega a olvidar intencionadamente dejando pasar tiempo para que el viento borre las huellas de su delito. Sin embargo, ahora que está tan de moda vivir “con vibra”, deberíamos percatarnos de que la vibra no es la tontería fofa y ñoña, sino una decisión profunda que atañe a toda nuestra concepción de la vida. (Y no nos limitemos a esperarlo de los otros, sino que vibremos nosotros en su frecuencia; el intento ya es mucho, y lo valora toda persona de bien: en ocasiones lo es todo, aquello que marca la diferencia).
Apechuguemos. Los actos tienen consecuencias. Por eso, si queremos llegar a sonreír, debemos sonreír. Si queremos amor, debemos amar. Pero no de palabra, sino con hechos; pasar del “pienso en ti” a amar sinceramente: eso es, mirar a través de un cristal alegre, digan lo que digan y hagan lo que hagan, no por falsear, sino por mantener la actitud ganadora, que siempre es aquella que le es fiel a la Verdad. Ahí se encuentra la rosa siempre recién nacida, en la eterna primavera. Pero, no lo olvidemos, siempre tiene espinas. No la marchitemos, acariciémosla.
Twitter: @jordimariada
Ciertamente, la sonrisa (la “buena cara”) marca siempre la diferencia. No asegura la solución, pero sí la felicidad encontrada, la vida lograda Share on X