La sensiblería debe ser desterrada de una vez por todas. Tanto más cuanto el objeto de deseo sea arramblador de verdades a medias, que son casi siempre grandes mentiras. Porque la sensiblería trae y le confiere al trato –por definición- la pringosidad propia de la corrupción mayor o menormente alentada por más o menos ocultos intereses egoístas comúnmente perversos debido a su egocentrismo, con a menudo aparente inocencia. Así, con una intuición proporcional a los actos y sucesos, nos advierte la experiencia (toda experiencia) de que sensibleramente inquirimos la verdad en los otros de manera más permisiva que en nuestra propia vida.
Ese sucedáneo de la Verdad, absorbida usualmente con traición y alevosía, a menudo esconde un batiburrillo infernal de archirrevueltos cajones de sastre donde toda verdad está descafeinada y hasta corrompida por los propios intereses. Son tales, que van encaminados a conseguir en proporciones ascendentes las propias voluntades a cualquier precio, y lo importante se limita a ser lo falso, cuanto más desquiciado y menos consensuado mejor. Es una manera descrita en todas las cronologías de momentos presentes y pasados que rompen con la Verdad que todos perseguimos a ciegas.
¿Por qué nos cosquillea tanto la Verdad? La respuesta es muy sencilla: la llevamos inscrita en el espíritu que nos da vida, porque tiende, tendemos al Infinito. Dios nos ha hecho inmortales por la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, recuperando así nuestro Creador la Intención primera de su eternamente querido y amado Jardín primero, donde el hombre, arramblado por la mujer, sentenció a muerte aquella Intención, por orgullo procedente de su ansia de plenitud interferida –y destruida ya- por la envidia del diablo de los diablos, Satanás. Entró así el Mal en el mundo inmaculado original donde no existía la muerte, y con él llegó la mentira, que está en la raíz de todo pecado, pues es –en sí misma- la negación de la Intención primera.
La mentira nos tienta. ¿Y pues, por qué? Rezuma la morbosidad propia de lo que no es inmaculado. Enciende en chispazos mil toda entidad que sea susceptible de ser corrompida, eso es, todas. Arrebozados en ella, parece ya para tantos, pues, que no importe cuál sea la gravedad de la misma para ejecutarla, pues la intención va ya manchada. Es así porque toda entente está ya negada de origen. Más aún, lo cierto es que la gravedad del hecho va en proporción de la negación de esa Verdad que todos –sin excepción- alcanzamos a distinguir por muy drogados, borrachos de nosotros mismos que vayamos. En efecto, es nuestra soberbia la que acciona el detonante de esa explosión Penúltima. No obstante, la Última está ya en marcha -desde toda la eternidad- como plenitud de una recapitulación de la Primera. Sea Big Bang Bis o lo que sea. Es la Verdad. La Esencia. Dios.
Ese sucedáneo de la Verdad, absorbida usualmente con traición y alevosía, a menudo esconde un batiburrillo infernal de archirrevueltos cajones de sastre donde toda verdad está descafeinada Share on X