El Magisterio en cuestiones de moral individual no es un fin en sí mismo, sino un medio de inducir al creyente a llevar una vida alejada del pecado que le permita alcanzar la redención eterna. La negligencia en este Magisterio llevaría a la Iglesia a descuidar su función de instrumento de la Redención.
Para justificar su existencia sin esta misión trascendental, el texto asigna a la Iglesia otras ocupaciones, como señalan los párrafos siguientes:
35- «Escrituras y Tradición son decisivos signos de orientación del curso de conversión y renovación en el camino sinodal. Abren la perspectiva para todos los hombres que en el camino de su vida buscan sentido y felicidad, consuelo y fortalecimiento, solidaridad y esperanza.»
57- «En relación a su lenguaje, el Magisterio debe también hoy tener en cuenta cómo sus palabras hacen efecto en las personas.»
68- «El papa Francisco esboza en el tiempo actual una nueva imagen de la Iglesia a la que él entiende como un ‘hospital de campaña’ (Amoris laetitia, 291). La Iglesia debe ayudar a curar las heridas y no a abrir otras nuevas. Debe hablar un idioma que la gente entienda, que no hiera ni discrimine, sino que permita reconocer la actitud amistosa de Dios.»
Es decir, estamos ante una Iglesia que dejaría de ser «mater et magistra», con toda la responsabilidad, amor y autoridad que ello implica, y de ofrecer al hombre un camino hacia la Redención y la trascendencia, para dar prioridad al bienestar terreno, cuya consecución es lícita y deseable, pero no primordial en la misión de la Iglesia ni causa final de la Revelación y la fe.
El documento da por sentado el carácter sistémico de los abusos y de que las estructuras organizativas y de gobierno de la Iglesia lo han provocado.
Dados el contexto y las tesis sinodales que hemos resumido, no es extraño que los autores del texto orientativo consideren que el gravísimo problema de los abusos sexuales por parte de clérigos exige cambios de inmenso alcance en la Iglesia. El documento da por sentado el carácter sistémico de los abusos y de que las estructuras organizativas y de gobierno de la Iglesia lo han provocado. Los autores no demuestran los fundamentos de esta afirmación, ni siquiera intentan presentar argumentos o pruebas que la sustenten. Se limitam a asumir de modo acrítico los argumentos del en otro artículo ya comentado «Estudio GHM».
En todo caso, lo que sí hacen es reclamar una reforma de tales estructuras, en la que el poder de decisión, tanto en el Magisterio como en la organización de la Iglesia cambie de manos. En principio, los creyentes laicos en general deberían asumir un papel protagonista junto a los teólogos.
Y así llegamos al núcleo del documento y de todo el proceso sinodal alemán, a su verdadero móvil y fin. El párrafo 41 lo plantea en estos términos:
«Hace falta la colaboración y el peritaje de todos, tanto de los que están más cerca del mundo cotidiano de los hombres, como de los que tienen encomendado el Magisterio, para atender a la consistencia y capacidad de conexión con la confesión de la fe. La teología garantiza la conexión con los conocimientos del discurso de las ciencias, en el diálogo ecuménico e interreligioso y en la atención a los diversos hechos culturales que deben asumirse en la interpretación de todos los signos de los tiempos.»
Es curioso que se nos hable aquí de un peritaje (en el original «expertise») «de todos», ya que un peritaje exige una pericia y está, por definición, reservado a los peritos, a los expertos.
La obligatoriedad de asumir hechos culturales, discursos científicos, etc. en la interpretación de los signos de los tiempos aparece formulada aún más radicalmente en el parágrafo 43:
«La pregunta del poder y de la aspiración de la separación de poderes; la viabilidad futura de las formas de vida sacerdotal; la aspiración de igualdad de derechos de todos los sexos para acceder a los ministerios y cargos de la Iglesia; la recepción de los conocimientos de la investigación actual en la moral sexual de la Iglesia. También ellos pueden mostrarse como signos de los tiempos. También ellos quieren ser interpretados como huellas de la presencia de Dios y como su voluntad. También para ellos está vigente: ‘No extingáis el espíritu, no rechacéis las profecía, considerad todo y retened lo bueno’ (1 Thess 5, 19-21)»
Aquí nos hallamos con el concepto político de «separación de poderes» trasladado, sin que se justifique por qué, a un ámbito que le es ajeno, el de la Iglesia.
