Todos queremos amor. Todos esperamos amor. La paradoja es que para recibir hay que dar: esa es la justicia, otra cosa será la realidad de los que imponen o pretenden imponer. Por eso hay tan poco amor. Por eso la vida humana agoniza. Como la justicia está sutil o manifiestamente y a jangadas desapareciendo de nuestro acervo colectivo, como consecuencia se esfuma el amor de nuestras vidas: es un bucle vicioso: no damos, no recibimos / no recibimos, no damos. Tanto nos hace sufrir la carencia de amor, que el amor a la Navidad (que es espíritu de Amor), se diluye año a año al tiempo que la necesidad del espíritu de la Navidad se hace día a día más evidente.
¿Dónde encontraremos amor, sino en Navidad? “El espíritu es decidido, pero la carne es débil” (Mt 26,41), afirma Jesús. Y es que Jesús es el centro de la Navidad. La Navidad es la manifestación del Amor del Padre Creador por todas sus creaturas, en y a través de Jesús, su Hijo unigénito que viene a darnos a conocer la Verdad de la vida, que se da a conocer por el amor, en libertad (pues el amor sin libertad no es amor ni es nada: es caldo cervecero abortado).
Sin embargo, no hay ley que diga ni pueda decir que debemos dar “porque nos lo dicen”, porque lo primero es la libertad para dar y recibir, o ni dar ni recibir. Cada cual se sabe sus cosas… y cada quien tiene sus limitaciones, además de los límites que marcan las diversas situaciones, que −no lo olvidemos− por lo general las estipulan las propias personas, a menudo aquellas que se quejan día sí y día también de que no les das amor… sin mirarse si ellas te lo dan efectivamente a ti como se debe.
Por eso hay cada día más personas que odian la Navidad. Porque odian a los que sin tener ni entender dan, o se odian a sí mismas por la Ley de Murphy. Se creen que Navidad son regalos, pero de los otros a ellos, puesto que por un regalo que han hecho en la vida, fue una anécdota compartida en todas las redes al “descubrir por sorpresa” que tenían un agujero en el bolsillo, y su regalo acabó a ras del suelo en lugar de en tu florero. Tú, en cambio, bien sabes que cada Navidad −año tras año− dejas tu regalo bien puesto y con todas sus galas en su florero, por más que te vacíe el bolsillo, pues tú no te miras el bolsillo, sino que miras a tu hermano… aunque él no lo vea o no quiera verlo, y por ello te lo exija. Es aquello del maquillaje. El peligro de lo que dice la leyenda de verse “entre Pinto y Valdemoro”.
Ya lo dicen ellos: “La culpa es de la Navidad”. Bien visto, no es de extrañar, porque no han aprehendido aún el espíritu de la Navidad. Todo ello, digámoslo de paso, debemos cumplirlo sin poner el dinero por delante del amor; hay que aclararlo, porque hay algunos que no ven que lo que más vale no es el dinero, sino el amor que te hace sacrificarte por regalar, aunque no tengas cómo hacerlo con el bolsillo vacío. Porque el amor no se paga, se da. Y el mejor regalo es el amor.
Amemos de verdad
De acuerdo con lo expuesto, sabemos que hay padres que no aman a sus semejantes sinceramente, y así se creen a pies juntillas que aman a sus hijos, pero lo que están haciendo en realidad es amarse a sí mismos, tratando de realizarse en sus hijos forzando todo aquello que no han sabido ni saben (no han querido ni quieren) realizar en sus vidas.
Hay hijos que esperan amor de sus padres, y es justo, pues si han nacido, debería ser por la manifestación del amor de sus padres. Pero no aprenden a amar, porque de sus padres ven aquella doble vida que tuerce cuanto toca. Y así no dan. Y así no reciben.
Hay esposos que se quejan de que su consorte no les da seguridad en sus vidas, pues en realidad lo que sucede es que quien así se expresa se casó por ansia de ser aupado por un pobre pelele, que más que esposo es polichinela.
Hay abuelos que recuerdan en familia cuantas Navidades han disfrutado juntos, tratando de comunicar amor a sus descendientes, buscando ese amor que aún −después de decenas de Navidades− ninguno de sus vástagos ha sabido ofrecerles.
¿Y qué diremos de aquellos “amigos” que llenan los salones de sus “estimados” con palabrería insignificante, babeada tras trescientos sesenta y cinco días de desafíos contrincantes? La mejor señal de la espiritualidad a lo Nueva Era (“la verdad de la manifestación está en querer intensamente lo que deseas”), como si fueran a conseguir hallar en sus vidas −por arte de “la magia de la Navidad”− aquel amor que no dan pero exigen. Y no solo no lo dan, sino que lo vomitan.
La palabra “amor” tiene cuatro letras, y hay que pronunciarlas todas como paladeándolas (“a-m-o-r”), y −una vez más− Jesús viene a estimular nuestra libertad, a fin de que seamos consecuentes con lo que decimos y esperamos de ella. Demos, acojamos el amor, con amor… al menos por Navidad.
Decidámonos. Vivamos el espíritu de la Navidad, no el regalo y la palabrería que se deslizan por las felicitaciones vacías, como las de aquellos christmas que (tanto si son ofrecidos, como negados con agresividad contenida) solo buscan la autoafirmación del propio yo, aparentando lo que la conciencia nos dicta que debería ser y no es. Navidad es Amor. Pero para amar hay que amar, no hay más. Y para a-m-a-r hay que pastar con garbo y delicadeza la harina con el debido ingrediente, que no puede faltar: la Verdad, aceptada y compartida en libertad. Solo así podrá manifestarse el amor verdadero. Seamos sinceros, seamos hermanos. Un año más, Jesús −nuestro Hermano mayor− nos viene; no le demos esquinazo otra vez. ¡Feliz Navidad!
Twitter: @jordimariada
Para amar hay que amar, no hay más. Y para a-m-a-r hay que pastar con garbo y delicadeza la harina con el debido ingrediente, que no puede faltar: la Verdad, aceptada y compartida en libertad Share on X