Hoy, 31 de enero de 2020, el Reino Unido habrá consumado formalmente su separación de la Unión Europea. Se cierra así un ciclo que empezó en un sentido totalmente opuesto: el empeño británico para formar parte del éxito que entonces representaba la Comunidad Europea.
Reino Unido ingresó el 1 de enero de 1973, junto con Dinamarca e Irlanda. Dos años más tarde el acuerdo era aprobado por un referéndum en el que los británicos lo refrendaron con un mayoritario 67 por ciento de los votos.
Con anterioridad a esta fecha, el Reino Unido había intentado formar parte de la nueva organización europea sin conseguirlo. Fue en 1963 debido a la oposición del presidente francés, Charles De Gaulle, que supuso el veto de Francia, y se repitió el 27 de noviembre de 1967, cuando el primer ministro laborista Harold Wilson solicita de nuevo la entrada del país, pero otro veto de De Gaulle impide el acceso. El presidente francés era un firme adversario a la ampliación británica porque su visión de Europa “del Atlántico a los Urales” veía en el Reino Unido un estado y una sociedad más próxima a los Estados Unidos que a la entidad europea.
Hoy parece como si los hechos le dieran razón, pero se trata de una impresión superficial, porque lo cierto es que la comunidad que ha formado Gran Bretaña con Europa está constituida por lazos muy fuertes y no sólo económicos, sino de todo tipo y, por consiguiente, la ruptura actual tendrá poderosas consecuencias en el futuro.
Además, sienta un precedente. La Unión Europea hasta ahora estaba acostumbrada a tratar solo con propuestas de adhesión, algunas realmente difíciles, como la turca. A partir de ahora vive la experiencia de que un gran país -dividido, eso sí- ha decidido separarse.
Lo que sucede con el Reino Unido y Europa no es tan distinto de lo que acaece en el conjunto de la sociedad europea. Son los efectos de la cultura de la desvinculación en la que la subjetividad del deseo se impone al bien común, y donde la realidad es contemplada desde la excepcionalidad, en lugar de serlo desde la norma, el canon; desde lo que es normal en un sentido no tanto calificativo, que en muchos aspectos también lo es, sino desde su significado estadístico.
Estos procesos de fragmentación están estallando en toda la sociedad europea, comenzando por el nivel más íntimo: la proliferación desmesurada de divorcios, con legislaciones que cada vez tienden a favorecerlo en lugar de valorar el vínculo del matrimonio. Son también las divisiones sociales marcadas cada vez más por las identidades grupales entre las que las preconizadas por la perspectiva de género ocupan el papel más destacado, de tal manera que constituyen la visión hegemónica en la actual sociedad. La comunidad humana formada por hombres y mujeres ha dejado paso a una comunidad destruida por este tipo de identidades. Y aún existe otro nivel desvinculación: el que se produce entre territorios. Es el caso catalán, pero también es la dificultad para que Bélgica funcione como es normal. Es asimismo lo que sucede en la política, donde cada vez más sus dirigentes están desvinculados de la realidad, de los ciudadanos, hasta el extremo que se han llegado a convertir en uno de los primeros problemas de esta sociedad.
En el fondo de todo ello subyace un grave error de perspectiva que comete esta sociedad acristiana. Cuando a Jesús le plantean la cuestión del matrimonio y el divorcio (Mt. 19, 4-11), él responde desde la perspectiva de la dignidad matrimonial, hace girar el razonamiento en torno a su unión. Es decir, responde a través del prisma de lo que es el bien, de lo canónico. Quien le plantea la cuestión hace todo lo contrario. Lo enfoca desde el punto de vista del divorcio, desde la excepción. Desde esta perspectiva, los resultados son absolutamente distintos. Y esto es precisamente lo que hace la sociedad desvinculada, interpretar la realidad y buscar el bien a través de facilitar la excepción en lugar de promover el cumplimiento, el bien del vínculo. Es, por tanto, un problema que está en la raíz de nuestra cultura y que solo la respuesta cristiana cuando es enteramente asumida lo puede resolver. Mientras esto se hace realidad, los problemas y las crisis de la sociedad desvinculada castigan a nuestras vidas.