En realidad, el concepto de «poder» (diferente de los de autoridad y magisterio) debería, idealmente, ser ajeno al ámbito de la Iglesia; pero esta utopía no parece entrar en los planes del Camino Sinodal. Muy significativo es el vínculo que establece entre esta «división de poderes» y la viabilidad en el futuro de las normas de vida sacerdotal, en clara referencia al celibato.
El discurso acerca de «la igualdad de derechos de todos los sexos para acceder a los ministerios y cargos de la Iglesia» revela una confusión superlativa.
En primer lugar, los ministerios y cargos eclesiásticos, así como el papel de los laicos, jamás deberían ser instrumentos de poder, eso quizás es lo primero que se debería intentar corregir en la práctica. Al menos en teoría, no lo son tales instrumentos de dominio y por ello, entre otras razones, es erróneo hablar de un «derecho» de acceso a los mismos. No se trata de derechos, sino de carisma, vocación, aptitud, entrega, regulados por una serie de reglas, ciertamente modificables en algunos aspectos, derivadas de la Tradición y las Escrituras.
La expresión «de todos los sexos» nos lleva a preguntarnos cuántos son.
El propio documento en la frase siguiente parece señalarnos dónde hallar la respuesta: en los conocimientos de la investigación actual. Está claro a qué clase de investigación se refiere el texto: a la que niega el sexo natural y afirma la existencia de todo un catálogo de «identidades sexuales».
Al final del párrafo el texto se acerca al delirio: tales investigaciones pueden mostrar las huellas de la presencia y la voluntad de Dios. En esta misma línea de argumentación se echa en cara a Roma el no aceptar «desarrollos reformistas sinodales» (58), se asume parcialmente la crítica modernista al Concilio Vaticano I (56) y se concluye en el párrafo 68:
«La Iglesia está llamada a confesar sus pecados confiando en la misericordia de Dios, a combatir las causas estructurales de los abusos dentro de la Iglesia y a seguir con coraje nuevos caminos de su misión.»
Nuevamente nos hallamos aquí con un error, ya que se habla de pecados de la Iglesia para referirse a los abusos cometidos por personas que ejercen un ministerio dentro de la Iglesia. La diferencia es teológicamente relevante, ya que la Iglesia es una institución fundada por Dios en la que se agrupan todos los creyentes. Al ser el pecado siempre puramente individual (no hay «pecados colectivos»), aunque todos los creyentes pecan, la Iglesia no lo hace. De su pecado debe responder cada individuo frente a Dios, no la Iglesia en su conjunto. Por otra parte, como no todos los fieles han cometido abusos sexuales, hablar de pecados de la Iglesia en general es profundamente injusto.
En esta exposición y en los comentarios críticos que la acompañan hemos intentado presentar resumidas y sistematizadas las principales materias y posiciones contenidas en el «texto de orientación» titulado «Fundamentos teológicos del camino sinodal de la Iglesia en Alemania».
En el texto original estos contenidos se hallan dispersos y envueltos en un manto de citas de procedencia diversa.
Todo ello dificulta la lectura, permite la filtración de tesis más que dudosas embutidas en lugares comunes teológicamente correctos, provoca contradicciones y ambigüedades y termina por crear más confusión que por orientar. La calidad teológica del texto es insuficiente; la redacción enrevesada; la doctrina plagada de errores. Es difícil que sobre tales fundamentos teológicos puedan edificarse reflexiones, juicios y propuestas aceptables.
Un camino cuyo rumbo desde los primeros pasos está tan desviado ¿podrá conducir a algún destino deseable?
El camino sinodal alemán (7): desorientación teológica (I)
El camino sinodal alemán (7): desorientación teológica (II)
En todo caso, lo que sí hacen es reclamar una reforma de tales estructuras, en la que el poder de decisión, tanto en el Magisterio como en la organización de la Iglesia cambie de manos Share on X